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El primer observatorio de América

Culminado en 1803, el Observatorio Astronómico Nacional de Colombia se levanta en los jardines de la Casa de Nariño, el palacio presidencial, en Bogotá

Salón principal del Observatorio Astronómico Nacional de Colombia, en Bogotá.
Salón principal del Observatorio Astronómico Nacional de Colombia, en Bogotá. T. Viudes

Entramos en un salón cargado de historia. Aquí se planificó la revuelta popular del 20 de julio de 1810 que desembocaría en la independencia de Colombia y, años más tarde, en él estuvo preso el entonces presidente de la República Tomás Cipriano de Mosquera, quien sufrió interminables noches de insomnio y pesadillas bajo una severa e implacable vigilancia. Y es que nos encontramos en la sala principal del Observatorio Astronómico Nacional de Colombia, en Bogotá, el primero en ser construido en América a principios del siglo XIX.

El 24 de mayo de 1802, con permiso del Marqués de Sonora y a partir del encargo y la financiación de José Celestino Mutis –quien puso de su bolsillo los 13.815 pesos que costó la obra–, se inició la construcción del Real Observatorio Astronómico en el jardín de la antigua Casa Botánica, bajo la dirección del fraile español Domingo de Petrés, quien había desembarcado años antes en la entonces Nueva Granada para supervisar la reconstrucción de varios templos de Bogotá afectados por el terremoto de 1785.

Poca idea tenía Petrés sobre Astronomía, así que lo que hizo fue copiar los planos de la torre sur del Observatorio de París, sin tener en cuenta que la observación astronómica cambia mucho cerca del Ecuador, donde los astros no pasan cerca del horizonte sino mucho más arriba. De nada sirvieron las ventanas abiertas en el salón central, pensadas para colocar los telescopios.

Telescopio del Observatorio Astronómico Nacional, en Bogotá.
Telescopio del Observatorio Astronómico Nacional, en Bogotá.T. Viudes

El observatorio se terminó de construir el 20 de agosto de 1803, convirtiéndose en el más antiguo del continente americano y en orgullo nacional según la reseñas de la época: “Si los observatorios de Europa hacen ventaja a éste naciente por la colección de instrumentos y lo suntuoso de sus edificios, el de Santafé de Bogotá no cede a ninguno por la posición que ocupa en el globo. Dueño de ambos hemisferios, todos los días se le presenta el cielo en toda su riqueza. Colocado en el centro de la zona tórrida, ve dos veces al año al sol en su cénit y los trópicos casi a la misma elevación”.

El primer director del observatorio fue el abogado, comerciante de telas y científico autodidacta Francisco José de Caldas, quien así lo describió: “Su figura es de una torre octógonal de 13 pies de lado a lado, 50 de altura y 3 cuerpos”. A Caldas, quien figura en los retratos expuestos en el salón principal y fue fusilado, lo seguirían otros en la dirección hasta que en 1892 accedió al cargo Julio Garavito Armero, el mismo que aparece actualmente en los billetes de 20.000 pesos colombianos y que dio nombre a uno de los cráteres del lado oculto de la Luna. Garavito realizó importantes trabajos sobre el cálculo de probabilidades, la óptica matemática y el movimiento del satélite terrestre, además de fijar la ubicación latitudinal de Bogotá de la que hasta entonces no se tenía ni idea.

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En 1936, el Observatorio Astronómico Nacional fue finalmente incorporado, por mandato legal, a la Universidad Nacional de Colombia y así ha llegado hasta nuestros días, en los que se puede visitar, aunque no resulte demasiado fácil. Es necesario solicitar una generosa serie de permisos y pasar estrictos controles de seguridad, puesto que este histórico edificio se levanta en los jardines del palacio presidencial, la Casa de Nariño, sede del gobierno colombiano.

A pesar del valor de los libros y documentos que allí se guardan –algunos únicos y antiquísimos, como los cuadernos de estudio originales de Garavito–, muchos están en peligro de conservación debido a la humedad y los hongos. El telescopio original no aparece bien cuidado y la cúpula de la construcción no se encuentra en buen estado. Un lugar cargado de historia que, de no tomarse las medidas oportunas, se podría venir abajo.

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