Hostal Alcoba, un hotel por soleares

Sé de un lugar para ti”. Con esa ciencia recogida de un disco emblemático de los Triana, Manuel nos recibe en su mesa de recepción. Lleva camiseta desgastada y un pendiente en la oreja. Frisa los 60, como todos los fans de la banda sevillana que inventó el rock flamenco a principios de los 70. Su pausa en la dicción revela timidez, el hechizo necesario para una bienvenida de guitarra y gong. “Y allí construiremos nuestra casa que la bañe el sol”.

Manuel Fernández Martín, profesor de instituto en Sanlúcar, construyó una casa para su amada, Pepa Rendón, en el Barrio Alto de la ciudad, muy cerca del castillo de Santiago y la plaza del Cabildo. Luego decidió seguir instruyendo en las costumbres locales, pero a personas venidas de otros lugares. Casi más extranjeros que españolas. Y adaptó la vivienda como hostal —que él llama— con 11 dormitorios, patio con piscina, biblioteca y comedor. Un hotel con duende que, si de verdad fuera hostal, se disputaría el tronío entre los mejores de España.

Multitud de detalles y servicios informan de que ese “lugar para ti” es superior a lo que se espera por su precio. Cosméticos de aseo a tutiplén, zapatillas de baño, albornoces, una ducha de regocijo termal y hasta una botella de agua para el despertar. Las habitaciones son amplias, luminosas, limpias y pobladas de objetos que recuerdan, tras un velo contemporáneo a lo Martirio, la esencia andalusí del lugar. Influencias flamencas de peinetas y volantes, barroquismo gráfico en puertas y pasillos, celosías y cenefas cuya única función es hacer que el tiempo pase sin tiempo. Y, en todas ellas, un pavimento blanco de cemento pulido, dos sillones de diseño y enchufes por doquier para recargar los móviles.

El enlace con las plantas lo enhebra una escalera helicodal de alto valor escultórico. De noche, la blancura de la casa se hace silencio. Manuel tiene conversación. Se suelta el azoramiento y comparte con el viajero sus gustos musicales. Triana, por supuesto. Y el jazz que interpreta profesionalmente su hijo, que ayuda en las labores domésticas cuando cae por Sanlúcar. El frescor del patio invita a quedarse un rato y descubrir cómo la hospitalidad no requiere de más adornos que el sentimiento y la sabiduría de quien ha impartido clases en un colegio. Sobre la hamaca vuelan unos arpegios de guitarra: “Te llevaré a un lugar donde broten las flores, amor.”

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