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Secretos góticos de Barcelona

De un claustro escondido a restos de un antiguo palacio templario, una ruta arquitectónica e intimista por el pasado medieval de la ciudad

El melancólico patio del Antiguo Convento de Sant Agustí, en Barcelona.
El melancólico patio del Antiguo Convento de Sant Agustí, en Barcelona.E. Riol

Iglesias, palacios y monasterios góticos figuran entre los atractivos turísticos más importantes de la Barcelona, que presume, entre otros, de su catedral, el monasterio de Pedralbes o la elegantísima Santa María del Mar. Sin embargo, otros muchos pequeños monumentos pasan más inadvertidos al transeúnte. Esta ruta intimista propone revisitar edificios y descubrir detalles que resisten el paso del tiempo en silencio, sin cientos de cámaras que los fotografíen. Gracias a ellos, el pulso del burgo medieval que fue la ciudad en otra época sigue ahí.

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El itinerario comienza en el corazón del área comercial del gótico, junto a la calle Portal de l’Àngel. El número 29 de la calle Santa Anna da lugar a una plazoleta trapezoidal donde se halla una pequeña iglesia. Si bien su exterior no es muy atractivo, resulta interesante el interior y su cimborrio octogonal, aunque lo verdaderamente maravilloso es el claustro de la parroquia Santa Anna (+34 93 301 35 76). De planta rectangular, tiene dos alturas caracterizadas por el dominio del arco ojival. El piso de abajo se conserva íntegro, mientras que el superior ha sido muy restaurado. El silencio imperante, solo roto por los trabajadores que cruzan la plaza hablando por el móvil, resulta evocador. Parece mentira que a pocos metros esté la bulliciosa plaza de Catalunya.

Nos dirigimos después hacia la plaza de la catedral, seguimos por la calle Bisbe, y al pasar la catedral giramos a la izquierda para enfilar la calle Freneria. En el número 14 hallaremos una casa restaurada que mantiene su esencia antigua: hay que fijarse en las vigas de madera que aguantan el edificio y en una ventanita lobulada en la primera planta. A pesar de las reformas que ha recibido este inmueble, las dos estructuras están ahí desde el siglo XV.

Gótico de corta y pega

Detalle de la fuente de Sant Just, en Barcelona.
Detalle de la fuente de Sant Just, en Barcelona.E. Riol

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De cambios, precisamente, sabe mucho la fachada gótica del Ayuntamiento de Barcelona, situada en la calle del Ciutat, junto a la plaza de Sant Jaume. Es una de las portadas barcelonesas más armoniosas, con su desarrollo horizontal, las ventanas de tracería calada en la planta noble y los coquetos trabajos escultóricos. Pero hay algo que chirría y que resulta casi cómico: ¡la puerta principal está mutilada! Cuando construyeron el moderno edificio neoclásico del Ayuntamiento esta fachada quedó marginada, incluso estuvo a punto de desaparecer. La salvaron las Academias de las Letras y de Bellas Artes, que protestaron enérgicamente. Eso sí, no pudieron evitar que se recortara la puerta y que su parte derecha quedara encajada en la pared del volumen neoclásico.

La ruta prosigue hacia la basílica dels Sants Just i Pastor (+34 93 301 74 33), en la cercana Plaza de Sant Just. A la sombra de sus hermanas mayores, la Catedral y Santa María del Mar, este templo reposa plácidamente en una plaza silenciosa. De origen antiquísimo –se remonta al siglo IV–, el edificio actual data del siglo XIV y es un compendio del mejor gótico catalán. Vale la pena pagar la visita guiada, ya que permite contemplar el espectacular retablo de la Santa Cruz (Pere Nunyes, 1530). También es posible subir a su campanario, con vistas de vértigo sobre el casco antiguo.

