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Verano en los fiordos noruegos

Naturaleza salvaje, turismo de aventura y la belleza de Bergen en un recorrido por Noruega

Paco Nadal
El fiordo de Geiranger, en Noruega.
El fiordo de Geiranger, en Noruega. Terje Rakke/Nordic Life/Visitnorway.com

El Nærøyfjord es un estrecho brazo lateral del gran fiordo Sogne, perdido entre montañas de más de 1.300 metros de altitud. Cuando entras en él, en las lanchas rápidas que prestan servicios desde Flam, tienes la sensación de haber llegado al fin del mundo, o al menos, en una de sus esquinas más olvidadas.

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Norwegian (www.norwegian.com) vuela directo a Bergen y Stavanger desde diversas capitales españolas.

Turismo de Noruega (www.visitnorway.es)

Sin embargo, en un pequeño llano junto a la costa, de los pocos que dejan las altas paredes de granito que dibujan el fiordo, aparece una granja, unas docenas de corderos y dos palmos de terreno cultivado. La granja se llama Styvi y sus únicos habitantes son dos ancianos de 91 y 95 años que han vivido allí toda su vida.

En cualquier otro lugar del mundo, Styvi estaría abandonada desde hace décadas. Pero esto no es cualquier lugar. Es Noruega. Un país donde la naturaleza –tan generosa como hostil- se mima, se cuida y se venera. Vivir tan perdido como uno pueda en medio de la naturaleza viene de serie en los genes noruegos.

Así que Styvi, sus corderos y sus dos ancianos habitantes tienen derecho a los mismos servicios que cualquier otro ciudadano noruego; de hecho cuentan con su propio código postal (5748 Styvi) y el ferri que va de Flåm a Gudvangen se detiene en el pequeño pantalán, siempre que sus vecinos enciendan una luz de aviso, como ocurre en el resto de granjas aún habitadas en este fiordo de 17 kilómetros de largo al que aún hoy, bien entrado el siglo XXI, no se puede acceder por carretera.

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Noruega es –ante todo- naturaleza. Un ecosistema aún prístino y sin alterar hecho de fiordos, lagos, montañas y glaciares. Y ningún sitio mejor para comprobarlo que la ruta que une Stavanger y Bergen, las dos capitales de los fiordos del sur, antiguas poblaciones pesqueras que hoy han reemplazado los ingresos del bacalao y el arenque por los del turismo y el petróleo. Con la ventaja añadida de que la aerolínea low cost Norwegian ofrece vuelos directos a ambas ciudades desde varias capitales españolas.

Una cascada en el fiordo de Geiranger.
Una cascada en el fiordo de Geiranger.Terje Rakke / Nordic Life / visitnorway.com

Stavanger –el inicio de la ruta- es una agradable sorpresa para el viajero porque conserva uno de los mejores cascos antiguos de los fiordos: Gamla Stavanger. Es una delicia pasear por las calles de esta “ciudad vieja”, con sus pulcras casitas de madera blanca, e imaginarse cómo era la ciudad en el siglo pasado, cuando prosperó gracias a la industria de las conservas de pescado.

Una vez resuelto Stavanger es hora de salir hacia el norte. Hay dos formas de viajar hacia Bergen. La más rápida es la carretera E39; también la menos recomendable para un viajero porque discurre en buena parte por túneles que salvan montañas y fiordos y casi no te enteras del paisaje. Luego está la más lenta y placentera del interior, que es una pura curva, pero que atraviesa lo mejor del sur noruego. Por ejemplo, el Folgefonna National Park, un área protegida que engloba el glaciar homónimo en el que se puede esquiar incluso en verano. Merece la pena subir, aunque no se esquíe, solo por las vistas espectaculares de la carretera y los parajes que atraviesa. Se accede por una estrecha carretera que parte de Jondal.

Un paseo por el glaciar

Otra experiencia sobre hielo la ofrece el glaciar Jostedal, éste en el Sognefjord, al noreste de Bergen. El Jostedalen es uno de los glaciares accesibles más famosos de esta zona de Noruega en el que empresas de turismo activo ofrecen caminatas por el interior del caos de bloques de hielo azul del frente glaciar (información en el centro de interpretación, en la carretera de acceso al aparcamiento del glaciar).

