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Reportaje:ESCAPADAS

El museo de los pequeños horrores

Los métodos de control de la Stasi, al descubierto en Leipzig

Hay museos y museos. En Leipzig (Sajonia), en el corazón de la antigua Alemania comunista (RDA), hay uno modesto, sin grandes alardes expositivos, de escasa extensión y una humilde gerencia; sin embargo, toda una concepción del mundo está enterrada allí, escenificando el fracaso de un complejo sistema político y filosófico. Es el museo Runde Ecke, ubicado en las antiguas oficinas locales de la Stasi.

Gracias a películas como La vida de los otros (Das leben der anderen, 2006), de Florian Henckel von Donnersmarck, el gran público se ha familiarizado con los peculiares métodos del Ministerium für Staatssicherheit, la siniestra oficina de seguridad del Estado conocida popularmente como Stasi. En el filme hay un personaje, el capitán Gerd Wiesler (interpretado por el actor Ulrich Mühe, fallecido el pasado mes de julio), que quizá no represente fidedignamente a ese ejército de burócratas sin alma, pero cuyos rasgos de humanidad vacilante le confieren la rara capacidad de sintetizar las contradicciones de su época.

En la tarea de espiar al escritor Georg Dreyman (Sebastian Koch), Wiesler se erige en un ambiguo Deus ex machina que evolucionará -a la par que el propio Dreyman- desde el fanatismo sin resquicios a la franca simpatía por la disidencia prooccidental. Sentado en su palco asistiendo en directo a la vida de un escritor favorecido por el público y también por el amor, este oscuro oficinista comprenderá que la vida es aquello que sucede extramuros, al margen de la ideología oficial. No creo que hubiera muchos Wiesler en la Stasi, quizá porque lo humano fue una excepción en la humanidad vacilante del siglo XX. Hay que ir al Museo de Leipzig, hay que recorrer minuciosamente sus pequeños cuartuchos y observar los tristes instrumentos que servían para controlar a la población, para olisquear sus humores, para indagar en sus lealtades y en su correspondencia.

La rabia dormida

Leipzig es un buen lugar para albergar un museo de este tipo. Durante las revueltas contra el régimen en 1953, muchos de sus habitantes ya se jugaron el tipo. En 1989 volvieron a liderar la marcha de la libertad aprovechando el servicio vespertino en la iglesia de San Nicolás, esa belleza evangélica que tuvo a Bach de director de coro y organista entre 1723 y 1750. Arrullados por esa música petrificada, como una emergencia interior, 70.000 personas se manifestaron por la libertad el 9 de octubre de 1989. Sorprendentemente, el ejército y la policía se vieron absolutamente incapaces de alzar un solo dedo contra ese concierto de rabia dormida. Fue el principio del fin de la RDA. En noviembre cayó el muro en Berlín, y en diciembre, el BürgerKomitee de Leipzig ocupó el edificio conocido como Runde Ecke para impedir que se destruyeran sus archivos. Era el final de la Stasi.

Leipzig tiene muchos otros museos. El de Historia de la Ciudad, el de Bellas Artes, el de la Imprenta, el de Bach..., sin olvidar ese titánico mausoleo erigido en las afueras para conmemorar la Batalla de las Naciones (1813), inicio del ocaso de Napoleón. Ninguna de estas citas con la historia, sin embargo, tiene las connotaciones emocionales atesoradas en Runde Ecke. Si nos bajamos del tren en la imponente estación ante la plaza de Willy Brandt, podemos recorrer lo esencial de un centro urbano razonablemente salvaguardado hasta llegar a nuestra cita con lo más sórdido del pasado inmediato. Bajando por la calle Nicolás -que en tiempos fue un asentamiento de comerciantes judíos-, dejaremos a nuestra izquierda la iglesia emblemática que lleva el nombre de su santo y sortearemos las mesas de las pizzerías donde parejas de japoneses evocan un exotismo global, en ruta hacia la plaza del mercado, frente a la cual una pequeña estatua, informada por una ironía malévola, representa un grotesco homínido que levanta al tiempo un brazo con el saludo romano y otro con el puño cerrado. Bordeando la iglesia de Santo Tomás, rodeada de evocaciones de Bach, sólo unos pocos metros nos separarán del edificio del Runde Ecke, que debe precisamente su nombre a la esquina que ocupa en el perímetro de la ciudad histórica.

