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Máquinas y dioses, en Roma

En la antigua Central Termoeléctrica Montemartini la maquinaria industrial se mezcla con estatuas de Orfeo o Apolo

El juego de contrastes es continuo en la vieja Central Termoeléctrica Giovanni Montemartini.
El juego de contrastes es continuo en la vieja Central Termoeléctrica Giovanni Montemartini.

Los romanos, los italianos, no siempre destacan por una conservación respetuosa y efectiva de su patrimonio artístico. Los Foros imperiales, el Coliseo (tras tres años de tira y afloja empezaron por fin las obras de restauración) o incluso los Museos Vaticanos, en la Santa Sede, representan sin duda etapas obligadas para cualquier escapada a la ciudad eterna. Sin embargo, a veces, las ruinas, la pintura renacentista o las iglesias barrocas de Roma decepcionan el visitante por el descuido y el maltrato que sufren a diario. Una magnifica excepción se encuentra en la calle Ostiense, la larga carretera que lleva a la playa. En el número 106 -a dos paradas de metro del Coliseo o a media hora de paseo- surge la antigua Central Termoeléctrica Giovanni Montemartini, industria de principios del siglo pasado, restaurada y convertida en museo de estatuas romanas.

La primera central eléctrica pública de Roma se inauguró en 1912. Al año siguiente, ya estaba dedicada a la memoria de su asesor tecnológico, Giovanni Montemartini. Se ubicó al lado del mercado general que abastecía la capital y pegada al río Tíber. Tras concretar el mito del progreso, atravesar dos guerras mundiales y sobrevivir al boom de mediados del siglo XX, la Central cerró a finales de los 60. Años de abandono y degradación la transformaron en una especie de agujero negro a pocos pasos del casco antiguo. Por suerte e inteligencia, en los ochenta fue rescatada y restaurada, sacándose brillo a las maquinarias que habían pulsado en su barriga llevando luz y calefacción a buena parte de los romanos. Una década más tarde, fue trasladada a sus amplios locales una variada colección de estatuas de época romana, propiedad del Ayuntamiento.

Con un sugerente juego de contraste, bajo las naves de la central una gigantesca caldera a vapor, tubos, pasarelas metálicas, tolvas, columnas de cemento armado dialogan con un torso de mármol, una estatua de Orfeo o de Apolo, una cabeza de Julio César, con un friso o un pedazo de mosaico rescatado de una villa del I siglo después de Cristo. El efecto de esta conversación muda y equilibrada merece la visita (abierto de martes a domingo). Maquinarias modernas y dioses antiguos se miran y respaldan, generando un monumento eterno al ingenio humano. De cualquier época.

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