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Escapadas

Arriba y abajo en el lago de Como

Un espejo de agua para disfrutar en barca. O haciendo senderismo por las montañas que lo rodean. Más allá de George Clooney, un paraíso italiano de villas y jardines

Andrés Barba
Vista desde el agua de una de las villas con cipreses a orillas del lago de Como.
Vista desde el agua de una de las villas con cipreses a orillas del lago de Como.Roberto A. Sánchez

No importa de qué forma se llegue a Bellagio, por carretera desde Milán o en barco cruzando el lago desde Lecco o desde la ciudad de Como, a medida que uno se acerca va siendo cada vez más consciente de la irrepetible escenografía del lago de Como, de sus dimensiones reales y de su luz blanca al mediodía y rosa-tiépolo al atardecer. Sea como sea se llega desde el lago o mirando al lago y se aprende de inmediato que el centro de gravedad es precisamente el de la suma elemental que componen el agua, la luz y la cordillera alpina.

Basta desplegar un mapa del lago de Como para entender por qué Bellagio. En el punto exacto en el que se bifurca el valle glaciar de los Alpes, que dio origen al lago, se encuentra un pequeño promontorio al que sigue una leve depresión, una lengua de tierra, el punto estratégico para el dominio visual y una de las vistas más impresionantes de toda Lombardía y seguramente de toda Italia: la que ofrecen los Alpes desde lo alto de la ciudad. Ese punto (hoy situado dentro de los límites de la Villa Serbelloni, perteneciente a la Fundación Rockefeller) fue el emplazamiento de torres de vigilancia celtas hasta que en el año 49 Julio César otorgó la ciudadanía romana a todos los habitantes de los alrededores de Como. Parecía escrito desde el principio; las aguas del lago Como estaban destinadas a ser el sueño dorado de la aristocracia, un baño para carnes privilegiadas. También de las carnes romanas, como es lógico. Es casi seguro que fue en ese mismo promontorio donde Plinio el joven ordenó construir su Villa Tragedia (había también una segunda villa, llamada Comedia, en el valle) y ese fue también el lugar en el que tras la caída del Imperio Romano se construyó el castillo defensivo y la fortaleza de la ciudad de Bellagio cuyas ruinas del siglo XI se pueden ver todavía en las dos visitas diarias organizadas por el Comune di Bellagio.

La panorámica no puede ser más impresionante. A la espalda, los brazos sureste y suroeste del lago (Bellagio significa literalmente eso, bi-lacus: dos lagos). Al frente, el brazo norte en toda su extensión y la vista punteada de los pueblos de Varenna, Cadenabbia, Menaggio y como telón de fondo la cordillera alpina cuya vista alcanza más allá de la frontera con Suiza.

Una nutrida nómina

Terraza hacia el lago de Como en Villa Melzi, en Bellagio (Italia).
Terraza hacia el lago de Como en Villa Melzi, en Bellagio (Italia).Getty

Se podrían cubrir las páginas de este artículo solo con los nombres ilustres que han caído de rodillas frente a la imponente belleza del lago di Como y, en particular, de la ciudad de Bellagio. Por citar solo uno (cuyo síndrome ha dado la vuelta al mundo precisamente por esa razón), Stendhal declaró esta pequeña colina y la vista al lago y a los Alpes como uno de los lugares más hermosos de la tierra en La cartuja de Parma. Pero la nómina incluye a Flaubert, Mark Twain, Thorwaldsen, Shelley, Thomas Mann… Listz y Schubert la llegaron a utilizar como residencia temporal. Todos en realidad alaban lo mismo: esa extraña mezcla entre paisaje mediterráneo y paisaje lombardo. El lago sube sensiblemente la temperatura alpina y por eso admite también una flora más típica del sur. La mezcla compone casi un vivero natural: pino negro de los Alpes convive tanto con el olivo mediterráneo como con el ciprés en una especie de superconcentración italiana.

