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Cuatro días por el Amazonas, el mayor río del mundo

Un viaje de 1.650 kilómetros en barco entre Manaos y Belém de Pará por el majestuoso río americano

Marina Rossi

La salida de la embarcación Clívia aquel bochornoso miércoles de Manaos, la capital del estado brasileño del Amazonas, al norte del país, estaba prevista a las once de la mañana, aunque el barco no partió hasta la una de la tarde. Para ir a Belém, en el vecino estado de Pará, el billete, para los que aceptan dormir en hamaca, puede comprarse por 200 reales (57,49 euros) en la taquilla del puerto de Manaos. Para los que quieran más comodidad el precio sube hasta los 350 reales para el disfrute del aparente lujo de los camarotes.

Los vendedores de billetes que deambulan por el puerto, sin embargo, hacen descuento. Así que dos días antes del viaje compré mi billete con Tonico y me ahorré 20 reales. Poco después entendí el motivo por el que fui agraciada con esa promoción.

El día del viaje, un ayudante de Tonico me ayudó a colgar mi hamaca. Dispuesto, me llevó el equipaje, me orientó para comprar la mejor cuerda y colgó la hamaca en el segundo piso de la embarcación, que a las nueve de la mañana ya estaba llena de gente. Le di las gracias. Me cobró 20 reales. Lo mismo que había ahorrado.

Encuentro de las aguas del río Negro con el Amazonas, llamado Solimões en Brasil.
Encuentro de las aguas del río Negro con el Amazonas, llamado Solimões en Brasil.Kazuyoshi Nomachi

Por fin, el Clívia parte hasta arriba de gente. Todos los que están allí viven en el norte de Brasil y utilizan este tipo de transporte en sus desplazamientos, como los brasileños de las grandes ciudades usan autobuses. Yo soy la única turista. La salida de Manaos es bonita y a pocos kilómetros se descubre el primer espectáculo: el encuentro de las aguas del río Negro con el río Solimões, nombre que recibe el Amazonas en esta zona. Gracias a la temperatura y la diferente densidad de ambos ríos, las aguas no se mezclan durante unos kilómetros. Por eso el río se queda oscuro de un lado y claro del otro.

En la primera planta del barco había un coche, frigoríficos, fogones, camas, colchones y dos perros que eran transportados entre las hamacas de los pasajeros. Una escalerilla llevaba a la segunda planta, donde se apiñaban 124 hamacas colgadas y entrelazadas, decenas de maletas y mochilas, un baño en cada lado y una pequeña cocina al fondo. En el tercer piso estaba la cabina del comandante, un pequeño bar y sillas de plástico para disfrutar de la vista del río y algunas hamacas más que no cupieron en las plantas inferiores. Los altavoces del bar tocan tecnobrega y sertanejo ininterrumpidamentedesde las siete de la mañana hasta medianoche. La cerveza, que no está fría, distrajo y ayudó a hacer amigos durante los siguientes cuatro días.

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Camas, colchones, muebles y animales en la bodega del barco.
Camas, colchones, muebles y animales en la bodega del barco.M.R.

El baño – uno masculino y otro femenino por planta – tenía dos lavabos y dos cabinas. Dentro de las cabinas, un inodoro y una ducha justo encima del retrete. Para usar el inodoro era necesario hacer malabarismos: equilibrarse en el balanceo del barco, sujetar la tapa del váter – que no se quedada abierta sola – y desviar el chorro permanente de agua que venía de la ducha. El agua utilizada para ducharse y lavarse los dientes venía del propio río. Junto al baño había un bebedero de “agua tratada” que también provenía del río. Beberla me costó un virus que duró más tiempo que el viaje hasta Belém.

Cada uno de los pasajeros es un personaje complejo que ilustra las aventuras y dificultades de cruzar aquellas inmensidades. Lúcia venía de Porto Velho, capital de Rondônia. Tardó cuatro días en llegar a Manaos en barco y aún le quedaban dos días de viaje hasta Santarém, donde vive su hijo. En total gastó 370 reales solo en el billete, además de los gastos de casi una semana de viaje.

Un momento del viaje por el Amazonas.
Un momento del viaje por el Amazonas.M. R.

La comida en el barco era muy sencilla: pan y un café muy dulce con leche por la mañana – por cinco reales – y arroz, frijoles, pasta, carne y una harina hecha con un pescado llamado Bodó en la comida y en la cena por 10 reales. La embarcación para en diferentes ciudades donde algunas personas bajan y otras tantas suben. En cada parada suben al barco vendedores de absolutamente todo: DVD, relojes, bermudas, bisutería, dulces, harinas, frutas y CD, vendidos por la propia cantante. En algunos puntos del río, los vendedores llegan en barquito y lo amarran a la embarcación. Suben a bordo y venden agua de coco a tres reales y gambas secas a cinco reales la ración.

