Finura entre cepas

La relación de la Iglesia con el mundo del vino viene de lejos. La máxima benedictina del ora et labora(reza y trabaja) puso en valor muchos de los viñedos abandonados tras la caída del Imperio romano, por lo que no es extraño encontrar agazapados en ciertos oteros y meandros de la ribera del Duero espléndidos monasterios herederos de aquella tradición vitivinícola. Uno de ellos, precisamente, cayó no hace mucho en manos de la multinacional farmacéutica Novartis, que, luego de experimentar con fertilizantes, decidió darle utilidad con la implantación en su enorme predio de una bodega acreditada hoy como una de las mejores del Duero.

La abadía, visible desde la carretera en su proporcionada serenidad, tuvo origen en los primeros monjes de la orden premostratense, venida de Francia allá por 1150. Los siglos hicieron del románico, el gótico y el barroco un encaje de bolillos a la vista de los pámpanos, del terruño cálcico y arcilloso y, por supuesto, de los numerosos transeúntes de la vía que une Peñafiel y Valladolid. Tales finuras arquitectónicas convencieron para acometer la portentosa rehabilitación y su transformación en un hotel de lujo. Uno de los de mayor refinamiento hoy en España.

Ya desde el acceso, en una doble curva que ofrece sus respetos al viñedo, se presiente el rigor de la fábrica medieval, su imponente claustro porticado, sus arcos en sucesión, las estrías del abovedamiento, los ventanales alineados en la fachada que mira al ábside eclesial, románico y etéreo a pesar de la gravidez que subraya la piedra. Hay que entrar y dejarse llevar por el arte del tiempo, la atmósfera interior del monumento y también por el valioso trabajo del arquitecto Marco Serra, autor de una restauración tan limpia como axonométrica en la proyección de la escalera central, puro ejercicio de minimalismo conventual en madera.

Que haya una buena cama, una mesa cómoda, una tele de muchas pulgadas y una ducha de fina lluvia sobre el occipucio son menesteres baladíes frente a la monumentalidad ambiente. El ventanal de cada dormitorio se abre para dar entrada al viñedo, al que el otoño marca el compás de la vendimia.

Exprimido el mejor zumo de los pagos Abadía Retuerta, toca paladear la cosecha anterior en el refectorio monástico, junto a los manjares destilados como salmos por el prior de la nueva orden gastromolecular, maese Andoni Luis Aduriz.

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