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FUERA DE RUTA

Estruendo en la selva

Las cataratas del Iguazú, 2,7 kilómetros de cortinas de agua entre Argentina y Brasil en medio de un bosque lleno de colibríes, monos y coatíes

Francisco Peregil
Las cataratas del Iguazú, vistas desde el parque nacional brasileño.
Las cataratas del Iguazú, vistas desde el parque nacional brasileño.Hiroshi Higuchi

Se supone que esto de las cataratas no debería transformarse en un concurso sobre quién tiene el chorro más estruendoso. Pero conviene, de vez cuando, situar algunas caídas de agua en perspectiva: el Salto del Ángel, en Venezuela, mide casi un kilómetro (974 metros) de alto. Sin embargo, no hay que hacerse demasiadas ilusiones con su caudal. En las estaciones secas se muestra como un hilito blanco, casi invisible en la bruma. Las cascadas de Yosemite, en California, vienen a ser algo más pequeñas (782 metros). Las cataratas del Niágara, entre Estados Unidos y Canadá, tienen una altura de 52 metros, aunque se extienden a lo largo de 323 metros. Las de Victoria, entre Zambia y Zimbabue, miden 107 metros de alto y 1,7 kilómetros de ancho. La anchura, como vamos viendo, también importa. Y ahí las del Iguazú no tienen rival: se elevan sobre unos 80 metros, pero suman 2,7 kilómetros de cortinas de agua entre Argentina y Brasil. En total comprenden 275 saltos en plena selva. Y más allá del tamaño, esa es la clave: la selva.

Desde el lado brasileño se puede disfrutar de una visión más completa de las cataratas, se aprecian en toda su extensión. Desde el argentino, sin embargo, se llegan a tocar las fauces de la bestia. En ese sentido, la estrella del Iguazú es la Garganta del Diablo. Ahí es donde se aprecia la apoteosis del agua, la catarata en su estado más imponente. Hasta llegar a la Garganta, uno ha debido recorrer sin saberlo miles de pequeños universos, se habrá cruzado con cientos de monos y puede que haya visto alguno; habrá respirado el mismo aire que respiran unas dos mil especies de plantas, habrá oído decenas de trinos distintos, tal vez haya vislumbrado alguna de las 13 variedades de colibríes.

En mi caso, fui testigo de cómo un estadounidense observaba en cuclillas a un coatí —un bicho parecido al mapache— mientras otro coatí se le acercó por la espalda, se alzó de patas y le hurgó en la mochila con el mismo sigilo que un carterista profesional. Decíamos que uno va cruzándose con todos esos microcosmos y, de pronto, la Garganta del Diablo te saluda. Ahí es donde muchos se dejan empapar por la emoción, algunos ríen como niños, de puro nerviosismo, y a otros les da por quedarse en silencio, entre foto y foto.

Paseos nocturnos

Pero no hay que despreciar el camino. Dentro del parque se organizan paseos nocturnos. Sin rastro de energía eléctrica, la luz de la luna consigue que resplandezca el arcoíris sobre la espuma blanca. Si es verdad eso de que lo mejor de la experiencia sexual es cuando los amantes suben las escaleras, en Iguazú hay que tenerlo presente por partida doble. Existe un paseo superior que se extiende a lo largo de 650 metros y a ratos ofrece una panorámica de la selva como si la sobrevoláramos en ala delta. Hay otro camino inferior que se prolonga casi un kilómetro y medio a los pies de varios saltos de agua. Ambos son perfectamente transitables. De hecho, no es extraño encontrarse con algún padre levantando a pulso el carrito del bebé.

javier belloso

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“El problema es que con la llegada de tantos turistas el medio ambiente se está deteriorando”, comenta Rubén Ituarte, de 64 años, empleado de la empresa Iguazú Jungle, concesionaria en Argentina de los paseos en lancha y en bote. “Hace cuatro años, durante un paseo ecológico de tres kilómetros en bote, llegué a ver hasta siete caimanes. Se veían también lobitos de río, que son como una especie de nutrias. El último año, sin embargo, no sé si los vi una vez. Antes se paseaba un bote cada 20 minutos con cuatro o cinco personas. Ahora hay botes llenos cada diez minutos. Y el caimán, en cuanto oye el barullo se va”.

El 21 de marzo de 2011 murieron dos turistas estadounidenses durante uno de los paseos en barca en el salto de San Martín. El caso se encuentra aún bajo investigación judicial, aunque la versión más extendida es que la lancha chocó contra una piedra y eso le hizo dar una vuelta de campana con sus 11 personas a bordo. A raíz del accidente, durante una semana se detuvieron todos los paseos. Pero después, la vida en el parque siguió su curso normal.

Christian Pignoti, empleado de Jungle, contempla desde su oficina varias pantallas con el recorrido de todas las lanchas. “A raíz del accidente decidimos poner cámaras en lugares estratégicos de la selva. La seguridad es mayor de lo que nunca fue. Podemos seguir segundo a segundo el recorrido de todas las embarcaciones”, señala.

Los guaraníes

Iguazú es el parque que más visitas atrae en Argentina. Un día normal llegan 7.000 personas. Y en Semana Santa, 14.000. Conjugar eso con el entorno ecológico no es fácil. “La selva es exuberante, pero muy delicada”, explica Pignoti. “Aquí todo está relacionado con todo. Y todo lleva un ritmo muy lento. Los guaraníes, que son quienes mejor la conocen, son gente muy tranquila. Si van a cazar puede tardar dos días en mimetizarse con el lugar en donde cazan”.

En ese contexto, meter ahí durante una semana a 700 niños músicos procedentes de todo el mundo no es sencillo. Ofrecer un concierto bajo la misma batuta es un desafío precioso que se viene repitiendo cada mayo desde 2010. Al programa de 2013 fue invitado este periódico junto a otros medios nacionales y extranjeros por el Consejo Federal de Inversiones, de Argentina. Iguazú en Concierto es una especie de beca Erasmus de una semana, con niños que llegan sobre todo de Argentina, Brasil y Paraguay. El padre que quiera inscribir a sus hijos en ese festival solo tiene que enviar un vídeo a la organización y esperar a que sea elegido, bien por el jurado o por el voto popular. Durante una semana, en el camino hacia las cataratas, no será extraño toparse con decenas de arpas tendidas en la hierba como animales fantásticos, Tras el concierto final, los instrumentos volverán a sus estuches y el agua seguirá derramándose en la selva.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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