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Entre 1950 y 1989, este edificio, originariamente construido para una compañía de seguros, había albergado el mayor depósito de información secreta de la zona de Leipzig. Aquí se guardaban las cintas, las fotografías, las cartas privadas de una población permanentemente delatada. Actualmente, los archivos son públicos y pueden visitarse. En la primera planta, la exposición permanente Stasi. Poder y banalidad se ofrece como un recordatorio perenne de las cumbres que puede escalar la obtusa mediocridad del ser humano.

Víctimas ante el televisor

No es un museo con grandes alardes. Unos televisores vetustos, en un pequeño vestíbulo, reproducen cintas de la época capaces de hipnotizar la atención de unos pocos espectadores íntimamente conmovidos. No son los turistas los más asiduos visitantes de este espacio; son las propias víctimas de la Stasi, aquellos a quienes la dictadura robó su juventud, los que acuden, como en un ritual insoslayable, al reclamo de estas imágenes agónicas, con los rostros y la jerga que el tiempo se encargó de fosilizar.

Un estrecho pasillo, de no mucho más de cien metros, separa el museo en dos partes. A la derecha, los cubículos de los burócratas tal como eran; a la izquierda, el inventario de su material y las oficinas de la dirección. Entre estos espacios conservados tal como la historia los congeló (con su extraña capacidad de sugerir inmediatamente una enfermiza atmósfera kafkiana) hay una oficina prototípica y también la celda donde los acusados esperaban el juicio.

La parte más jugosa, sin embargo, la constituyen las minuciosas vitrinas que recolectan toda clase de objetos utilizados por la policía secreta, de los uniformes y los fusiles de entrenamiento a los utensilios de maquillaje, de los frascos para preservar olores a las máquinas para falsificar documentos, los sistemas de intercepción telefónica y postal, los magnetófonos, las cámaras. Muchos de estos artefactos sólo se han preservado aquí en Leipzig.

El recorrido puede completarse fuera de la ciudad, visitando un búnker de la Stasi -construido entre 1968 y 1972- cerca de Machern. Este claustrofóbico equipamiento, de 1.435 metros cuadrados, contaba con 120 empleados permanentes, más dos oficiales de enlace de la KGB. Sus objetivos eran asegurar la pervivencia de los mecanismos del ministerio en caso de amenaza nuclear.

Pero no podemos abandonar Runde Ecke sin fijarnos en una irónica vitrina que, en el pasillo, muestra otra clase de testimonios: son los banderines, las gorras, los llaveros, los relojes y las tazas de porcelana pintarrajeadas con el escudo de la antigua RDA o de la propia Stasi, una panoplia de objetos muy buscados ahora por los turistas y también por algunos de los antiguos súbditos del paraíso proletario, esos que rezuman lo que se ha dado en llamar ostalgie (nostalgia del Este).

GUÍA PRÁCTICA

Visitas e información- Museo Runde Ecke (0049 341 961 24 43; www.runde-ecke-leipzig.de). Dittrichring, 24. Abre de lunes a sábado, de 10.00 a 18.00 (cerrado del 23 al 26 de diciembre). Entrada gratuita. Visita guiada, tres euros.- Búnnker nazi de Machern (www.runde-ecke-leipzig.de). A unos 30 kilómetros de Leipzig. Abre cada último sábado y domingo de mes; de 13.00 a 16.00. El interior se puede visitar sólo con guía; tres euros.- Turismo de Leipzig (0049 341 710 42 60; www.lts-leipzig.de).- www.leipzig-sachsen.de.- www.alemania-turismo.com.

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