Un grupo de excursionistas en camino al glaciar de Jostedal (al fondo).
Un grupo de excursionistas en camino al glaciar de Jostedal (al fondo).Anders Gjengedal / Visitnorway.com

Se viaje por donde se viaje, por todos lados surgirán cascadas de tamaños y formas varipintas, especialmente potentes en primavera, cuando el desheilo funde los casi 8 metros de nieve que se depositan cada invierno en las zonas altas. Una de las más bellas es la de Steinsdalsfossen, en Norheimsund, poco antes de Bergen por la carretera 7. Un salto de agua de unos 50 metros de altura con la particularidad de que puedes pasar por detrás de la cascada gracias a un sendero pavimentado. Steinsdalsfossen se formó súbitamente en 1699 cuando el río cambió de curso de forma natural. También hay muchas cataratas en la carretera 13, entre Odda y Skare, un estrecho desfiladero lleno de lagos, cascadas y rincones tan perfectos que parecen diseñados a propósito.

Para dormir hay mucha oferta a lo largo de los fiordos. Entre ella, algunos hoteles históricos que guardan aún ese espíritu belle époque de cuando los veraneos eran cosa de unos pocos y se disfrutaban de forma tranquila, sin prisas. Uno de ellos es el Hotel Thon Sandven, en Nordheimsund, un precioso edificio de madera inaugurado en 1857 al pie del fiordo Hardanger. De él enamoran muchas cosas, pero sobre todo el jardín con embarcadero que hay en la parte posterior, donde se puede desayunar o cenar con vistas al Samlafjorde y al glaciar Folgefonna. Un lugar de lo más romántico y evocador. Como también lo es el hotel Kviknes, en Balestrand, a los pies del Sognefjord, otro de los alojamientos históricos más famosos de los fiordos. Lo regenta la misma familia desde el siglo XVIII aunque el edificio actual, todo en madera de color blanco, es de 1877.

Mirador de Stegastein, en el fiordo Sogn.
Mirador de Stegastein, en el fiordo Sogn.Sverre Hjørnevik

Los fiordos son un paraíso para los miradores. Los hay construidos por el hombre, como el adrenalínico Stegastein, cerca de Aurland. Y los hay, más espectaculares aún, creados por la propia naturaleza. De estos últimos el más conocido sin duda es el Preikestolen (el Púlpito), un balcón tallado por los glaciares con una caída de 600 metros cortada a pico y sobre el estrecho y bello Lysefjord y una ubicación de lo más cinematográfica, con el fiordo al fondo como un set profesional para capturar las mejores imágenes. El éxito del Preikestolen es que su acceso es relativamente sencillo: unas dos horas y media de caminata fácil desde el aparcamiento de la carretera 13, a una hora de coche y ferri desde Stavanger.

Más complejo y fatigado es el acceso al mirador Trolltunga, una plataforma de granito que emerge de manera casi imposible sobre el Sørfjroden, una de las excursiones clásicas de la zona de Hardangerfjorden. Para subir hay que llegar a Tyssedal (poco antes de Odda, por la 13) y subir desde allí al aparcamiento de Skjeggdal. En total, ida y vuelta, son unas ocho horas, razón por la cual está mucho menos masificado que el Preikestolen y permite disfrutar de las vistas en mayor soledad.

Vista de la ciudad de Bergen.
Vista de la ciudad de Bergen.Bergen Tourist Board / Girish Chouhan

Sea cual sea el camino elegido, la ruta acabará en Bergen, el puerto más famoso de la costa noruega y una de las ciudades más bellas del país. Bergen le debe su existencia al comercio marítimo con la Liga Hanseática, y su fama actual, a un grupo de 11 casas de madera de vivos colores que se han conservado en la rada de forma casi milagrosa. Les llaman el Briggen (el Puerto, en noruego), porque en sus orígenes fueron almacenes portuarios levantados en los siglos XII y XIII por comerciantes de origen alemán que hicieron fortunas con el bacalao. Las casas-almacén del Bryggen ardieron varias veces a lo largo de su historia y fueron reconstruidas otras tantas veces con la misma apariencia original. Paseando por el muelle es fácil imaginar cómo sería la actividad portuaria en aquellos lejanos días, solo que ahora en vez de operarios cargando cajas de arenques, de bacalao o de cualquier otra mercancía, lo que llena los muelles del Bryggen son bares y restaurantes de todo tipo donde los noruegos -y mayoritariamente los turistas- se sientan en bancos corridos a degustar cerveza y a cenar en las largas noches de verano, cuando el sol de medianoche se resiste a acostarse y se entretiene pintando los perfiles marineros del viejo Bergen a brochazos dorados.

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