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Descendiendo por la vía Garibaldi hacia el centro de la ciudad se llega a una de las joyas de Bellagio, la iglesia de San Giacomo, uno de los mejores ejemplos del romanesco del siglo XII, el estilo lombardo equivalente al románico. A pesar de que la familia Sfondrati trató de reconvertirla en una capilla al estilo barroco en el siglo XVI, se restauró tratando de recuperar el estilo original. El resultado es extraordinario. Para no perderse: el impresionante tríptico de Foppa que hay junto a la puerta de entrada, y que puede pasar desapercibido para algún despistado, y el entierro de Cristo de la escuela de Perugino que está junto al altar. La torre de la iglesia era en realidad una de las torres de defensa de la ciudad cuando Bellagio estaba amurallada en la alta Edad Media. Al caer la muralla en el siglo VII se decidió reconvertirla en torre.

Javier Belloso
Vista del lago de Como desde el pabellón de Villa Melzi, en Bellagio (Italia).
Vista del lago de Como desde el pabellón de Villa Melzi, en Bellagio (Italia).Nagy Zoltan

La mejor vista de casi todas las ciudades del lago de Como es desde el lago, y Bellagio no es una excepción. Todas se muestran hacia el exterior en primer lugar, por eso si se desciende hasta el puerto de entrada (navigazione) y se mira hacia arriba sorprende lo distinta que es la perspectiva. Por una elemental cuestión práctica (y meteorológica, son más frescas en verano) las zonas comunes de las ciudades del lago de Como y la mayoría de los mejores restaurantes suelen estar a la altura de la orilla, pero los pueblos se despliegan siempre hacia arriba, entre calles zigzagueantes y empinadas.

Restaurante sobre el lago de Como en Bellagio.
Restaurante sobre el lago de Como en Bellagio.Frank Fell

Resulta curioso que el olor del lago no se manifieste claramente hasta que uno lleva varios días en la zona. De pronto esa descomunal masa de agua que parecía no tener olor se hace presente como una especie de delicado perfume dulzón. Y también sus corrientes. Si se mira con atención se puede ver que el agua cambia sensiblemente de color cada día dependiendo de la luz y de la bruma (que puede llegar a tener una gran presencia también), desde un azul pálido y casi blanco hasta un limpio azul celeste tan brillante como el de una aguamarina.

No hay ciudad del lago de Como que no se precie de tener los mejores jardines. En el caso de Bellagio se llega continuando hasta el final el paseo-costanera que sale del puerto. Se trata de los jardines de Villa Melzi, una villa italiana neoclásica, al estilo de las villas del XIX. A pesar de ser unos jardines que en cualquier otra ciudad habrían gozado de un privilegio extraordinario, tratándose del lago de Como conviene (si se piensa visitar solo uno, el precio de entrada de los jardines suele oscilar entre los 5 y los 10 euros) guardarse un poco las ganas para mejor ocasión, ya que los de Varenna y Cadennabia son sensiblemente mejores.

Tal vez el único inconveniente de Bellagio sea el excesivo flujo de turistas durante las jornadas festivas, pero en realidad no es tan difícil esquivar el trasiego. Basta con trasladarse para buscar alojamiento al puerto de Pescalo (en la misma ciudad de Bellagio), a apenas diez minutos de paseo. Al trasladarse a la otra orilla de la pequeña península se consigue evitar el turismo más pesado y recuperar la calma que parece emanar como una fuente de energía del lago. Pescalo es también el lugar más indicado para alquilar piraguas o botes a un precio razonable y escapar de los asaltos a mano armada de otros puertos, hay ofertas de apartamentos en alquiler y restaurantes más económicos. El poder adquisitivo del turismo medio en el lago de Como es más bien alto, pero eso no significa que no se puedan encontrar, si uno se organiza mínimamente, servicios de calidad a precios asequibles; Pescalo es el ejemplo perfecto de lo que es una ley inmutable en el lago: el sitio de más fácil acceso casi nunca es el mejor, y por lo general es el más caro.

