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El punto más suroccidental de África

Pingüinos africanos y leyendas de marineros por el Cabo de Buena Esperanza

Letreros en Cape Point.
Letreros en Cape Point.Aitor Laskurain

El Cabo de Buena Esperanza es, probablemente, uno de los lugares emblemáticos con más literatura del continente africano y también parada obligatoria para el viajero que se acerque hasta Ciudad del Cabo. Hasta aquí llegó en 1488 el portugués Bartolomé Días en su ruta hacia las Indias. Aquí tenía su morada el gigante Adamástor en Los Lusíadas, obra cumbre de Luis de Camões y de la literatura clásica portuguesa. Y aquí se sitúa también la leyenda del holandés errante, el barco condenado a vagar eternamente entre tinieblas debido a un pacto con el diablo.

A 40 kilómetros al sur de Ciudad del Cabo, el Cabo de Buena Esperanza y Cape Point constituyen el extremo sur de la península que lleva su mismo nombre (península de El Cabo), en el Parque Nacional Table Mountain. Aunque mucha gente cree que aquí se unen los océanos Índico y Atlántico, el lugar exacto donde esto ocurre es en el Cabo Agulhas, a unos 150 kilómetros hacia al este. Sin embargo, el Cabo de Buena Esperanza no deja de tener un aura mágica y un tanto inquietante, ya que es el punto más suroccidental del continente africano. Más allá se extiende el océano inmenso hasta alcanzar las gélidas costas del continente antártico.

Desde Ciudad del Cabo, tomamos la M3 en dirección a Muizemberg, una pequeña localidad a orillas de False Bay, destino turístico muy popular en el siglo XIX. Con aproximadamente 40 kilómetros de playas de fina arena blanca, Muizemberg es frecuentada durante los fines de semana por bañistas y surfistas atraídos por sus olas y sus aguas un poco más cálidas que en el lado Atlántico. Sin embargo hay que tener mucho cuidado ya que False Bay se encuentra infestada de tiburones.

Dejamos a un lado Muizemberg y atravesamos las pequeñas localidades de Saint James y Kalk Bay, famosa esta última por su puerto pesquero y las focas que habitan en él, y el ambiente algo hippie y bohemio que impregna al pueblo. En unos minutos llegamos a Simon´s Town, siguiente parada del trayecto.

Simon´s Town es una pequeña localidad salpicada de lujosas villas de arquitectura victoriana y holandesa. Hasta hace unos años el principal motor económico era la base naval sudafricana, aunque ahora el centro de actividad son unos simpáticos seres que viven en sus playas: los pingüinos africanos. Sí, en África también hay pingüinos. De hecho, la reserva de Simon´s Town es una de las tres colonias de pingüinos que existen en tierra firme en este continente. Para entrar hay que pagar unos 45 rands (aproximadamente 4 euros). Unos senderos de madera bien señalizados nos acercan hasta unas pequeñas calas paradisíacas con agua cristalina en las que más de 2.000 pingüinos descansan apaciblemente al sol mientras se dejan fotografiar por los turistas.

Seguimos el trayecto hacia Cape Point. El recorrido es simplemente espectacular. La carretera serpentea por laderas que caen abruptamente al mar y el sol de África hace que el azul del océano y el tono rojizo de la tierra vibren ante nuestros ojos. Mientras avanzamos hacia El Cabo podemos observar algunos avestruces y babuinos que campan a sus anchas en el Parque Nacional. Una vez más se recomienda precaución y seguir las indicaciones ya que, a pesar de su apariencia simpática y graciosa, los babuinos son muy inteligentes y pueden llegar a ser peligrosos.

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Y al fin llegamos al Cabo de Buena Esperanza, después de atravesar un peaje algo caro: 90 rands (7 euros). El viento en este punto puede llegar a ser muy fuerte, casi huracanado, por lo que no es de extrañar que el explorador Bartolomé Días lo bautizara como Cabo de las Tormentas. A su regreso a Portugal, Juan II, en una clara estrategia de relaciones públicas, cambió el nombre por el actual para impulsar las expediciones y animar a los colonos que deberían llegar hasta las Indias.

A unos pocos metros se encuentra Cape Point. Cuando dejamos el coche en el aparcamiento, podemos optar por subir a la cima de la peña por un sendero o tomar el funicular Flying Dutch (el holandés errante). Y es que éste es el lugar donde se localiza la leyenda del buque fantasma, según la cual, el marinero holandés Hendrick Van der Decken pactó con el diablo cuando su barco comenzaba a naufragar para poder cruzar el cabo, aunque esto le llevara a vagar hasta el día del Juicio Final. El mismísimo Jorge V de Inglaterra declaró haberlo visto en 1881. De lo que no cabe duda es que las vistas desde aquí son maravillosas.

Para regresar a Ciudad del Cabo recorremos el lado opuesto de la península, pasando por la bonita localidad de Kommetjie y su faro, que parece sacado de una película, la playa de Noordhoek (en la que es posible realizar recorridos a caballo) y el puerto pesquero de Hout Bay. Para llegar al mismo hay que recorrer nueve kilómetros por una carretera panorámica literalmente excavada en el acantilado. Desde aquí, solo nos separan unos pocos kilómetros hasta llegar a las sofisticadas playas de Camps Bay y Cliffton, ya en Ciudad del Cabo. Coches deportivos y chalets propios de la Costa Azul francesa compiten por llamar la atención del visitante. Y a la caída del sol, hay que degustar un buen vino sudafricano en alguno de los animados bares de Camps Bay mientras contemplamos el atardecer en este bello rincón del sur de África.

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