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El circo brilla en Salé

La escuela nacional circense de Marruecos, bautizada como Shems’y, acoge y forma a niños en situación de precariedad en el arte de la acrobacia

Uno de los espectáculos del festival de circo Karacena, en la ciudad marroquí de Salé, a cargo de los alumnos de la escuela Shems’y.
Uno de los espectáculos del festival de circo Karacena, en la ciudad marroquí de Salé, a cargo de los alumnos de la escuela Shems’y.I. Eléxpuru

Ubicada en una alcazaba defensiva de los siglos XVII-XVIII que mira al océano Atlántico en el barrio de Sidi Moussa de Salé, la escuela nacional de circo de Marruecos se llama, sencillamente, Shems’y (Mi sol). Un circo en el que niños y adolescentes aprenden el arte de la acrobacia y el malabarismo, pero también valores como la superación personal, la dignidad y el esfuerzo. Cada dos años, además, el sol de la magia, la ilusión y las sonrisas se apodera de las calles en la ciudad marroquí durante el Festival Karacena, que este año se celebró durante el pasado mes de agosto. Y es que el circo Shems’y es mucho más que una escuela: se trata de uno de los proyectos de carácter social más exitosos y originales del país alauí.

Alumnos de Shems’y, la escuela nacional de circo de Marruecos, durante un espectáculo de acrobacia en Salé.
Alumnos de Shems’y, la escuela nacional de circo de Marruecos, durante un espectáculo de acrobacia en Salé.I. Eléxpuru

La iniciativa surgió en 1994 gracias a un grupo de personas deseosas de contribuir al desarrollo de los niños en situación de precariedad. De esta inquietud nace la asociación AMESIP, bajo la que se engloba la escuela nacional de circo y otros proyectos igualmente interesantes, como la Escuela de las Artes Culinarias; un agradable local abierto al público y situado frente al circo, en el que saborear el menú de demostración diario a muy buen precio, o un té con hierbabuena contemplando el horizonte atlántico.

La doctora franco marroquí Touria Bouabid, que formaba parte de este grupo de filántropos, conoció en Francia a la célebre artista Annie Fratellini, quien le ayudó a impulsar la creación de una escuela de circo marroquí en 1999, para cobijar a los muchachos de la calle que despuntaban en la práctica de la acrobacia. Un arte ancestral en Marruecos que se articula mediante cofradías y tiene un carácter combativo conocido como Rma (los combatientes). El origen eran las enormes pirámides humanas que servían para otear las posiciones enemigas por encima de las murallas, e incluso asaltarlas.

La escuela circense Shems’y acoge y forma desde 1999 a niños de la calle en Salé, Marruecos.
La escuela circense Shems’y acoge y forma desde 1999 a niños de la calle en Salé, Marruecos.I. Eléxpuru

Dinámica de recuperación

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“Constaté que la mayoría de los niños de la calle de Rabat y de Salé procedían de este barrio, Sidi Moussa”, explica una convincente Touria Bouabid. “Así que decidí fundar la escuela aquí mismo. Esto ha creado una dinámica de recuperación, que no solamente atañe a los críos, sino al propio barrio”. En efecto, la escuela nacional se rodea del recién rehabilitado paseo marítimo, que ha devuelto a los habitantes de esta ciudad deprimida un precioso espacio para el asueto y el esparcimiento.

La alcazaba defensiva que acoge la escuela Shems’y fue construida en época del sultán Muley Ismael para protegerse del corso. Bajo sus carpas, los niños que muestran destreza en las distintas modalidades circenses reciben clases de alfabetización y cultura general preparatoria, para luego estudiar durante tres años y recibir un diploma de formación profesional. En la escuela no solamente aprenden las técnicas de la acrobacia, la cuerda floja, los aros, el equilibrismo o el malabarismo; también valores como la convivencia y la autoestima. Se trata de una formación individualizada –un profesor por cada dos alumnos– que, desde el 2009, ha pasado de tener un carácter local a tener un marcado talante internacional, en el que se interactúa con otras escuelas extranjeras, como las de Annie Fratellini y Rosny sous-Bois, en Francia, entre otras.

Acrobacias durante el pasado festival de circo de Karacena, en la ciudad de Salé, en Marruecos.
Acrobacias durante el pasado festival de circo de Karacena, en la ciudad de Salé, en Marruecos.I. Eléxpuru

Durante este pasado mes de agosto se celebró la edición de Karacena 2016; una explosión de alegría, pericia y reivindicación social, que se desbordó durante diez días en las carpas, las explanadas del paseo marítimo, los parques, la nueva marina de lujo y la playa. Con títulos tan sugerentes como Al modo de las cigüeñas, Tarft l’khobz (pedazo de pan), Henna, o Charivari ecuestre, entre otros, los diferentes espectáculos –algunos de ellos organizados en colaboración con la escuela Nacional de Rosny-sous-Bois– permitieron a distintas promociones de muchachos y muchachas marroquíes y franceses dar rienda suelta a su habilidad, pero también a sus inquietudes, problemas y esperanzas en este mundo convulso y globalizado, expresándolos mediante historias y coreografías contemporáneas en una intensa experiencia multicultural.

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