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El museo de los sueños en Tokio

El Ghibli Museum recrea el mundo fantástico de Hayao Miyazaki, creador de 'El viaje de Chihiro' y 'El castillo ambulante'

Niños jugando en el autobús de peluche del museo Ghibli, en Tokio.
Niños jugando en el autobús de peluche del museo Ghibli, en Tokio.Corbis

El Ghibli Museum fue inaugurado en octubre de 2001 por Hayao Miyazaki, con el propósito de acercar al público al mundo de la animación. La idea de su creador no fue hacer un museo pretencioso o tecnológico, ni una mera exhibición de recuerdos para glorificar sus mejores películas. En sus propias palabras, el principal objetivo era crear “un museo interesante y que relaje el alma. Un museo donde te sientas mucho más rico al salir que al entrar”.

La aventura comienza en la estación Mitaka, a unos 20 minutos en tren desde Shinjuku, el centro de la ciudad de Tokio. Caminando por la avenida Tamagawajosui comienzas a perderte en medio de un bosque de inmensos y frondosos árboles, pertenecientes al Inokashira Park, que te llevan hasta un edificio de paredes amarillas ataviadas con verdes hojas que caen desde el techo y pequeños balcones como de castillo medieval. Desde lejos se puede ver un enorme robot custodiando el lugar desde las alturas. Es un robot soldado de El Castillo en el cielo. Todo parece sacado de un cuento. En realidad, ha salido de la cabeza del maestro del cine de animación Hayao Miyazaki, que es un cuento en sí mismo.

Sabemos que hemos encontrado el Ghibli Museum cuando, en la recepción, nos encontramos un Totoro de más de dos metros de altura, con sus ojos redondos como pelotas. Su peculiar sonrisa, acogedora e intimidante, nos invita a caminar hacia la siguiente entrada, donde cruzamos la puerta principal. El edificio está camuflado por una tupida capa de hojas que lo intentan convertir en un habitante más del maravilloso paisaje que lo rodea. Este magnífico fortín, en medio del bosque, bien podría haber sido parte de la historia de El castillo ambulante. De hecho, fue diseñado por el mismo director como si lo estuviera haciendo para uno de sus largometrajes. A estas alturas, ya estamos dentro de una película.

Primero, conseguir un tique

El director de cine japonés Hayao Miyakazi, durante una rueda de prensa en Tokio.
El director de cine japonés Hayao Miyakazi, durante una rueda de prensa en Tokio.FRANCK ROBICHON (EFE)

Acudir a la llamada de Miyazaki y perderse en su mundo no es tarea fácil. Y no por el precio de las entradas, bastante baratas: 11 euros para adultos, 8 euros para niños de 13 a 18 años, 5 euros entre 6 y 12 años y 1,50 euros si tienen entre 4 y 6 años (los menores de 4 años entran gratis). El verdadero hándicap es el gran interés que suscita este el imaginario de uno de los más grandes genios del cine de animación, no solo en Japón, sino que en todo el mundo. Conseguir un tique para visitar el museo puede convertirse e un verdadero calvario.

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Para lograrlo hay que reservar con al menos un mes y medio de anticipación, escogiendo entre los cuatro horarios disponible para entrar: 10.00, 12.00, 14.00 o 16.00. Puesto que no hay una hora de salida estipulada y el museo cierra a las seis de la tarde en punto, las entradas de la mañana son las más codiciadas ya que permiten pasar el día entero recorriendo sus salas. La antelación en la reserva sube a dos meses, como mínimo. Las entradas se pueden conseguir en Japón, mediante diferentes mecanismos (no en el museo) o desde el extranjero, a través de la web del museo, pero intentar conseguirlas improvisadamente si vamos a pasar un par de semanas en Tokio resulta imposible. En España, la venta de entradas está gestionada por la página www.viajesajapon.net. Lamentablemente Totoro no vende tickets en la recepción. El proceso puede resultar un poco tedioso, pero merece absolutamente la pena.

Bolitas negras de felicidad

Visitantes en el museo Ghibli, en Tokio.
Visitantes en el museo Ghibli, en Tokio.Corbis

Una vez dentro, la vida parece un cuento de hadas, el mundo se ve de más colores y la sonrisas se propagan por todas las salas como si fueran susuwataris, las famosas bolitas negras de El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro).