Reliquia gótica de la basílica de la Mercé, en Barcelona.
Reliquia gótica de la basílica de la Mercé, en Barcelona.E. Riol

Si tras el ascenso a los cielos al viajero le entra sed, no habrá de ir muy lejos para saciarla. En la misma plaza está la fuente de Sant Just. Las tres caras esculpidas, entre serias y jocosas, permanecen ajenas a la discusión sobre su edificación –para unos en el siglo XIV, para otros en el XV– y parecen deseosas de enviar besos a quienes las contemplan, con sus labios carnosos y apretados. Después se puede pasear plácidamente por la calle Lledó, alternativa plácida y elegante a la saturada calle Montcada. En el número 4 contemplaremos los gruesos muros del Palau Fiveller y, más adelante, espectaculares patios (mayoritariamente privados, eso sí). También podremos entrar en tiendas y boutiques que conservan las estructuras originales de los edificios medievales que las acogen.

Al llegar a la calle Ample, nos acercaremos a la basílica de la Mercé, santa protectora de la ciudad. Es barroca, sí, pero la incluimos en este tour temático porque tiene su rinconcito gótico. El corta y pega arquitectónico era una práctica habitual en tiempos pasados y explica la puerta original de 1516 que está encastrada en la fachada norte de la iglesia. Perteneció a la iglesia de Sant Miquel, hoy desparecida. Casi en calidad de recuerdo sentimental, fue integrada en la basílica en 1870 y hoy se pueden observar sus detalles tardogóticos y renacentistas, en especial, los simpáticos grotescos, restaurados tras la Guerra Civil.

Giramos sobre nuestros pasos para buscar la calle Ataülf. Menos glamurosa que la calle Lledó, pero mucho más auténtica, esta estrecha vía acoge, en el número 4, la Capilla del Palau Menor (+34 93 317 45 24). Esta preciosa iglesia formó parte de un notable palacio de origen templario que fue tristemente derruido en 1859 y reconvertido en viviendas. De estilo gótico tardío, tiene una nave única de salón y resulta sorprendentemente espaciosa, sobre todo si se compara con la discreta portada de Elies Rogent. No es el único resto del antiguo complejo arquitectónico. Al fondo de la cercana calle Timó (un misterioso cul-de-sac) pervive una puerta de piedra que, según se dice, construyó Jaime I para que los templarios que le ayudaron en la conquista del Mediterráneo pudieran acceder al palacio.

Memoria de piedra

La posmoderna entrada al claustro del Antiguo Convento de Sant Agustí, en Barcelona.
La posmoderna entrada al claustro del Antiguo Convento de Sant Agustí, en Barcelona.E. Riol

Cruzamos ahora la Vía Laietana para llegar a la calle Princesa y, desde ahí, giramos a la izquierda por la calle Montcada. En el número 1, en la esquina con la calle Assaonadors, se encuentra la Casa Puigxoriguer, un edificio que, aunque mayoritariamente moderno (de los siglos XVIII y XIX), ya estaba habitada en el siglo XIV. De dicha época conserva tres ventanas góticas en la planta noble, preciosas con sus arcos carpaneles y sus pequeños bustos esculpidos con caras de nobles señores barbudos.

Caminando por la calle Carders se llega al patio del Antiguo Convento de Sant Agustí, el cual, a pesar de su melancólica imperfección, tiene mucho encanto. Fue muy dañado durante el asedio a Barcelona de 1714 y posteriormente derribado y reconvertido en caserna militar, incluso en un horno de pan. Apenas se conserva un alerón del claustro, integrado en un edificio posterior, y el ala de poniente del monasterio del siglo XV. Es buen lugar para descansar, tomar un café y contemplar como la canalla (los críos, en catalán), juega despreocupada. Antes de marchar, vale la pena atravesar el pasillo que da a la calle Comerç. La iluminación, en tonos fluorescentes, confiere un punto muy posmoderno a este paseo por el pasado.

El recorrido acaba frente a Santa María del Mar (que ofrece visitas a su terraza), pero no para admirar su fachada, sino para contemplar en la dirección opuesta. Se percatará el visitante de una fuente que tiene estructura de pequeño torreón y está decorada con dos gárgolas con forma de león y de dragón, respectivamente. Es la fuente de Santa María, obra de Arnau Bargués (1403), conocida en sus tiempos como la fuente de los señores: sus usuarios eran los burgueses residentes de la calle Montcada. Quién tuviera un palacio para bajar aquí a buscar agua…

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