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citas

Diablos y cencerros

Más de 120 habitantes de Almonacid del Marquesado ataviados con pesados trajes de vivos colores recorren las calles de este pueblo conquense durante la celebración de la Candelaria

“El diablo ya sabe a lo que se expone: a ir con devoción a las novenas hasta el día 31 y luego a las procesiones”.

Aniceto Rodrigo lo tiene muy claro. Lleva 20 de sus 77 años como diablo mayor de la endiablada de Almonacid del Marquesado (Cuenca), honor que corresponde a quien ha estado más tiempo saliendo ininterrumpidamente, “no siendo por enfermedad o como antes, que se hacía la mili”. Él se colocó (o, más bien, le colocaron) sus primeros cencerros a los cuatro años.

La celebración, el 2 de febrero en honor a la Candelaria y el 3, por San Blas, va a más. “Aquí, la fecha no se mueve”, dice, rotundo, Aniceto. Premisa indispensable para que las fiestas sigan teniendo su sentido.

Más de 120 diablos (desde recién nacidos a octogenarios), en una localidad de 450 habitantes. “Cuando yo empecé, en 1941, éramos unos 15. Y había mucha más gente en el pueblo”.

Hasta 25 kilos

Visten trajes de vivísimos colores y llevan a la espalda tres enormes cencerros, con los que producen un sonido hondo, bronco, monocorde. “La sarta (cencerros y correaje)”, aclara Aniceto, “puede pesar hasta 25 kilos. Pero cada uno elige el tamaño que quiere”. Unas almohadillas protegen los riñones.

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Dan rítmicos saltos (“brincan los jóvenes; los mayores, acompañamos”) mientras empuñan una porra, rematada a menudo con una grotesca cabeza y realizan veloces carreras en sendas procesiones, el 2 y 3 de febrero: el primer día, los diablos se tocan con gorros de flores; el segundo, con una especie de mitra, recordando que San Blas fue obispo de Sebaste (Armenia).

Para Julio Caro Baroja, “este uso de la mitra, de aire popularísimo, debe su origen a lo multiplicadas que estuvieron en la Edad Media las asociaciones y las festividades en que había un obispo u obispillo”.

Poeta ciego

El 1 de febrero, después de anochecer, se concentran en casa del diablo mayor y de ahí van a pedir permiso al alcalde, “para salir por el pueblo” y al cura, “porque hacemos cosas en la iglesia y en la procesión. Nunca hemos tenido problemas, vamos todos con devoción”. Antes, el jefe de la endiablada ha recordado el profundo y simbólico sentido de la tradición.

El 2, recogen ofrendas para la Virgen de la Candelaria y el 3 repiten el mismo recorrido, pero el dinero recaudado se destina a una comida de la hermandad.

En ambas fechas, un grupo de danzantes interpreta sus mudanzas durante la procesión y en el interior de la iglesia, donde recitan unos sinceros y emotivos dichos. Antaño y durante muchísimo tiempo los escribía un poeta, Inocente Morales, ciego desde los 18 años, depositario de la memoria viva del pueblo y que, al decir de Caro Baroja, “componía de noche los versos y de día se los dictaba a su hermano”.

Lavado con aguardiente

Sobre el origen de la endiablada, la leyenda –los archivos fueron destruidos durante la guerra civil– cuenta que un grupo de pastores trataba de distraer, con su estrépito, la atención de los presentes, para que no repararan en la doncella que, representando a la Virgen, acudía al templo a purificarse 40 días después del parto (éste es el sentido de la celebración de la Candelaria, 40 días después de Navidad).

También hay otra versión que narra la aparición milagrosa, en el siglo XIII, en terrenos colindantes entre Puebla de Almenara y Almonacid, de una imagen de San Blas: un estruendoso comité de bienvenida habría ido a recibirla. En recuerdo de ese hecho, se lava la cara del santo con aguardiente, para liberarlo del polvo del camino.

“Y así es la marcha que llevamos”, sentencia Aniceto.

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