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Toulouse, ciudad aérea

Visita a la sede de Airbus que incluye un paseo entre aviones míticos, históricos y modernos, en el Museo Aeroscopia

Aviones en el hangar del Museo Aeroscopia, junto a la sede central de Airbus, en Toulouse (Francia).
Aviones en el hangar del Museo Aeroscopia, junto a la sede central de Airbus, en Toulouse (Francia).Felipe Gracia

Para contemplar el auténtico corazón de Toulouse hay que mirar al cielo. Cuando el viajero llega a la ciudad, resulta inevitable que su mirada se fascine con el encanto de las calles de Saint-Étienne, las vistas que regala la ribera del Garona o la unión de proeza técnica y belleza que exhibe el Canal du Midi. Sin embargo, en ocasiones la belleza es una neblina que oculta lo esencial. Como en un sueño de Italo Calvino, Toulouse, la ciudad de ladrillo, es en realidad una ciudad aérea.

A pesar de que el cielo de Toulouse no tiene gran atractivo –de noviembre a abril es una lápida de nubes a ras de tierra que desaparece en mayo– sí cuenta con una llamativa y constante presencia: los aviones. Basta con levantar la vista, esperar unos instantes y allí aparece una aeronave; y después otra, y otra más. Como una fila de hormigas entrando y saliendo de su hormiguero. La razón es simple: Toulouse es sinónimo de aeronáutica.

Desde pioneros de la aviación, como Clément Ader y Pierre-Georges Latécoère, fundador de la mítica Aeropostal, hasta los primeros vuelos del Concorde, la ciudad atesora más de cien años de historia dedicados al arte de volar. Actual capital europea de la aviación civil, para conocer su corazón aéreo proponemos una visita a la sede central de Airbus (a través de la agencia Manatour; +33 5 34 39 42 02), que incluye contemplar las instalaciones de la factoría francesa, el Museo Aeroscopia y el recinto de Ailes Anciennes.

Donde se fabrican los aviones

Sección didáctica del Museo Aeroscopia, en Toulouse.
Sección didáctica del Museo Aeroscopia, en Toulouse.F. Gracia

El recorrido arranca con la recepción de los visitantes en el Museo Aeroscopia (al que se regresa posteriormente), para iniciar, acto seguido, un tour exterior por las instalaciones de Airbus. Desgraciadamente, el paseo se limita a un traslado de cinco minutos en autobús (sin posibilidad de sacar fotos) mientras la guía desgrana explicaciones y cifras sobre la disposición del complejo. El paso por la sala de telemetría, una especie de réplica de un centro de comando, consiste en ver un vídeo sobre el primer vuelo de prueba del Airbus A380, con el único atractivo de escuchar los comentarios que hicieron los pilotos en semejante trance, sin más auxilio que dos alas y el paracaídas.

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Después llega el momento más interesante: contemplar desde un mirador el interior del hangar J. L. Lagardère. Desde sus ventanales se puede comprobar la descomunal extensión que tiene una fábrica de aviones, con tres de ellos en proceso de acabado. La visita merece la pena solo por abarcar con la vista la magnitud de este paisaje industrial. La luz entra a raudales sobre un decorado de colores vivos –verde, amarillo, rojo, blanco– donde la palabra puerta, por ejemplo, resulta irrisoria para referirse a los portones que guardan la fábrica. Las dimensiones son de tal calibre que cincelan una nueva perspectiva y, entre un ajedrez de grúas, raíles y herramientas indescifrables, la talla de los aviones se humaniza como si fueran piezas expuestas en una vidriera. Durante milenios, solo el fervor religioso logró que el ser humano construyera lugares de escala parecida, por lo que el viajero tiene la sensación de contemplar una fabulosa catedral laica consagrada a la única vía segura que, de momento, se conoce para surcar el cielo.

Y si la fábrica J.L Lagardère asemeja una catedral, el Museo Aeroscopia (+33 5 34 39 42 00), siguiente parada en el recorrido, alcanza el grado de basílica. De manera didáctica y lúdica, el centro expone los principales hitos de la aeronáutica así como una importante colección de aeronaves. El museo cuenta también con un hangar de exhibición, al que se accede por un túnel de embarque flanqueado por imágenes que, desde la antigüedad hasta la época contemporánea, ilustran el viejo anhelo humano por dominar el arte de volar. Dichas láminas preparan al viajero para una imagen que hará las delicias de cualquier amante del género: un mosaico de aviones de todas las épocas, como un Blériot XI, el desaparecido Concorde o un Mig-15 en el centro de esta enorme sala. Los acompañan, entre otras máquinas emblemáticas, un Caravelle, el F104 Starfighter o el Vought F-8 Crusader. Junto a la exhibición, una serie de paneles, maquetas y vídeos explican la historia de la aviación francesa y, como regalo añadido, se puede acceder al interior del Concorde.

Ponerse a los mandos

Jornada de cabinas abiertas en el recinto de Ailes Anciennes, en Toulouse.
Jornada de cabinas abiertas en el recinto de Ailes Anciennes, en Toulouse.F. gracia

Para prolongar este paseo entre aviones, junto al museo se encuentra el recinto de Ailes Anciennes (+33 5 62 13 78 10), una asociación dedicada a la preservación y restauración de aeronaves. Allí, en una atmósfera de desguace postapocalíptico, duermen una pareja de MIG-21, otra de Mirage, un Gloster Meteor y una cuarentena de aviones más, tan decrépitos como bellos. En medio de todos destaca el mítico Douglas DC-3 Dakota, universalmente conocido –en su versión militar– como el C-47: el avión con el que los aliados inundaron de paracaidistas el cielo de Normandía el 6 de junio de 1944. Para aquellos cuya infancia transcurrió entre réplicas en miniatura de los Stuka, Mustang y Spitfire, el encuentro con el C-47 provoca un escalofrío de veneración y respeto. A pesar de su mal estado, con el fuselaje carcomido por el oxido, aquí sigue resistiendo con el morro aún apuntando al cielo.

Si la visita del viajero coincide con una de las anuales Visite Cockpit –jornada de cabinas abiertas; la próxima es el 7 de mayo– tendrá la oportunidad de ponerse a los mandos del avión que desee mientras un miembro de la asociación le explica las características del aparato. Observar cómo los padres compiten con sus hijos por ser los primeros en trepar a los aviones no tiene precio. La oportunidad perfecta para contemplar cómo las máquinas más mortíferas se convierten en simples juguetes para niños (y mayores).

Más planes para una escapada a Toulouse pinchando aquí

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