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escapadas

Revuelo en la campiña

Visita a la casa de la transgresora fotógrafa Lee Miller, al sur de Londres

La Farley Farm House y su jardín, en Chiddingly, a unos 85 kilómetros al sur de Londres.
La Farley Farm House y su jardín, en Chiddingly, a unos 85 kilómetros al sur de Londres. Tony Tree /Lee Miller Archivos

En la época dorada de Farley Farm House eran frecuentes las visitas de pintores, escritores, poetas,amantes y examantes de la pareja propietaria (la fotógrafa americana Lee Miller y su segundo marido, Roland Penrose), la cual consideraba que el arte, vital para el ser humano, debía ser vivido y compartido o de lo contrario se convertía en algo académico y estéril. Así Joan Miró, Paul Éluard, André Masson, Dorothea Tanning, Max Ernst, Man Ray, Leonora Carrington y otros muchos dejaron su rastro en el lugar, en creativas reuniones que alimentaban la imaginación de los vecinos, quienes con solo una pequeña dosis de exageración propagaban rumores de bailes nudistas en el césped y grandes juergas seguidas de violentas riñas. Cada vez que alguien con pinta extravagante y acento extranjero bajaba del ferri en el cercano puerto de Newhaven, era fácil, para los taxistas, adivinar su destino: la granja situada en Muddles Green, Chiddingly, una pequeña aldea en Sussex del Este.

Aquí fue donde por primera vez Picasso mordió a un inglés. La anécdota la cuenta el que recibió el mordisco, Antony Penrose, hijo único de Lee Miller y Ronald Penrose, quien, siendo niño y enredado en juegos traviesos, le clavó los dientes al pintor malagueño. Este, sin inmutarse, mordió con fuerza al niño y exclamó: “¡Caramba! ¡Es la primera vez que muerdo a un inglés!”.

Cómoda y obras de arte en la Farley Farm House, la casa de campo inglesa de la fotógrafa Lee Miller.
Cómoda y obras de arte en la Farley Farm House, la casa de campo inglesa de la fotógrafa Lee Miller. Tony Tree / Lee Miller Archives

Ocurrió en 1950, cuando el artista pasaba unos días en esta finca rodeada de amables colinas, en las que el pintor John Constable encontró inspiración, y desde donde, cuando las brumas lo permiten, se ve a lo lejos al enigmático Hombre Largo de Wilmington (una figura de orígenes inciertos dibujada en la colina, posiblemente en el siglo XVI o XVII). La granja es, en la actualidad, un sitio de referencia para cualquier viajero mitómano, amante del arte, que busque retroceder en el tiempo y ahondar en los distendidos y subversivos juegos del movimiento surrealista, intentando desvelar los secretos de una de las mujeres más fascinantes del siglo XX: Lee Miller. El versátil Roland Penrose, pintor, biógrafo de Picasso, Miró, Man Ray y Tàpies, y mecenas del arte moderno en Reino Unido, quiso ser granjero, y se encaprichó con el lugar, comprando la granja en 1949. Rápidamente se percató de las posibilidades que ofrecía la casa. Tenía mucha pared disponible para colgar las obras de arte, las que había ido comprando a sus amigos y las suyas propias. El formalismo de la fachada del siglo XVIII despista totalmente del universo exótico y colorista que alberga el interior: la asimetría en la distribución de las habitaciones, cada una pintada de un color distinto e intenso, la variedad y disparidad de objetos procedentes de destinos lejanos, y de distintas épocas, nos alejan del ambiente británico campestre que cabría esperar. Solamente al mirar por las ventanas o pasear por su jardín, repleto de esculturas, recuerdas que el sueño surrealista tuvo su eco en la campiña inglesa.

Modelo de ‘Vogue’

Guía

Información

» Chiddingly está a unos 85 kilómetros al sur de Londres.

» Farley Farm House (www.farleyfarmhouse.co.uk) abre los domingos de abril a octubre de 10.00 a 15.30 (10,80 euros). Y los fines de semana del 27 y 28 de septiembre y el 3 y 4 de octubre todo el día.

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Al ritmo que la granja iba llenándose con obras de Picasso, André Breton, Henry Moore, Richard Hamilton, Jean Dubufett y Francis Bacon, entre otros, abarrotada de fetiches y readymades vanguardistas, el brillo de su propietaria, Lee Miller, se difuminaba. Fue uno de los iconos más chic de los años veinte y treinta —descubierta en una calle de Nueva York por el editor Condé Nast, quien la salvó de ser atropellada por un coche y la convirtió en modelo de Vogue—,amante y ayudante de Man Ray, musa del surrealismo, retratista de famosos en Nueva York y una de las pocas fotógrafas —a la vez que redactora— en seguir a los aliados durante la II Guerra Mundial. Y, finalmente, cocinera que en un momento enterró su pasado en cajas de cartón en el desván de la vivienda. La cocina se convirtió en el mejor sitio donde combatir las secuelas de la guerra, la depresión y el alcoholismo, un lugar donde intentar arrancar de la memoria el olor nauseabundo de Dachau. Hoy en día sus armarios conservan las especias que compraba en sus viajes para aderezar sus coloridas y poco convencionales propuestas culinarias: espaguetis azules, pechos de coliflor rosa adornados con pezones azules de flor de borraja, que elaboraba inspirada por un azulejo hecho por su examante, Picasso, situado en la pared del fogón.

Antony Penrose ha querido abrir la casa al público, intentando conservarla como estaba, teniendo en cuenta el ir y venir de las obras de arte, en continua rotación por distintas exposiciones. Pero hay algo que traiciona su intención, y es la presencia de la obra de su madre. En el transcurso de su vida, la fotógrafa solo quiso colgar dos de sus obras en la granja. Era raro oírla hablar de fotografía y mucho más de la guerra. Y si bien cogía la cámara para fotografiar a sus huéspedes o documentar las biografías de su marido, esto ocurría en contadas ocasiones.Es en la antesala que da paso a su estudio donde más se percibe el espíritu de la artista. Una vitrina guarda su cámara Rolleiflex, junto a su máquina de escribir Hermès y dos puños americanos, uno de plástico que llevaba en el bolsillo para defenderse durante la guerra y otro de plata con sus iniciales, que utilizaba como collar colgado de un lazo de seda. Cerca hay una bandeja de plata llena de bebidas; la cogió de la casa de Hitler, en Múnich, el mismo día en que se fotografió en su bañera, mientras el Führer se suicidaba.

No fue hasta después de la muerte de esta bella e incontrolable provocadora, amante de la libertad, cuando su hijo encontró en el desván cajas y cajas donde, meticulosamente, había almacenado su obra y sus manuscritos. Tal vez supo que algún día los secretos de sus múltiples vidas quedarían al descubierto.

 

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