Un hotel de colores

Room Mate Hotels es, probablemente, la cadena más neoyorquina de España..., y parte de Nueva York. En Madrid posee cuatro hoteles, todos situados en el epicentro de la movida, que es como decir en el panel de control del softwaresocial, cultural y turístico de la capital.

Óscar, el último en inaugurarse, es el hijo predilecto de su socio fundador, Kike Sarasola, empresario mediático y agitador en las redes sociales cuando el tiempo lo permite. En su imperio no brilla el sol, sino el arcoíris, donde se amalgaman todas las razones para reconocerse como ciudadano del mundo, viajero cosmopolita y emprendedor impenitente. En su credo, o sea, en la mesilla de noche de sus habitaciones, no se guarda la Biblia, ni en verso, ni la mormona, sino un ejemplar de la Carta Universal de los Derechos Humanos.

Entre Chueca y Gran Vía no podría haber prosperado otra cosa que un hotel gamberro —fue estrenado con grafiteros dibujando en la entrada a ritmo de iPod— y tecnológico —un letrero vertical anuncia el establecimiento en intermitencia de colores—. Tomás Alía, interiorista oficial de la hotelería madrileña más en vanguardia, se divirtió de lo lindo escenificando la psicodelia nocturna en sus muros vítreos, en sus corredores inquietantes, en ese ovni metálico que avisa de la recepción. Incluso en las espaldas desnudas que decoran el interior de las habitaciones, toque escandaloso para la mojigatería burguesa de la ciudad. Esto pide ser Nueva York.

Las habitaciones son, en general, pequeñas, muy pequeñas. Bien insonorizadas, pensadas para aislarse del copeteo nocturno. Unas, teñidas de naranja; otras, de tonalidades eléctricas. Pasillos en fucsias, turquesas, verdes. Sofás deslizantes, muy originales, en las júnior suites. Aunque no escapan al desgaste del tiempo y a unos acabados no muy exigentes en la transformación del viejo inmueble en hotel. Por ejemplo, se detectan ya desconchones en las paredes, cosméticos incómodos de abrir, duchas que no desaguan bien... Como la vistosa de la habitación 703, con salida a la terraza. Aparte de eso, toda una tentación para los sentidos.

Aquí no se viene a dormir, sino a zambullirse en la noche, deambular, holgar, ver y ser visto. En la terraza del ático, por supuesto. Con piscina, camas balinesas y barra de copas donde hacer circuito. Unas de las vistas más regocijantes y crepusculares de Madrid, en espera de que el Ayuntamiento dé vía libre a su reapertura.

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