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“No dormimos tranquilos hasta que supimos que el asesino había muerto”

Múnich trata de recuperar el pulso mientras resuenan las historias de los que vivieron de cerca el ataque y salvaron su vida por minutos

La policía alemana custodia el McDonalds atacado el viernes por David. S., de 18 años.Vídeo: JOHANNES SIMON (GETTY IMAGES) / EFE
Álvaro Sánchez (Enviado Especial)

Múnich encaja el golpe con entereza. El ataque que este viernes costó la vida a diez personas, entre ellas su autor, David Sonboly, un joven germano-iraní de 18 años, ha dejado escenas de terror que sus habitantes tardarán en olvidar, pero el día siguiente, el luto se vive con desazón y tristeza sin que sus calles se transformen en un territorio blindado por las fuerzas de seguridad como ha sucedido anteriormente en París y Bruselas. La ausencia de control alguno para entrar en la comisaría en la que los jefes de la cúpula policial bávara han explicado la aparente falta de lazos entre el asesino y cualquier organización terrorista, y la escasa presencia de agentes patrullando las calles, es tan notoria que sorprende pensar que ayer mismo la ciudad fuera un ir y venir de sirenas.

Y lo fue. Entre ellas se movió Nadine Zweiner, de 41 años, que vive a apenas 200 metros del lugar de la masacre. "Estaba con mi hija en el centro comercial y nos fuimos diez minutos antes de que empezara el tiroteo", cuenta junto al cordón policial que impide el acceso a la zona. Ello le permitió escapar de cualquier peligro pero no de ser testigo de los efectos de las ráfagas de disparos que resonaron cerca de donde se encontraba. "Los tiros empezaron y la gente salió corriendo... Todo el mundo estaba muy nervioso", recuerda esta fisioterapeuta muniquesa junto a su hija de ocho años. Las horas que siguieron al ruido de las balas las pasó encerrada en casa junto a sus otras dos hijas, su marido, y un amigo y su familia, que pasaron la noche con ellos debido a la suspensión del servicio de transporte público y la orden de las autoridades de no pisar las calles por la amenaza de que hubiera tiradores sueltos.

Ante la cercanía de su vivienda al centro comercial, la propia policía atravesó el jardín de Nadine y llamó al timbre para preguntarles si habían visto a algún sospechoso. Tras su respuesta negativa, les recordaron que no debían abandonar la casa y siguieron su ruta por otros pisos de la zona. Los minutos pasaron con las ventanas cerradas a cal y canto y los ojos fijos en la televisión para saber el destino de esos tres tiradores de los que en un principio se hablaba y que podían estar merodeando su hogar. El alivio no llegaría hasta más allá de la medianoche. "A la 1.30 de la madrugada, cuando informaron de que había un único asesino y había muerto, pudimos dormir tranquilos".

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Como en el caso de sus invitados, el recuerdo de la matanza se asociará para muchos habitantes de la ciudad a la noche en que debieron improvisar un lugar donde conciliar el sueño. A la iniciativa que se extendió a través de Twitter de vecinos que ofrecían sus casas a aquellos que, lejos de sus viviendas y sin transporte disponible, se encontraban tirados en la calle, se sumaron las puertas abiertas de las mezquitas de la ciudad y el uso de instituciones públicas como refugio. Vera Reetberter, estudiante de tecnología de 26 años, lidiaba con los barriles de cerveza de un lado a otro durante la celebración del 500 aniversario de la ley de pureza de la cerveza bávara, un evento en el que participaban 100 cervecerías de la región y que llevaban preparando durante meses. Unas horas después de su comienzo estaba encerrada en un edificio público junto a decenas de personas que huyeron ante la amenaza de los tiradores y que acabaron pasando la noche en un hotel.

Pero los disparos de Sonboly no solo sembraron el pánico. Desde que se conociera la matanza, parte de la sociedad alemana aguardaba más datos sobre el agresor para extraer conclusiones políticas según su filiación islamista o de extrema derecha, las dos alternativas que se barajaban y que de momento la policía descarta. La líder xenófoba de Alternativa para Alemania (AfD), Frauke Petry, publicaba una fotografía con ambulancias y furgones policiales en redes sociales para proclamar que esa era la nueva normalidad que le espera al país, mientras entre algunos ciudadanos musulmanes el deseo era que el ataque no tuviera motivaciones religiosas. "¿Te imaginas lo que eso supondría para los musulmanes?", preguntaba temeroso este sábado un taxista turco que prefería ocultar su identidad para no enfadar a nadie. "Me gustan los alemanes. Esta ciudad es muy segura", añadía.

Nadine Zweiner con su hija de ocho años en las inmediaciones del lugar del tiroteo en Múnich.
Nadine Zweiner con su hija de ocho años en las inmediaciones del lugar del tiroteo en Múnich.Á. S.
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Otro compañero de profesión, Yamam Qader, nacido en Kabul hace 52 años pero hoy con nacionalidad germana, llegó como refugiado a Alemania hace más de dos décadas huyendo de los radicales religiosos por su militancia antiislamista, pero hoy asume el ideario de los que rechazan la llegada de más refugiados: "Merkel abre las puertas a los terroristas", critica. El espíritu de concordia que rodeó la llegada de los primeros refugiados a Alemania, cuando multitud de ciudadanos acudieron a la estación de tren a recibirlos con mantas, juguetes y ropa y las autoridades tuvieron que pedir el fin de las donaciones porque no se daba abasto, parece haber quedado opacado por la nueva dialéctica del miedo que las formaciones populistas tratan de explotar.

Pese a ello, las calles de Múnich dejaron de ser este sábado el desértico escenario que un solo hombre impuso en la noche del viernes para seguir acogiendo a miles de transeúntes. Entre ellos Vera Reetberter, la estudiante que hoy retiraba los barriles de cerveza triste y resignada pero aprobando que no es momento de celebración, y la hija de ocho años de Nadine Zweiner, que volvía a sonreir junto a su madre y a la que intentan transmitirle que el peligro ha pasado: "Le explicamos que ya puede mirar por la ventana sin problema".

Unos jóvenes desmontan una feria de cerveza en Múnich.
Unos jóvenes desmontan una feria de cerveza en Múnich.Á. S

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez (Enviado Especial)
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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