Desde Bellagio el servicio de ferries al resto de las ciudades del lago es excelente y económico. Se puede y en realidad es bastante recomendable, dependiendo del plan, comprar pases de día por un precio de 15 euros. Ciudades como Varenna o Cadennabia admiten una excursión de un día completo, pero hay otras como Bellano, Musso, Dongo o Pianello del Lario que se ven con tranquilidad en una hora y se pueden hacer con calma dos y hasta tres pueblos en un día largo de verano.

Una de las excursiones más recurrentes desde Bellagio es la ciudad de Varenna. Al igual que Bellagio, tiene una posición privilegiada y central en el lago y es sin duda una de las imágenes más pintorescas desde el puerto. Antigua ciudad de pescadores, fue uno de los primeros pueblos en reconvertirse al mercado de los balnearios internacionales a finales del XIX, pero manteniendo íntegra su estructura. La sensación de pintoresquismo podría llegar al borde de lo dudoso, pero lo cierto es que en este caso es auténtica. Varenna es el modélico pueblo con encanto italiano junto al lago. Es casi imposible comer mal y la iglesia románica de San Giorgio (siglo XII) tiene un aspecto imponente desde el exterior, con un fresco de San Cristóbal del siglo XIV que se encuentra entre lo mejor del arte románico que puede ofrecer la ciudad. El interior tiene menos interés, pero con un poco de cuidado uno no se perderá los dos restos de inquietantes frescos sobre el infierno y las almas del purgatorio que hay junto a la puerta de la entrada. En la misma plaza de la iglesia se encuentra también el oratorio de San Giovani, de comienzos del siglo XI.

Escenografía de cine

Una de las calle de la localidad italiana de Bellagio.
Una de las calle de la localidad italiana de Bellagio.Andreas Strauss

A las afueras de Varenna, a unos diez minutos caminando, Villa Monastero es uno de los casos más ilustres de Villas del XIX ajardinadas al borde del lago. En este caso se construyó (de ahí su nombre) en el mismo emplazamiento en el que se encontraba un monasterio del siglo XIII que fue vendido a la familia Mornico a finales del XVI. Los edificios de estas villas (hoy reutilizados para congresos, conferencias y otro tipo de reuniones y celebraciones) no tienen mayor interés pero los jardines son extraordinarios. Los de la Villa Monastero fueron diseñados por el austriaco Walter Kres y parecen una escenografía de Antonioni, uno tiene la sensación de que en cualquier momento se va a dar la vuelta y le va a pedir fuego Monica Vitti.

Desde el mismo puerto de Varenna, hacia la orilla opuesta la mirada se pierde en Caddenabia, el pueblo espejo de Varenna. Desde el exterior no tiene un encanto tan arrebatador, pero se pueden hacer varias excursiones muy interesantes partiendo de allí. En la cordillera prealpina hay cientos de rutas de senderismo de múltiples dificultades, pero casi todas ellas son duras y es difícil encontrar una que sea asequible para todos los públicos. Una de las mejores y de intensidad moderada (unos quinientos metros de altura sobre el nivel del lago) se puede realizar precisamente partiendo de Caddenabia y no lleva más de dos horas en total a paso tranquilo. Se trata de la ascensión a la ermita de San Martino, una de las vistas más espectaculares en altura desde el centro del lago. La capilla se puede ver, de hecho, desde cualquiera de las ciudades del centro del lago, parece una pequeña mota blanca incrustada en mitad de la pared de acantilado.