Ya en el vestíbulo principal, una interesante exhibición nos acerca a la magia del cine de animación. A través de vídeos e imágenes podemos apreciar cómo ha evolucionado el desarrollo creativo del estudio Ghibli a lo largo de los años, desde sus orígenes hasta sus grandes éxitos de taquilla, siempre con un toque colorido y amigable. Un abrazo a la vida y, también de bienvenida, a los visitantes.

Dejando atrás el recibidor y una escalera de caracol gigante y angosta que permite subir hasta el último rincón del museo, se encuentra la Sala Saturno, donde se puede ver uno de los tres cortometrajes de animación realizados exclusivamente para el museo. El tique para entrar en esta sala de proyección imita un pequeño negativo de celuloide con diversas escenas de las animaciones del estudio, por lo que se convierte en un recuerdo perfecto. Uno de los tres cortos que pueden verse aquí es Mei and the Kittenbus, que narra la historia de la pequeña Mei, protagonista de Mi vecino Totoro.

Cada detalle y cada espacio están pensados para que el visitante se pueda sumergir por completo en el mundo de la animación. En cada rincón, pintados en las ventanas o asomados por pequeñas rendijas en las diferentes exposiciones, es posible descubrir a clásicos personajes de Porco Rosso, Ponjo en el acantilado, Nausicaä del valle del viento, El viaje de Chihiro, La Princesa Mononoke o El Castillo en el cielo, entre otras obras. Las puertas del primer piso dan al patio, lugar habilitado para descansar, comer, relajarse y sacar algunas fotografías del exterior. Está prohibido hacer fotos dentro del museo.

Dentro de Miyazaki

En el segundo piso, Miyazaki recrea su mundo. Abre las puertas de su más íntimo lugar de trabajo: su escritorio. Donde la magia se hizo realidad. Decenas de libros de diseño, historia y arte yacen a un costado de su mesa de trabajo. En el lado opuesto, repisas llenas de CD y casetes de música clásica, acompañados por una radio antiquísima que, probablemente, ha sido testigo de los momentos de mayor lucidez creativa del director japonés.

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Sobre y bajo el escritorio, frascos con cientos de lápices de todos colores comparten espacio con frascos del mismo tamaño con cientos, también, de colillas de cigarrillos. Una cajetilla, un encendedor, una taza de café y papeles. Cuadernos, hojas y dibujos desperdigados por todos lados. Es fácil imaginar una nube de humo, una pluma delicada y veloz, y una cabeza de genio trabajando a mil por hora. Las murallas son lo mejor. Cientos de borradores, anotaciones, maquetas, pruebas, colores, bosquejos. Primeras, segundas y terceras versiones de los espíritus y personajes que se aparecen en cada una de sus películas. En medio del caos, algunos apuntes de Miyazaki, en formato manga, explicando qué es o qué significan cada una de las cosas que estamos viendo. Nada muy elaborado, ni enmarcado en un cuadro. Simplemente una hoja, hecha rápidamente cuando se acordó de algo importante.

En esta planta del museo se pueden visitar también exposiciones temporales provenientes de otras compañías de animación procedentes de todo el mundo. También está el acceso a la cafetería El sombrero de paja, decorada y ambientada, por supuesto, como parte de la historia que se va narrando a lo largo del recorrido, si es que se le puede llamar así: en cada momento de este, se recuerda y se invita a los visitantes a dejarse llevar y deambular por el museo sin ningún tipo de guía más que el de su curiosidad e imaginación.

Así aparece, hacia el final, una sala espectacular. Desde fuera solo se escuchan alaridos y carcajadas de un montón de niños. Al entrar, puedes contemplar un inmenso autobús de peluche con forma de gato, como el de Mi vecino Totoro. Tiene sus puertas abiertas a los menores de 12 años, que se encaraman al techo, se cuelan por las ventanas y saltan de un lado a otro. Es aquí donde se refleja el verdadero propósito de Miyazaki al crear este museo. Vivir la experiencia, dejar volar la imaginación, desconectarse de la realidad y sentir que todo es posible.

Mientras los niños disfrutan, Los adultos alrededor miran y sonríen con algo de envidia sana. Les habría encantado entrar, seguir viajando por el universo animado de Miyazaki y no bajarse jamás.

Más planes interesantes en Tokio pinchando aquí

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