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Fin de semana

Riotinto, tarta de zanahoria para extraterrestres

Las minas de cobre onubenses sorprenden por su riqueza geológica, su cromatismo y el legado que dejaron los ingleses

Corta Atalaya (1.200 metros de largo y 350 de profundidad), en las minas de Riotinto.
Corta Atalaya (1.200 metros de largo y 350 de profundidad), en las minas de Riotinto.José Arcos Aguilar

Si aquellos gentlemen de finales del XIX hubiesen descubierto el jamón, quién sabe qué sería hoy del té de las cinco de la tarde. En lugar de instalarse en este espectacular territorio rojizo, yacimiento milenario de cobre, azufre, pirita, oro, plata y media tabla periódica más, hubieran podido pasar de largo, hasta llegar a Jabugo, en la sierra de Huelva, donde el filón es ibérico y de bellota. Sin reparar en el sabor de este monumento gastronómico que ilumina toda visita a la provincia, los británicos que llegaron al nacimiento del río Tinto encontraron un sentido a la vida en el subsuelo, un paisaje que hoy es capaz de dejar boquiabierto al viajero del siglo XXI.

Máquina de ferrocarril abandonada en las minas de Riotinto.
Máquina de ferrocarril abandonada en las minas de Riotinto.

Minas de Riotinto (4.000 habitantes; el triple hace un siglo) mantiene el aire de ciudad jardín. Este enclave rico en minerales, explotado desde antes de Tartessos por todas las culturas peninsulares, tiene capítulo propio en la historia urbanística y minera española. A la entrada del pueblo, viniendo desde Huelva capital, sorpresa: el barrio de Bella Vista, espléndida colonia de edificios victorianos de tres plantas, bien conservados, habitados, construidos alrededor del club inglés, centro de recreo y deporte de los ingenieros y sus familias. La casa número 21, de 1883, mantiene un pequeño y simpático museo de arqueología de la clase pudiente británica que llegó a España poco dispuesta a mezclarse con los lugareños.

Guía

Información

» Parque Minero de Riotinto (parquemineroderiotinto.es; 959 59 00 25). Entrada al museo y visita a Peña de Hierro, 9 euros (incluyendo un viaje en tren minero, la entrada cuesta 17 euros).

» Oficina de turismo de Huelva (www.turismohuelva.org).

» www.aytoriotinto.es

» Turismo de Andalucía (www.andalucia.org).

El enclave original se fue trasladando al actual desde principios del siglo XX porque, debajo del primer emplazamiento, los ingleses, que pagaron en 1873 a la Primera República Española 93 millones de pesetas por la concesión a perpetuidad de la explotación minera, descubrieron un yacimiento importante. La empresa removía el lugar a su antojo y, con el apoyo de las fuerzas de orden público españolas, reprimió todo intento de mejorar unas condiciones de salubridad lamentables incluso para los estándares decimonónicos. Las teleras (piras en las que ardía el cobre para purificarlo dejando nubes tóxicas irrespirables) provocaron la revuelta de los jornaleros el 4 de febrero de 1888, El año de los tiros. Esos ecos (recobrados por la novela El metal de los muertos, de Concha Espina, y por el filme El corazón de la tierra, de Antonio Cuadri, sobre la obra de Cobos Wilkins) llegan hasta las paredes del antiguo hospital británico, hoy Museo Minero Ernest Lluch (primer patrono de la Fundación Riotinto).

Entre familiar y abandonado, el museo da respuesta a muchas preguntas. La reproducción de una mina romana, el vagón del marajá (una reliquia con origen regio; no se entiende Riotinto sin el ferrocarril) y, sobre todo, los archivos, con sus fotografías entre etnográficas y fantasmagóricas, dejan una sombra de melancolía que las frías colecciones de minerales no ayudan a templar. Para eso hay que salir al encuentro de los tonos cobrizos únicos en los alrededores de este paraje objeto de estudio de la NASA por sus similitudes con Marte y cumbre mineral de la Faja Pirítica Ibérica, que no es un producto adelgazante sino el nombre geológico de un rectángulo que va desde Sevilla a Portugal y de la costa onubense a Extremadura.

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Pirámide boca abajo

El mirador Cerro Colorado, en una zona de reciente trasiego (el cobre está por las nubes, se ha autorizado la nueva explotación minera y vuelven las empresas), ofrece una vista espectacular de estas explotaciones a cielo abierto: el suelo se abre a nuestros pies y las capas de la tierra se cortan como porciones de tarta de zanahoria. La palma se la lleva la mina Corta Atalaya: una pirámide boca abajo, hueca, de dimensiones extraterrestres, que corona un paisaje que merece la pena atravesar en una pequeña locomotora del siglo XIX, en paralelo al río hasta Peña de Hierro, en la vecina Nerva, donde nace el Tinto, en un curioso viaje turístico donde lo industrial y lo ecológico van de la mano.

Javier Belloso

Perdido su influjo, de capa caída su potencia industrial (las minas volvieron al Estado español en 1954), el dominio británico triunfó en lo aparentemente más trivial: el fútbol. Aquí, en Bella Vista, tras la construcción del club inglés en 1878, nació el Rio Tinto Football Club, primero de España. Nunca se federó, y por ello el decano del fútbol español es el vecino Huelva Recreation Club, que acaba de cumplir 125 años como Recreativo, el Recre, hoy en crisis como la minería. Frente al teatro de la localidad, el coqueto campo del Balompié Riotinto, heredero del club primigenio, mantiene cierto aire de miniestadio inglés, incluso encalado de blanco nuclear. Ajenos al pernil, los británicos escogieron la extraña belleza de Minas de Riotinto. Y dejaron un legado palpable. Eso sí, con más bellotas y menos sulfatos, quizá ahora la Riotinto Company Limited, fundada aquí en 1873 y hoy convertida en la multinacional Rio Tinto Group, no hubiese tenido que vender su señorial sede londinense al mismísimo Amancio Ortega el año pasado. Con lo que ellos habían sido. Tal vez el jamón ibérico hubiera podido salvar al Imperio Británico.

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