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Extra Viajes en Tren

El origen del Nervión

Nos adentramos, en tren, en Bizkaia, en los alrededores de Orduña, en busca del nacimiento del río que desemboca en Bilbao

Sierra de Sálvada, en Orduña, en Bizkaia (País Vasco).
Sierra de Sálvada, en Orduña, en Bizkaia (País Vasco). Gonzalo Azumendi

El río Nervión guarda en sus primeros tramos de vida un gran secreto: sus aguas todavía blancas y cristalinas saltan al vacío desde unos 250 metros. Remontamos su curso antes de que muera en la ría de Bilbao para comprobarlo y descubrimos las fronteras de Bizkaia entre bosques, viñedos de txakoli y grandes paredes de roca. El tren será nuestro aliado en la ruta hacia Orduña, población de unos 4.000 habitantes, para caminar después dos horas, en paralelo al cauce, hasta el cañón salvaje de Délica, en Álava. En invierno, el río salta en forma de cascada; en verano ofrece la posibilidad de caminar por su garganta sin mojarse. Como es octubre y pronto llegarán las lluvias, optamos por romper el secreto del principal río de los bilbaínos a pie.

Acudimos pronto a la estación de tren de Abando para poner rumbo a Orduña, sin prisas, como lo hacen al año sus más de 10.000 visitantes, de los cuales el 40% coincide con nosotros: viajan en tren y con las botas de monte bien puestas para ascender al monte Txarlazo (993 metros) y recorrer alguna de sus cuatro aldeas. Las visitas guiadas por el casco histórico de Orduña, las catas de txakoli en la bodega Gure Ahaleginak y el santuario de La Antigua buscan distraernos de nuestro objetivo, pero prometemos volver pronto. Hoy lo que queremos es pisar el río.

Javier Belloso

En la oficina de turismo nos aseguramos de que el caudal sigue seco todavía. Salimos del centro de Orduña por el carril bici en dirección a Délica con paso decidido. Cuarenta minutos y ya hemos cambiado de provincia. Ahora nos encontramos en Álava.

Atravesamos Délica por su plaza y cruzamos las vías del tren por debajo de un gran puente de piedra hasta un merendero. Ahora sí, en medio de un bosque nos adentramos hacia el cañón, entre altas paredes de roca y rodeados de vegetación. Diferentes caminos a derecha y a izquierda nos dan opciones para avanzar, pero todos en algún momento atraviesan el curso del río. El esqueleto del caudal dibuja en las piedras unas veces secos remolinos, otras veces pozas y pequeños saltos. Nos podemos imaginar su fuerza mientras evitamos caernos o meter la zapatilla en un charco de agua estancada.

El circo de roca de la sierra se estrecha cada vez más alto, cada vez más salvaje. El agua comienza a oírse. Por estas fechas, el río no cae en la cascada, filtrándose por las rocas entre húmedas paredes de musgo. De pronto, ahí está el secreto: una gran muralla de 250 metros proyecta su sombra sobre nuestras cabezas. Las piedras que ha expulsado la sierra nos impiden avanzar, a pesar de que hemos escalado alguna de ellas. Llevamos dos horas y media caminando olvidándonos de que partíamos de un ruidoso Bilbao junto a una oscura ría para llegar a unos parajes en los que nos desafía la tranquilidad de umbríos hayedos como el del monte de Santiago. Ahora nos sentamos a disfrutar del espectáculo natural. Trataremos de volver en invierno, en la época del deshielo, para contemplar la rugiente cascada en su impresionante caída vertical. La ría que vertebra Bilbao recibe de este rincón gran parte de su caudal, de un río que nace en Álava y arranca su vida con este gran salto de agua en los límites entre Álava y Burgos. Y es que en Bilbao hasta los ríos escogen dónde nacen.

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