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ESCAPADAS

El reino radiante del ‘frutti di mare’

Cerdeña, la isla italiana, se percibe como un Caribe del Mediterráneo con sus 300 días de sol

Patricia Ortega Dolz
Playa al sur de la isla de Cerdeña, Italia.
Playa al sur de la isla de Cerdeña, Italia. ÁLVARO LEIVA

Es la isla italiana donde Berlusconi montó Berluscolandia (Villa Certosa) para dar rienda suelta a sus juegos sexuales con sus decenas de velinas, del lugar en el que Flavio Briatore tiene su club más selecto (Billionaire) o donde veranean estrellas de Hollywood como George Clooney. Y muchas veces, por eso, ocupa páginas en periódicos y revistas. Sin embargo, todo ese carnaval de ricos, famosos, paparazis y mirones ocurre en los 55 kilómetros cuadrados de la llamada Costa Esmeralda, que, convertida en reclamo de un turismo de lujo, es solo una pequeña porción de esta isla salvaje y vivaracha, de interminables playas de dunas blancas y aguas salinas de ensueños turquesas. Un pequeño paraíso de calas, rincones intocados y sabores marinos. El reino radiante del frutti di mare. Una especie de hakuna matata (no hay problema) del Mediterráneo. Cerdeña te entra por los ojos y, sin que te des cuenta, se te clava en el corazón. Es amor a primera vista. La ves, te gusta, te quedas y, a la mañana siguiente, sin maquillar, la amas.

Acantilados de Capo Caccia, cerca del Alghero, en Cerdeña.
Acantilados de Capo Caccia, cerca del Alghero, en Cerdeña.A. LEIVA

Llegar desde España es fácil, rápido y relativamente barato con las compañías de bajo coste, que vuelan a los tres aeropuertos de la isla (Olbia, Cagliari y Alghero). Eso sí, conviene no olvidar que estas mismas compañías sobreviven a costa del despiste del viajero, es decir, es imprescindible, si uno no quiere que se le dispare el precio del viaje, leer la letra pequeña y llevar el billete impreso, una maleta de mano con las medidas exactas y no pasarse ni un kilo en el peso del equipaje (son 20 euros por cada kilo de más). Hay vuelos directos a la capital, Cagliari, por 36 euros (ida y vuelta), incluso en temporada alta si se reservan ya. En el mismo aeropuerto resulta fácil alquilar un coche (unos 200 euros —seguro incluido— por una semana) y a correr.

Cerdeña tiene dos historias. Una pasada y otra reciente. En la pasada fue tierra de nurágicos en la edad de bronce, luego fue conquistada por navegantes fenicios, cartagineses y romanos. Tras la caída del Imperio la poblaron vándalos, genoveses y, ya en el siglo XIII, fue tierra de catalano-aragoneses durante casi cuatro siglos (hasta el año 1700, aproximadamente), después de que el papa Bonifacio VIII la cediera a cambio de que cesaran las reivindicaciones de los españoles sobre Sicilia. Y, antes de formar parte del Reino de Italia en 1861, perteneció al ducado de Saboya. De todo ello quedan restos en la isla, desde los nuragas (atalayas defensivas y enclaves sagrados de piedra) que hay diseminados como símbolos de una gigantesca gincana hasta las señales de las calles en catalán que todavía pueden leerse por la ciudad costera de Alghero, al noroeste, o palabras españolas que se siguen manteniendo en sardo (la lengua autóctona), como “ventana” o “mesa” (en lugar de “finestra” o “tavola” en Italiano).

