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DORMIR

Preludios hogareños

ES PETIT HOTEL VALLDEMOSSA, una casita junto a la cartuja mallorquina

Terraza con vistas en el Es Petit Hotel Valldemossa, en Mallorca.
Terraza con vistas en el Es Petit Hotel Valldemossa, en Mallorca.

Si hay un lugar que imprime carácter en Mallorca, este es Valldemossa. El reclamo original de la isla se gestó durante aquel invierno de 1838-1839 en el que Frédéric Chopin y George Sand vivieron en la cartuja del pequeño pueblo situado en plena sierra de Tramontana. El legado sensible a los valores intimistas del paisaje, la simplicidad rural y los ciclos de la vida movieron a Margarita Morell para enzarzarse en la recuperación de la vieja casa materna, en un extremo de la localidad. Arduo afán que no habría iniciado sin el empujón y las manos en la masa de Gonzalo González, un madrileño huido de las garras de una multinacional a quien ya solo le satisfacía el ladrido de los perros, el aleteo de las mariposas y el rumor del viento sobre los tejados de Valldemossa.

Habitación del Es Petit Hotel Valldemossa (Mallorca).
Habitación del Es Petit Hotel Valldemossa (Mallorca).

Es Petit Hotel Valldemossa

Categoría oficial: sin clasificación oficial. Dirección: Uetam, 1. 07170 Valldemossa (Mallorca). Teléfono: 971 61 24 79. Fax: 971 61 28 48. Internet: www.espetithotel-valldemossa.com. Instalaciones: terraza, salón-comedor. Habitaciones: 8 dobles con calefacción, aire acondicionado, teléfono, wifi. Servicios: no tiene habitaciones adaptadas para discapacitados, animales domésticos prohibidos. Precios: desde 127 euros la habitación doble, desayuno e IVA incluidos. Puntuación: 6,5.

En un par de años, sin estresarse, le dieron un buen revolcón a la casita en cuyos bajos había funcionado la oficina de correos del pueblo. Arriba habilitaron las ocho habitaciones, ni tan acarameladas como esas viviendas icono llenas de espigas, trillos y perifollos rurales, ni tan típicas en su austeridad como muchas possessions insulares ornamentadas con telas de llengos y siurells pintarrajeados. Todas genuinas, tintadas de ocres, alberos y añiles, armadas de piedra desnuda proveniente de las montañas circundantes. Las mismas que se contemplan desde sus generosos ventanales, por supuesto con la cartuja en primer plano.

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Otro detalle que los propietarios no pasaron por alto fue la adecuación de una terraza, que ahora se disputan los huéspedes en cuanto regresan de sus excursiones por la zona, seguramente guiados por González y sus precisos apuntes manuscritos (no por estar reñido con la tecnología, que wifi hay en toda la casa, sino porque le gusta y punto). Aquí, en parte, él y Marga sirven los desayunos a cualquier hora de la mañana. Elaboraciones caseras, honradas, en buen tono y buena música, con las mejores intenciones de agradar. ¿Café y panes también a las dos de la tarde? Por qué no.

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Es cierto que tanta familiaridad confunde al principio. Los recién llegados reciben, aparte de la llave de su habitación, una que da entrada a la casa y que consagra así una libertad total de movimientos, sin molestarse unos a otros. Los dueños casi no aparecen, pero están al quite de cualquier deseo o necesidad. En pocas horas, uno se hace a la idea de estar en vacaciones y de compartir con Gonzalo González y Margarita Morell un mismo aroma de hogar.

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