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Rutas urbanas

20 aciertos en Nueva York

Un cóctel en la planta 65ª del Rockefeller Center, secretos del barrio coreano, unos baños turco-rusos y noches ‘underground’. Citas y lugares muy neoyorquinos

Bathtub Gin Bar, un 'speak easy' escondido en una panadería-repostería del barrio de Chelsea, en Nueva York.
Bathtub Gin Bar, un 'speak easy' escondido en una panadería-repostería del barrio de Chelsea, en Nueva York.ana nance

Partamos de la base de que nadie conoce totalmente Nueva York, porque para cuando has barrido su última esquina ya han salido 10 nuevos locales en aquella por la que empezaste. Pero todos pensamos que aquello que descubrimos por casualidad era una joya oculta, que ese lugar al que nos llevó un amigo representa la quintaesencia del neoyorquinismo.

javier belloso

Como diría Woody Allen sobre las opiniones, Nueva York es como los culos: cada uno tiene el suyo propio. Este es el mío resumido en 20 lugares.

M. Wells Dinette

Hace tiempo que la gastronomía se ha elevado a la categoría de arte, pero en este caso, reconozcámoslo, el restaurante del PS1 —el centro más contemporáneo del MOMA— es un extra a la altura de las exposiciones. Sentados en una sala que emula un aula de colegio, seguimos los movimientos de cocineros con actitud de estrellas de rock que ofrecen platos de lo más originales a precios razonables. Entre ellos, un exquisito sándwich de espaguetis o un cordon bleu de rape. Para enmarcar.

Bar Marie’s Crisis, en Manhattan (Nueva York).
Bar Marie’s Crisis, en Manhattan (Nueva York).A. Nance

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Marie’s Crisis

Siempre se puede asistir a un musical, pero ver cómo acaban el día un puñado de fans de las melodías de Broadway cantando a coro alrededor de un piano en un sótano no tiene precio. Las noches en este bar seducen con su buen humor, su decadencia nada forzada y, claro está, con los gorgoritos de sus estrellas. Abierto en 1850 como burdel, este lugar ha sobrevivido a todo.

Sylvia’s

La lucha por los derechos civiles sigue teniendo un fuerte sabor —a pollo frito estilo sureño— en este restaurante de Harlem que no ha sucumbido a la gentrificación. Ni las visitas de Barack Obama, Nelson Mandela o Magic ­Johnson lo han cambiado. Su menú sigue siendo el mismo, el trato es tremendamente amable y su atmósfera se mantiene intacta. El domingo se puede combinar un brunch con góspel, aunque lo más recomendable es acudir entre semana a la hora de la cena.

Café Sabarsky, en la Neue Galerie.
Café Sabarsky, en la Neue Galerie.A. Nance

Neue Galerie

En la milla de oro de los museos, perdido entre el Guggenheim, el Met y la Frick Collection, está el museo austriaco Neue Galerie: cuatro plantas pequeñas con el mejor arte centroeuropeo, con una mirada especial a Egon Schiele y Gustav Klimt. Aquí se expone el retrato de Adele Bloch-Bauer de Klimt, quien además da nombre a una de las mejores tartas del Sabarsky, el café vienés del museo donde las señoras del Upper East Side hablan de sus cosas sin prisa pero sin pausa.

Flaming Saddles

Si bien el Bar Coyote real es bastante decepcionante (está en el East Village), esta reinvención country-gay del concepto simple de unos camareros bailando en la barra entre copa y copa es una victoria asegurada. Fundado en 2011 por una pareja heterosexual de la América profunda, en el Flaming Saddles todo tiene un toque trash que hace que las deficientes coreografías no sean lo más importante, sino esa diversión sana que se respira (tiene su momento entre las 22.00 y medianoche) y, claro, el hecho indiscutible de que un poco de Dolly Parton y Burt Reynolds nunca viene mal.

Paseo por el High Line de Nueva York.
Paseo por el High Line de Nueva York.A. Nance

High Line

No es descubrir la pólvora, desde luego, pero venir a Nueva York y no pasear por el High Line, el parque urbano más original del siglo XXI —sobre las vías elevadas de una antigua línea de tren—, sería un craso error. Por cómo hila la arquitectura de Manhattan (en sus inmediaciones se levantan edificios de Frank Gehry, Jean Nouvel o Shigeru Ban, además del nuevo Whitney Museum de Renzo Piano), por el proyecto en sí mismo (del estudio Diller Scofidio + Renfro), por las obras temporales que acoge o por el ejercicio de voyerismo que supone pasar por debajo del hotel Standard, esta es una visita obligada.