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La historia reciente, en cambio, tiene que ver con un príncipe llamado Aga Khan IV y conocido por sus fieles (los ismaelíes chiitas) como “el imán de la edad atómica” (nació en Ginebra en 1936). Este descendiente directo del profeta Mahoma surcaba el Mediterráneo con su yate allá por 1962 cuando una tormenta le obligó a refugiarse en las costas sardas, concretamente en el frente marítimo de Monti di Mola, en el municipio casi despoblado de Arzachena. Quedó tan maravillado por aquel paraje asilvestrado que decidió montar el Consorcio Costa Esmeralda (aludiendo a las características de sus aguas), una operación urbanística de gran calibre que le cambió el nombre a ese pedazo del noreste de la isla y en la que intervinieron grandes cadenas como Sheraton o The Luxury Collection. El resultado es una especie de parque temático para ricos, con helipuertos, amarres a pie de mansión, campos de golf, tiendas de marcas de lujo, campeonatos anuales de polo, regatas y cosas así… Sin embargo, el resto de la costa sarda que escapó a los planes de Khan sigue siendo casi como aquella que él encontró en 1962. Pueblos poco habitados (siempre se ha dicho que en Cerdeña hay más ovejas que humanos, cuatro millones a un millón, para ser exactos) que esperan la llegada del periodo estival (de junio a septiembre) para ponerse sus mejores galas y seducir con sus naturales encantos a cualquier turista despistado. Ciudades vivaces y simpáticas, como Cagliari, Alghero u Olbia; o pueblecitos playeros como Posada (al noreste) o Pula (al suroeste), dispuestos a acoger y ofrecer lo mejor a cualquiera que venga de fuera.

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La iglesia Stella Maris, en Porto Cervo.
La iglesia Stella Maris, en Porto Cervo.A. LEIVA

01 Una ciudad: Cagliari

Cagliari, la capital, se aparece al viajero como una ciudad volcada al mar. Conserva la impronta de las urbes antiguas (siglo VII antes de Cristo) que fueron estratégicos enclaves marítimos comerciales. Abierta a la brisa marina sin tapujos, mira sus aguas de frente, desde la torre del Elefante y los palacios pisanos del barrio de Castello (la ciudadela medieval) o desde la grandiosa plaza elevada del Bastione Saint Remy. Cagliari se encarama por sus siete colinas buscando la mejor vista. Es una ciudad que sabe disfrutar de sus riquezas naturales, como en general le ocurre a los cerca de 160.000 sardos que la habitan. Tomarse algo en la terraza panorámica del Caffè Libarium puede ser un placer tan tópico como obligado. Del mismo modo que degustar un maravilloso vino sardo (o dos) con sus correspondientes aperitivos en el Antico Caffè y asistir al bullicio de la plaza de la Constitución, uno de los centros neurálgicos de la ciudad. Y nadie debe irse del barrio de Castello sin pararse a tomar un helado o una pizza, o ambos (según la hora y los gustos), en la populosa Piazza Yenne.

Cuesta abajo, a pie, callejuela va y callejuela viene, entre tiendas, trattorias, escaleras, y pequeñas piazzas, el viajero se adentra en el barrio de Marina. Perfecto para comer de día, y para cenar y salir de noche, cuando las puertas de los pequeños garitos se entreabren incitando a la entrada del turista. La noche de Marina recuerda un poco a la Malasaña madrileña de los noventa, tiene algo de canalla y de imprevisto, conserva eso que tantas ciudades han perdido entre los pliegos de sus normativas municipales: la sensación de que la noche vive abierta a que pasen cosas fuera del guión.

Ruinas romanas de Tharros.
Ruinas romanas de Tharros.A. LEIVA

Por último, conviene no olvidarse de la playa urbana de esta luminosa ciudad. Se llama Poetto y basta seguir dirección este desde la marítima Vía Roma, atravesar el barrio de Villanova por el que se ha expandido la ciudad, y toparse con la Sella del Diavola (silla de montar del diablo), una formación montañosa (promontorio de Sant’Elia) con una gran hendidura que enmarca la larguísima orilla de arena tostada. Es disfrutable prácticamente todo el año. Mantiene abiertos sus balnearios (que recuerdan a los de los años cincuenta y sesenta de las playas españolas), su club náutico y su magnífico chiringuito (La Iguana). Lugares, todos ellos, previos a cualquier legislación de costas. Pero Cagliari, como la mayor parte de la isla, no parece haber sucumbido a ninguna burbuja inmobiliaria (de momento).

Y, si aún quedan ganas para un buen homenaje gastronómico, es altamente recomendable tomar la carretera que va de Cagliari a Pula y detenerse a escasos cinco kilómetros, a la altura de Maramura, para pegarse un festín de increíbles mariscos, pastas y arroces al frutti di mare en La Bottega del Mare, un restaurante casi industrial, liderado por Cinzia y Giuseppe, casi a la orilla del mar. Los aproximadamente 40 euros que se pueden pagar (con vino, postre, café y el obligadísimo licor de mirto) valen el mejor sabor de boca con el que uno puede despedirse de esta maravillosa ciudad.