Óbidos, municipio del estado de Pará, es donde el río es más profundo, llegando a los 300 metros de profundidad. Allí el barco para y la Policía Federal inspecciona su interior, ya que la ciudad es la puerta de entrada de un gran volumen de drogas. Cada pasajero se pone delante de su equipaje y los agentes escogen a quien revisar de forma aleatoria. La inspección, al final, supone algo de agitación en cuatro días que se arrastran entre el ocio y el aburrimiento.

Varias barcas en el río Amazonas.
Varias barcas en el río Amazonas.M.R.

En Santarém, una ciudad que supone casi la mitad del viaje, mucha gente se baja. La embarcación pasa la noche allí y al día siguiente por la mañana un nuevo grupo de pasajeros embarca. Ketelin era una de ellas. La primera noche, la estudiante de 19 años lloró. Dijo que sentía nauseas. Al día siguiente descubrí que el llanto era de hambre. Madre de un niño de tres años que se quedó en casa con el padre, no tenía un real para pasar todo el viaje hasta llegar a Belém, donde iba a ayudar a su madre a cuidar de una tía enferma. Dividimos la comida hasta el final del viaje

“Tu chaleco es Jesús”

La tercera noche cayó una fuerte lluvia. Una lona azul intentó contener la tempestad que mojó el suelo donde estaba el equipaje. El barco se sacudió de un lado a otro durante algunas horas en la oscuridad. La fe en esos momentos reconforta y distrae a los pasajeros, y muchas señoras comenzaron a rezar. Radio macuto – emisora de radio imaginaria de donde parten los rumores, cotilleos y las oficiosas también al otro lado del océano –, dice que el barco estaba muy lleno de gente para compensar la falta de carga. Cuanto más pesado está el barco, menos se balancea.

La información fue confirmada por un empleado de la embarcación, que dice ser cineasta. Cuando le pregunté si el número de pasajeros era superior a la cantidad de chalecos salvavidas disponibles, me dijo: “No te preocupes, si sucede algo, tu chaleco es Jesús”. No fue nada tranquilizador.

Hamacas en el barco por el Amazonas.
Hamacas en el barco por el Amazonas.M. R.

La lluvia tropical pasó rápido y el viaje continuó normalmente, sin la intervención de Jesús. En el barco, los pasajeros se ayudaban. Compartían la comida, cuidaban de los equipajes del otro y conversaban sin parar. Nadie tenía un libro en las manos y tampoco había televisores – a no ser los que están encajados en el propio barco. Algunas mujeres hacían punto, los niños corrían de un lado para otro y un transistor sonaba día y noche hasta que la pila finalmente se acabó. No hay mucho que hacer además de eso, y hasta la vista de la selva cansa un poco.

Rose, nacida en Pará, viene de Tabatinga, en el Amazonas, ciudad que queda en la triple frontera de Brasil, con Colombia y Perú, a 1.600 kilómetros en barco de Manaos. Dos días después de hablar conmigo, me dijo: “Ven aquí que vamos a depilar esas cejas”. Me tumbé en su hamaca y salí con una mirada “más abierta”, según dijo. Así, la creatividad va intentando vencer al ocio.

El barco pasa por comunidades ribereñas de donde cuando llueve salen niños en pequeñas canoas en nuestra dirección. En ese momento, bolsas de plástico llenas son lanzadas por los pasajeros en dirección al río. Dentro hay latas de leche en polvo, harina, ropa y otros alimentos. Gente que tiene poco ayuda a los que tienen aún menos.

El viaje termina el domingo, en Belém, poco antes del amanecer. Cuatro días después y 1.650 kilómetros río abajo, la aventura terminaba para mí. Pero no para quien vive ese tipo de viaje de manera cotidiana. De Belém volví a São Paulo en avión y en tres horas y media estaba en casa. Rose, la peluquera que depiló mis cejas, aún tendría más de una semana de viaje por delante hasta volver a Tabatinga, de donde salió.

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Sobre la firma

Marina Rossi
Reportera de EL PAÍS Brasil desde 2013, informa sobre política, sociedad, medio ambiente y derechos humanos. Trabaja en São Paulo, antes fue corresponsal en Recife, desde donde informaba sobre el noreste del país. Trabajó para ‘Istoé’ e ‘Istoé Dinheiro’. Licenciada en Periodismo por la PUC de Campinas y se especializa en Derechos Humanos.

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