Para llegar hasta el sendero hay que subir en primer lugar desde Caddenabia hasta el pequeño pueblo de Griante (lleva unos quince minutos) y tiene también su encanto, porque a diferencia de otros pueblos de la orilla, que pueden estar más falseados por el turismo, este se encuentra intacto; allí se pregunta por la piazza de San Rocco, y desde allí y hasta el comienzo del sendero está indicada la dirección que hay que tomar para ascender hacia la ermita. Se cruza primero Carsolina, uno de los barrios de Griante, y al final de la carretera se puede ver el sendero que sube hacia San Martino. Hay un tipo de olores que no se perciben del todo hasta que no se hace una excursión de este tipo, como el de la presencia casi constante del romero, los olmos, los sauces, las hayas…. Una hora más tarde uno está contemplando una de las vistas más sobrecogedoras del lago, rodeado del vuelo silencioso de las águilas y el no tan silencioso de algún que otro hidroavión en cuyo interior lo más probable es que vaya una celebrity internacional, George Clooney, por qué no. Tanto para esta como para cualquier excursión de monte en la zona conviene llevar siempre buen calzado, repelente antiinsectos, protección solar y agua. Los senderos son estrechos y si ha llovido los días anteriores pueden llegar a ser auténticas pistas de patinaje, por eso conviene hacer estos paseos cuando haya habido al menos un par de días de clima seco.

Guía

Cómo ir

La ciudad de Como se encuentra a unos cincuenta kilómetros en coche al norte de Milán por la A9. En tren, desde la estación de Cadorna hay que apearse en la estación Como NordLago. Los billetes pueden adquirirse en la web www.fsitaliane.it.

Cruceros por el lago

En el portal www.navigazionelaghi.it aparecen los horarios con excursiones por el lago, que incluyen, desde Como, lugares como Bellagio (20,40 euros ida y vuelta), Bellano, la isla Comacina, Piona, Varenna y Villa Carlotta. También, en verano, se ofrece un crucero nocturno los sábados que cuesta 25 euros y que puede incluir cena (19,50 euros).
www.italia.it

También desde Caddenabia, pero a unos quince minutos caminando por el paseo del lago en la dirección opuesta a San Martino, está el que probablemente constituya el mejor jardín botánico de todo el lago de Como; los jardines de Villa Carlotta. La villa fue construida en el siglo XVII por el marqués Giorgio Clerici, pero dos siglos después fue comprada por la princesa Marianna di Nassau y donada a su hija Carlotta con motivo de su matrimonio con Jorge II, duque de Sajonia-Meiningen. Se podría escribir un libro completo sobre la fascinación de este último por crear en los jardines de la villa un jardín botánico que fuera, a la vez, un paraíso privado. Solo con la selva tropical que consiguió reproducir en mitad de la villa merecería que su nombre se contara entre las hazañas privadas a la italiana (tipo los jardines de Bomarzo) en los que la pasión bordea sensiblemente la locura. Los jardines de Villa Carlotta se parecen muy poco al modelo de jardines “a la italiana”, planos, junto a la orilla, como un paseo escenográfico, que suelen abundar en la zona. Son, en realidad, algo más cercano a un delirio privado: una parte escalonada de monstruosas acumulaciones de azaleas y rododendros. El propio Kakfa hizo una visita de la que dejó una constancia tan precisa en su diario que todavía hoy, con un poco de paciencia y agudeza visual, se pueden localizar con relativa facilidad los árboles que le fascinaron.

A diferencia de otras villas (cuyas piezas de arte más valiosas han desaparecido por completo) en Villa Carlotta todavía quedan restos de la gran colección de su último propietario, Gian Battista Sommariva, empresario y coleccionista de arte, entre las que se encuentran obras de Canovas, Thorwaldsen y Hayez. No es difícil imaginar a Wagner (uno de los invitados habituales de la casa) asomado a una de esas ventanas y componiendo el comienzo de la cabalgata de las Walkirias ante un atardecer sobre la isla Comacina… tal vez la escena puede parecer un poco excesiva, pero uno no se despierta todos los días en el lago de Como.

» Andrés Barba es autor de la novela Ha dejado de llover (Anagrama).

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