02 Un pueblo: Posada

La sensación al llegar a Posada es la misma que se tiene cuando alguien te cuenta un gran secreto. A dos horas largas por la autovía 131, que va de sur a norte y que une Cagliari con Olbia, el pueblo medieval se yergue sobre una atalaya, como adorando a su castillo (Castello della Fava), disimulando las heridas del salitre y de tantos como lo abandonaron (apenas quedan unas pocas familias viviendo en esas casitas encaladas junto a calles empedradas). Es una preciosa azotea al mar, como la que conserva y mima Antonello Perrone en L’Antico Terrazzo, una preciosa casa de tres plantas convertida en bodega-bar en la que degustar ricos caldos sardos y respirar a placer.

Partida de futbolín en la playa de Santa Teresa de Gallura.
Partida de futbolín en la playa de Santa Teresa de Gallura.A. LEIVA

A los pies de la colina ha crecido un pueblecito de casas más bien bajas, algo destartalado pero vivaz. Merece la pena acudir al atardecer al pequeño puerto pesquero-deportivo a la llegada de los barcos para ver la pesca de la giornata. Y, después, cenar a placer en La Colmena, un acogedor local regentado por Davide frente a los puntos de amarre del puerto. Disfrutar de un pescado excelentemente cocinado y tomarse una copa después, junto a los divertidos lugareños que frecuentan su barra.

Por último, no conviene irse de Posada sin pasar por su salvaje playa de dunas. Probar sus aguas y llevarse un poco de esa sal pegada al cuerpo, camino de cualquiera de las encantadoras localidades limítrofes, como puede ser San Teodoro, donde se encuentra L’Esagono, un hotel-restaurante en el que uno puede tomarse algo en la terraza mojándose prácticamente los pies en el mar: obsceno.

03 Un litoral: la Costa Verde

Entre dunas y acantilados, la llamada Costa Verde, en el suroeste de la isla, es un ejemplo viviente de la cantidad de recovecos que tiene Cerdeña. Pese a sus aparentemente manejables dimensiones, resulta difícil acabársela, siempre hay un sitio recóndito al que ir y del que volver por carreteritas estrechas y delimitadas por árboles y arbustos que desembocan directamente en el mar. Inmensas playas blancas en las que se pierde la vista. Desde Cabo Pecora hasta Marina di Arbus, pasando por las increíbles aguas de Piscinas, aparecen en el camino poblaciones costeras colorineras, impresionantes calas abandonadas con decadentes edificios comidos por el óxido que un día fueron grandes hoteles de lujo como en Marina de Arbus o colonias de nueva generación de chalets como Torre del Corsario. Y, en el camino, por la carretera que perfila la costa, albergues con encanto como el que regenta Bruno, Il Giardino B&B, un paraíso en el que detenerse y paladear la felicidad.

Guía

Cómo llegar

» Ryanair (www.ryanair.com) tiene vuelos directos a Cagliari y Alghero desde Madrid, Girona, Sevilla y Valencia. La tarifa más barata para un billete de ida y vuelta entre Madrid y Cagliari es de 37 euros (para salidas en fechas concretas de septiembre, reservando ahora).

» Easyjet (www.easyjet.com) vuela sin escalas entre Madrid y Olbia, Un billete de ida y vuelta en agosto cuesta desde 161 euros.

» Grimaldi Lines (www.grimaldi-lines.com) enlaza por mar Barcelona y Porto Torres, al noroeste de Cerdeña, con la opción de viajar con el coche. Un pasaje de ida y vuelta para cuatro adultos y un coche cuesta en agosto 612 euros en total.

Comer

» Pizzería Bella Napoli. Piazza Civica, 29. Alghero. Una de las mejores pizzas. Unos 15 euros.

Información

» Turismo de Cerdeña (www.sardegna.com). En español, con información sobre vuelos, visitas, restaurantes y ofertas de alojamiento.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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