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VIAJEROS URBANOS

Una mesa de operaciones de 190 años en Londres

En esta ciudad se puede visitar en una buhardilla uno de los quirófanos más antiguos del mundo

La sala de operaciones convertida ahora en museo.
La sala de operaciones convertida ahora en museo.cyesuta/Flickr

Londres es una ciudad de secretos. No importa cuántas veces la hayas explorado: cuando menos te lo esperas, en una callejuela de aspecto tranquilo, aparece una de esas puertas misteriosas que conducen a algunos de los espacios más peculiares de la urbe.

A solo dos minutos del Puente de Londres, el Old Operating Theatre (9a Saint Thomas Street) constituye un ejemplo perfecto de lugar desconocido, aún cuando se cumplen ahora 50 años de su apertura al público. Anunciado por una calavera que cuelga de una torre, esta buhardilla de una iglesia barroca conserva intacta una de las salas de operaciones más antiguas del mundo (data de 1822) y una botica donde se guardan todavía las raíces y plantas que se usaban para elaborar recetas como el agua de caracoles, un preparado para curar enfermedades venéreas a base del molusco gasterópodo.

Bajo las vigas leñosas del tejado a dos aguas, uno siente una mezcla extraña de calidez y horror. El aroma de hierbas secas de cientos de años ha impregnado el ático de un olor silvestre, sin embargo, la sala contigua recuerda con instrumentos originales la agonía de los pacientes, que se sometían a operaciones sin anestesia.

De hecho, la pericia de los cirujanos consistía en aprender a cortar con rapidez. Frente a una grada llena de estudiantes que a menudo pedían a gritos que los ayudantes movieran la cabeza para no perderse detalle, el paciente solo recibía alcohol o algún opiáceo incapaz de dormirle. La anestesia no se usó por primera vez hasta 1846 y la noción de la necesidad de desinfectar todos los utensilios o lavarse las manos no se extendió hasta incluso más tarde.

El poeta John Keats, uno de los aprendices de esta escuela, no llegó a conocer estos avances. Con el título de cirujano-boticario, sus profesores lo recuerdan como poco habilidoso y, en algún caso, “sordo como una tapia y sin demasiado cerebro”. Aunque uno se pregunta si no sería su experiencia en esta sala lo que le llevó a buscar otra profesión más apacible.

La buhardilla del Old Operating Theatre es uno de esos espacios extraños que quizá permanecen mejor en secreto. Al contrario que otros enclaves históricos más conocidos, la atmósfera no se ha supeditado a las comodidades modernas del museo convencional. Su entrada, a través de una escalera de caracol para contorsionistas, sigue intacta para poder imaginar la vida de esos boticarios, conocedores de los secretos de las hierbas y pieles de animales que cuelgan del techo. O de los cirujanos, con sus batas manchadas de sangre reseca. Los utensilios y materiales —probetas, pipetas, semillas de anís, jarros para sanguijuelas— se amontonan también con su vida propia. Un recuerdo de ese espíritu un tanto mágico de la medicina que casi hemos olvidado.

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