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Memorias de Ceuta

La ciudad española es el destino preferido desde la infancia para la galerista Asela Pérez Becerril.

Desde Espacio Valverde, su galería de arte madrileña, programa exposiciones y aún le queda tiempo para coordinar Casa Leibniz, ciclo de conversaciones entre creadores que se celebra en Arco cada año. Su destino favorito desde niña es Ceuta.

¿Cómo eran esos viajes de infancia a la ciudad?

De pequeña no me situaba cuando llegaba allí a visitar a mis abuelos; veía cosas rarísimas. La escenografía ceutí estaba al margen de cualquier cosa relacionada con mi cotidianidad madrileña. Nada más llegar hay un puente, lo cruzas y ves el foso y la muralla. Ceuta, que es una península chiquitita, era también una ciudad de presidiarios.

¿Le gustaba la experiencia del ferri desde Algeciras?

Sí, sobre todo cuando era un ferri oxidado maravilloso, muy de película de Fellini. Podías ir en la cubierta, que tenía una barandilla. Ahora se parece más a un patín: va cubierto, con salas de máquinas tragaperras… Siempre ves delfines y, de un tiempo a esta parte, a veces alguna patera, lamentablemente.

¿Hay planes que repite en sus visitas?

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Siempre subo al monte Hacho. Allí hay un restaurante llamado Oasis donde puedes comer recetas marroquíes muy ricas. Y hay unas vistas fabulosas.

Se verá Marruecos desde allí.

En concreto, los montes de Marruecos, con un perfil muy claro en forma de mujer muerta. Se ve desde abajo, a lo lejos, con las manos juntas.

Cuénteme algún atractivo más de la ciudad.

Muchos: la arquitectura, que define muy bien su esencia. Es muy mediterránea, en tonos ocres, naranjas, y también mucho blanco. Y un paseo interesante es el de las balleneras antiguas. Son unas ruinas: explanadas gigantes con bañeras de cemento donde arrastraban las ballenas y las despedazaban.

¡Qué inspirador!

Y tanto. Siempre pienso que habría que hacer en Ceuta alguna actividad literaria, invitar a escritores para que conocieran la ciudad y pasasen un tiempo allí.

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