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escapadas

El nuevo corazón de París

La Canopée de Les Halles, el Museo Picasso y el de Victor Hugo, tres puntos neurálgicos en Le Marais

La Canopée, del arquitecto Patrick Berger, nueva cubierta del Forum des Halles, en París.
La Canopée, del arquitecto Patrick Berger, nueva cubierta del Forum des Halles, en París.Frederic Stevens/getty

Sin duda es el distrito más dinámico de París. Antes de que el postureo gay lo pusiera de moda, ya era sede de reclamos culturales de mucho peso, además de galerías de arte o tiendas elegantes. En eso, el barrio de Le Marais no hace sino acentuar unos rasgos que le caracterizan de antiguo. Desde el siglo XVII fue un territorio aparte, señorial y sólido, trabado por hôtels (palacetes) que se han conservado en abultado número; con sus arcos ampulosos de entrada, sus patios y jardines interiores, sus cercas herméticas que dotan a las callejas circundantes de una atmósfera de misterio.

Uno de esos palacetes es el Hôtel Salé, llamado así por haber albergado en el siglo XVIII negocios vinculados con el comercio de la sal. Desde 1985 ha albergado el Museo Picasso de París. Cerrado durante varios años para una reforma en profundidad, en octubre de 2014 abrió de nuevo sus puertas al público con una respuesta entusiasta: se espera rebasar en breve el millón de visitantes al año. Este año ofreció la primera exposición temporal dedicada a otro español, Miquel Barceló. Hasta el 31 de julio, la muestra Miquel Barceló. Sol y sombra reúne un centenar de pinturas, esculturas, cerámica y obra en papel del artista mallorquín. Trabajos en los que se trasluce cierta afinidad con los motivos y procesos creativos del genio malagueño, algunas de cuyas obras se incluyen como contrapunto en el discurso expositivo, así como fotos comparativas de los estudios de ambos artistas.

La reforma cambió el aspecto y distribución de los espacios, pero además ha sumado elementos nuevos, como el patio (imprescindible en estos tiempos de colas y medidas de seguridad exhaus­tivas), el jardín o incluso los desvanes abuhardillados, que se han destinado a la parte más “íntima” del museo, la que da cobijo a fotos y documentos, así como a cuadros de colegas de la propia colección del pintor (Matisse, Cézanne, Gauguin, Braque, Miró…).

Investigación picassiana

Panadería en el barrio de Le Marais, en París.
Panadería en el barrio de Le Marais, en París.Frank Wing/getty

Más importante que los cambios arquitectónicos ha sido, claro está, el nuevo concepto museístico, la forma de estructurar y dar fluidez a los contenidos, bajo las premisas del nuevo director, Laurent Le Bon. De las más de 5.000 piezas que atesora el museo se muestran casi medio millar de forma holgada y coherente. Para ello se trenzan los mimbres cronológicos con los temáticos, dando así a la visita una sensación de fluidez y claridad muy de agradecer. Algo que diferencia a este de París de otros museos Picasso es la colección documental. Picasso dejó al morir unos 200.000 documentos que han venido a parar al museo y que, dado su volumen e importancia, están destinados a un futuro centro de investigación picassiana. Algunos de esos papeles pueden verse en los desvanes: notas y poemas manuscritos, manifiestos, fotos, agendas de direcciones o libretas íntimas… El presidente Hollande, al inaugurar las nuevas instalaciones, resumió bastante bien la sensación con que los visitantes vuelven a la calle: “Uno sale de este museo siendo más inteligente que cuando entró”.

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En la plaza de los Vosgos

Javier Belloso

Menos colas (a pesar de ser gratuito) para la casa-museo de Victor Hugo, a pocos pasos del Museo Picasso. Se trata esta vez del Hôtel de Rohan-Guéménée, camuflado en un ángulo de la plaza de los Vosgos (antigua Place Royale), una de las más bellas y armoniosas de París. Allí alquiló Victor Hugo un apartamento de 280 metros cuadrados, por una renta anual de 1.500 francos. Se lo podía permitir. Cumplidos los 30 años, ya había conocido el éxito de Hernani y Notre-Dame de Paris; así que allí se instaló con su esposa, Adèle, y sus cuatro hijos, y allí comenzó a escribir algunas de sus páginas más célebres, como Los miserables. Ocupó el piso 16 años, pues luego se metió en política, y eso le llevó al exilio, del que regresaría, ya viudo, 20 años después.

Para los españoles que visitan París, esta casa debería ser cita obligada. Victor Hugo vivió de pequeño en España (su padre fue gobernador, en 1812, de José I, Pepe Botella) y volvió a la Península en alguna ocasión. Pero, sobre todo, mostró una enorme curiosidad por lo español, y así lo reflejó en algunas de sus obras más celebradas, como la exitosa Hernani, Ruy Blas o Torquemada. Al interés de poder sorprender la intimidad del escritor se suma el hecho de que una de las plantas del edificio se destina a exposiciones temporales, sobre aspectos de algún modo relacionados con su obra o con su figura.

La gran cubierta

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Y en el corazón mismo del barrio, en abril se inauguró lo que sin duda está destinado a convertirse en nuevo icono de la capital: la Canopée, del arquitecto Patrick Berger. Un proyecto como la copa de un pino. Y valga la expresión, porque la palabra canopée (sin equivalente exacto en español) designa la copa o cubierta vegetal de un bosque. Y eso es exactamente la inmensa plancha de cristal que como una hoja traslúcida se confundirá con la cima de los árboles para cubrir el patio o ágora de Les Halles, el antiguo mercado central que Balzac llamó “el vientre de París” (la gente joven puede hacerse una idea de cómo era en la película de Willy Wilder Irma la dulce, con un sufrido Jack Lemmon cargando bueyes a sus espaldas). En el trou (agujero) que dejó su demolición ha funcionado hasta ahora el Forum des Halles, como una especie de complemento al contiguo Centro Pompidou. Ahora todo cambia. La Canopée se apoya por sus bordes en nuevos edificios que albergan biblioteca, conservatorio de música, salas de deporte y otras instalaciones culturales o de ocio. El protagonista es sin duda el patio (sic), rodeado de tiendas, cines, cafés, un laberinto de escaleras mecánicas y seis puertas de acceso. Cubierto todo por esa hoja inmensa de cristal con nervaduras de acero que va a ser el icono parisiense de los nuevos tiempos.

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