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VIAJEROS URBANOS

Toronto despide el barco restaurante Captain John

La vieja embarcación, un clásico turístico en la ciudad canadiense desde los años 70, cerró este verano por deudas

El restaurante flotante Captain John está amarrado en el lago Ontario.
El restaurante flotante Captain John está amarrado en el lago Ontario.Agnieszka Dratwa

El Toronto de los turistas perderá cierta magia a partir de ahora. Uno de los lugares de ocio con más solera de la ciudad y por el que han desfilado miles de visitantes desde que fue inaugurado a comienzos de los años 70, el restaurante flotante Captain John, a orillas del lago Ontario, ha levantado para siempre la pasarela que conectaba tierra firme con la embarcación.

Se cierra así un romántico capítulo que arrancó cuando el crucero más grande y lujoso de Yugoslavia, el 'Jadran', que solía surcar el Adriático y el Egeo, llegó a Toronto después de que John Letnik, un inmigrante yugoslavo que huía de las penurias propias del comunismo, lo comprase al régimen del mariscal Tito por un millón de dólares. Toronto era entonces una ciudad que comenzaba a acoger expatriados de todo el mundo. Letnik decidió montar un restaurante a bordo. El negocio arrasó, se puso de moda y vivó su época dorada durante la década en la que Toronto rompió en la ciudad colosal que es hoy.

Sin embargo, en 1981, una embarcación que circulaba sin luces por el lago Ontario se empotró contra el MS Normac, el primer barco en el que Letnik había montado el restaurante Captain John y que desde la llegada del Jadran hacía las veces de segundo salón. El barco quedó destrozado y hundido tras el accidente. La indemnización con la que el Gobierno compensó al Letnik no fue suficiente y todo empeoró.

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La marcha del Captain John fue perdiendo poco a poco ímpetu. No supo adaptarse al aire  moderno y tecnológico que se apoderó del centro de la ciudad y su espíritu y estética quedaron anclados en un tiempo anacrónico, los años 80. Sin embargo, entre los turistas seguía siendo un filón, parada obligada.

El local empezó a acumular una deuda con el Ayuntamiento que hoy asciende a la disparatada cifra de 500.000 dólares en concepto de impuestos. John mantiene que el barco no ocupa espacio en la ciudad, y por la tanto está libre de pagar impuestos salvo el del punto de amarre y las tasas portuarias. Desde el gobierno explican que si se tratase de una casa ya la podrían haber expropiado y vendido después de tres años sin pagar facturas, pero al estar en el mar, donde la ley es diferente o directamente confusa, el barco flota en un limbo legal. Tan cerca y a la vez tan lejos.

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Aunque el propio John Letnik, de 74 años, vive en el barco, no parece estar muy preocupado. “Sigo flotando”, le dijo a los medios a comienzos de verano desde la cubierta de su nave, cuando le cerraron definitivamente el chiringuito.

Mientras la ciudad decide qué hacer con este retazo de su historia, es el momento de venir a visitarlo. Solo hay que tomar Yonge Street, una de las arterias principales que atraviesan Toronto de punta a punta, y seguirla en dirección sur, hacia el mar, donde va a morir justo a los pies del Captain John, que todavía luce entero y desafiante, mientras el casco se le llena de caracolillos, la pintura se desprende y su fachada, otrora impecable, se enrobina; desbravándose de superficie para abajo y con la proa apuntando a los rascacielos que pueblan el corazón de la ciudad y de los que un día, no hace tanto, salían hileras de clientes a comerse el marisco que preparaban a bordo.

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