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Arte callejero en Rabat

La convocatoria grafitera Jidar 2015 siembra de atrevido y sorprendentes murales diferentes barrios de la capital marroquí

Mural del artista marroquí Simo Mouhim en la populosa plaza de Bab El Had, en Rabat (Marruecos).
Mural del artista marroquí Simo Mouhim en la populosa plaza de Bab El Had, en Rabat (Marruecos).I. Eléxpuru

Jidar significa muro en árabe. Un nombre apropiado para una convocatoria que, poco a poco, pretende llenar la capital marroquí de explosiones de color en forma de murales. El pasado mes de mayo se celebró la primera edición de Jidar, toiles de rue (lienzos callejeros), con artistas y grafiteros procedentes de varios países, organizada por la prestigiosa asociación de música independiente EAC-L’Boulvart y la Fundación Nacional de los Museos. Las actividades incluyeron talleres, charlas y proyecciones.

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Desde los barrios más céntricos y chic hasta los más populares y alejados, la imaginación del street art se ha apoderado de la desolación de no pocos muros medianeros que quedaron al desnudo. La modernidad y la insolencia de algunos motivos contrastan con las escenas cotidianas de gasolineras de barrio, bloques de viviendas banales y solares abandonados.

De momento, los excelentes trabajos realizados por artistas marroquíes, franceses, españoles, italianos, chilenos, estadounidenses y argentinos, debido al considerable tamaño de la ciudad, no saltan a primera vista. Hay que dejarse sorprender por ellos de forma inesperada o buscarlos a través de las rutas propuestas en la web www.jidar.ma. Si esta iniciativa sigue adelante en próximas ediciones, es de esperar que la ciudad se convierta en un muestrario de arte callejero de referencia internacional. ¿Los motivos?, el universo imaginario de cada cual, con una importante presencia de la tradición local, pero también la robótica, los condicionamientos sociales, la psicodelia y el animalario. Los paseantes abordan las obras con aparente indiferencia, algunos, o con verdadero asombro, los que más.

Enlace generacional

Mural del argentino Franco Fasoli en la calle Hassan II de Rabat (Marruecos).
Mural del argentino Franco Fasoli en la calle Hassan II de Rabat (Marruecos).I. Eléxpuru

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Los murales se agrupan por zonas, de forma que se puede encontrar más de uno por barrio. La populosa plaza de Bab El Had, junto a la medina, es la primera parada, con una etérea y elegante pintura del marroquí Simo Mouhim que representa el enlace generacional mediante dos estupendos retratos. No lejos de allí, en la calle Hassan II, el combate cuerpo a cuerpo entre el tigre y el humano, del argentino Franco Fasoli, asalta al paseante con sus formas rotundas.

Más adelante, frente a una de las puertas de la medina, una vulgar gasolinera, la de Chellah, se ha visto engrandecida por el gusto exquisito del francés Vincent Abadie Hafez (Zepha) en forma de grafía árabe y de una espiral de dorados y azules oceánicos.

Posteriormente, hay que adentrarse en el barrio de Hassan, céntrico y de carácter residencial, para admirar dos obras más: la del italiano Pixel Pancho, en la avenida Moulay Ismail, con sus hieráticas, mecanizadas y ausentes figuras de campesina y ovejas, y la de la estadounidense Maya Hayuk, que ha dejado su huella en forma de encendidos colores abstractos.

En la explanada de la Biblioteca Nacional son los retratos psicodélicos y tiernos del marroquí Rebel Spirit los que se expresan desde un mar de antenas parabólicas.

Obral del grafitero Cisco, de Olot, en el popular barrio de El Manal, en Rabat.
Obral del grafitero Cisco, de Olot, en el popular barrio de El Manal, en Rabat.I. Eléxpuru

Habrá que salir del centro y dirigirse hacia la periferia, en la avenida Hassan II, para contemplar la campesina negra y severa de Inti con su virginal oveja a la espera de ser sacrificada. En el barrio popular de El Manal, se topa uno en cambio con los fantásticos animales circenses y del país de las maravillas del grafitero de Olot, Cisco. El elefante apolillado que baila rodeado de flores de colores limpios es una auténtica delicia. Junto a ellos, la vida transcurre como siempre, entre coladas tendidas al sol y charlas a la sombra de una higuera.

Y por fin, de regreso hacia el elegante barrio del Agdal, aparece otro delicado mural marroquí, el de Kalamour, como un dibujo en tinta china gigante, representando a un amoroso señor que abraza el mundo.

Son más los que han dejado su marca y más los que la dejarán en ediciones futuras, así que hay que dejar hueco para los sprais y para la sorpresa.

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