Bathtub Gin Bar

En medio del boom de los locales clandestinos de diseño, que son secretos a voces, uno de los bares speak easy más recomendable es el Bathtub Gin. Sorprende con buenos cócteles y una lograda ambientación en la época de la ley seca. Escondido al fondo de una panadería-repostería del barrio de Chelsea (que funciona de día), por la tarde lo que parece una puerta al obrador da acceso a un bar que toma su nombre de las bañeras que lo adornan.

Concierto en Marjorie’s Parlor Jazz, en Washington Heights (Nueva York).
Concierto en Marjorie’s Parlor Jazz, en Washington Heights (Nueva York).A. Nance

Marjorie’s Parlor Jazz

Los domingos, a las tres de la tarde, se abre uno de los rincones más especiales de todo Nueva York: el Marjorie’s Parlor Jazz, un apartamento en Washington Heights donde una octogenaria abre sus puertas y, entre la laberíntica distribución de su casa, coloca asientos, invita a unos músicos de jazz que no son los mejores, pero le ponen mucho empeño, y reparte barritas de cereales y zumo. El ambiente es oro molido, y uno entra y sale cuando quiere, aunque hay que ir pronto porque el aforo es limitado y la demanda aumenta por momentos. Es además una buenísima excusa para recorrer este barrio poco transitado por los turistas a la altura de la calle 167, donde hay joyas como la mansión de Morris Jumel, que da nombre a un minidistrito lleno de casas preciosas, una librería afroamericana fantástica y la insólita calle Sylvan Terrace, donde todas las casas son exactamente iguales.

Jacob Riis Park

Frente al encanto kitsch de Coney Island, Jacob Riis Park, otra de las playas accesibles por metro, ofrece un ambiente canalla afrolatino flanqueado por dos torres industriales de ladrillo. El mar al atardecer llama a un ejército de cuerpos esculturales, reguetón a todo volumen y erotismo callejero que tienen un hipnótico efecto estético.

Barra del Sake Bar Decibel, en Manhattan.
Barra del Sake Bar Decibel, en Manhattan.A. Nance

Sake Bar Decibel

Mil y un restaurantes japoneses se arremolinan en el East Village, especialmente en la calle 9 entre las avenidas Tercera y Cuarta. Es imposible decidir cuál es el que ofrece mejor comida, así que recomendamos el Sake Bar Decibel, que parece extraído de los bajos fondos tokiotas. La minúscula letra de la carta de sakes sumada a la baja iluminación del local hacen que sea mejor dejarse guiar por el camarero, que intentará también colarnos un okonomiyaki (pastel japonés), todo un acierto.

Casa Nacional Ucraniana

Mientras en la puerta de al lado el restaurante Veselka se ha hecho ya demasiado popular por obra y gracia del actor James Franco, la Casa Nacional Ucraniana del East Village ha preservado su microcosmos, un trato bastante poco amable y una decoración que mezcla el mesón de carretera con el toque del Este. El miércoles, sus propietarios echan más leña al fuego con una sesión de milonga argentina que es una oda a ese Nueva York que ya peina canas (o las despeina) y está fuera de cualquier tendencia. Pida un solomillo Strogonoff y déjese de milongas. O, mejor, entréguese a ellas.

Jongro BBQ, en Koreatown (Nueva York).
Jongro BBQ, en Koreatown (Nueva York).A. Nance

Koreatown

En el enjambre de restaurantes y bares de copas de la calle 32 entre la Quinta y la Sexta avenidas, el corazón de Koreatown, el barrio coreano de Manhattan, quizá el más completo sea el Jongro BBQ (22 West 32nd Street, segunda planta), un amplio local que es tan bullicioso como versátil: ofrecen carnes de todas las calidades, pero siempre bien marinadas y sobradamente acompañadas. Copado por jóvenes asiáticos, se puede complementar con el bar coreano Mui, unos portales más al este y unos pisos más arriba. Las sogas como elemento decorativo, los cargadores de móvil polivalentes y los videoclips de música pop coreano son solo la punta del iceberg coreano-millennial-chic.

KGB

Esta asociación cultural, con su teatro, sus poemas y su blog de inspiración rusa, tiene además dos bares. En el segundo piso, un local lleno de retratos de líderes comunistas y una carta de vodkas y cervezas eslavas. Y en la planta superior del KGB, el Red Room, un speak easy con espectáculos burlesque y jazz.

Escena a bordo del ferri del East River, en Nueva York.
Escena a bordo del ferri del East River, en Nueva York.A. Nance

Manhattan desde el agua

Bien sea desde el ferri gratuito a Staten Island —como Melanie Griffith en Armas de mujer (1988)— o desde el que navega por el East River desde DUMBO hasta la ONU pasando por Williamsburg, la vista de la Gran Manzana desde el agua siempre tiene un romanticismo sin igual.

XL Nightclub

Quien diga que el underground ya no existe en Manhattan, que se pase una noche de jueves sobre las dos de la madrugada (técnicamente la madrugada del viernes) a ver las Vogue Knights del XL, en pleno Midtown. El voguing, aquel baile que Madonna popularizó en los noventa, ha hecho un mestizaje bastardo con el hip-hop hasta convertirse en la mejor reminiscencia de la cultura del ballroom de los ochenta. Comienza tan tarde porque la mayoría de los participantes trabajan en otros locales hasta esa hora. Pero llegado el momento, el público ruge, la frontera entre sexos desaparece y la vida se reinventa.

Entrada al Urbanspace Vanderbilt, en Manhattan.
Entrada al Urbanspace Vanderbilt, en Manhattan.A. Nance

Urbanspace Vanderbilt

Si está en la zona de Grand Central, busca un lugar para comer y no quiere pagar el peaje del (por otro lado estupendo) Oyster Bar, camine hasta la esquina de la calle 45 con Vanderbilt y encontrará este patio culinario que reúne varios restaurantes a buen precio. Allí tiene sede la famosa pizzería Roberta’s de Bushwick y se pueden degustar los rollitos de bogavante de Red Hook, los donuts de Dough o el ramen de Ippudo.

Los baños turco-rusos

Aunque no es recomendable para los obsesos de la higiene, este sitio de estética soviética tiene mucha guasa: sus dos dueños —David y Boris— no se hablan entre ellos y si uno quiere ser un abonado tiene que elegir a uno de los dos. Luego dentro no espere bóvedas al estilo húngaro, encontrará un horno (literal) en el que aplacar los calores con cubos de agua helada y masajes que son en realidad verdaderas palizas con ramas de roble. La túnica que dan en la entrada y el telón de acero son todo uno.

Interior del Kings Theatre, en Brooklyn.
Interior del Kings Theatre, en Brooklyn.A. Nance

Kings Theatre

A finales de los años veinte, la cadena Loew’s construyó cinco cines monumentales en Nueva York y Nueva Jersey. El que hoy por hoy está mejor rehabilitado es el Kings Theatre de Brooklyn, reabierto hace dos años y que tiene una programación ecléctica que va desde actuaciones de coros de escuelas del barrio hasta conciertos de Björk o maratones de Star Wars. Su interior es tan deslumbrante que es un espectáculo en sí mismo.

Williamsburg ortodoxo

Pese a todos los little lo que sea que hay en Nueva York —de little Italy a little Brazil—, la experiencia de pasear por el barrio ortodoxo judío de Williamsburg no tiene parangón. No hay mestizaje, no hay conexión con los aledaños y su uniformidad es casi irrespirable. Es un reducto lleno de kipás, tirabuzones, balcones enrejados, comida kosher y carteles en hebreo. Impacta verdaderamente.

Cóctel en el bar Sixty Five, en la planta 65ª del Rockefeller Center, en Nueva York.
Cóctel en el bar Sixty Five, en la planta 65ª del Rockefeller Center, en Nueva York.A. Nance

Bar Sixty Five

Al César lo que es del César, y el ­Rockefeller Center tiene las mejores vistas de la ciudad. Punto. Pero frente a los 36 dólares (algo más de 32 euros) que cuesta subir al observatorio, es mejor tomarse un cóctel de 20 o 25 en la terraza que está solo un piso más abajo: el bar Sixty Five. Todavía no es tremendamente popular, así que además estará bastante cómodo y, si lo hace coincidir con el atardecer, asistirá a un gran espectáculo. A eso sume la cantidad de hombres de negocios que van allí a hacer el afterwork y habrá cambiado el epítome de la turistada por una experiencia bastante neoyorquina, con la ciudad a sus pies.

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