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Ser la estrella del karaoke de Berlín

Al aire libre, con los altavoces sobre una bici y temazos de The Killers o Edith Piaf, cualquiera puede triunfar en el Bearpit Karaoke del Mauerpark

Una actuación en el foso de Mauerpark.
Una actuación en el foso de Mauerpark.Carlos Carabaña

Puntual, Joe Hatchiban llega a las 14.50 al anfiteatro de Mauerpark, el emplazamiento del mercadillo más famoso de Berlín. En el foso, una chica con vestido de lunares calienta al público con un espectáculo a medio de camino entre la danza y los payasos. Este dublinés de 39 años pedalea una bici tuneada en la que transporta todo lo necesario para comenzar la que se ha convertido en una de las actividades dominicales más populares de la temporada de verano en la capital alemana: el Bearpit Karaoke.

Mientras la susodicha actriz pasa el cepillo entre la concurrencia, Hatchiban, con un par de ayudantes, sube su vehículo al foso y despliega el equipo. Dos juegos de altavoces, una mesa de sonido, un pequeño MacBook, una caja de música.... Y, por supuesto, un micrófono. Tras media hora de montaje, prueba el micro y se arranca a cantar Roadhouse Blues, de The Doors. Da las gracias al público y llama al primer cantante.

Desde el año 2009, Hatchiban repite este ritual los domingos de sol. En una charla telefónica, cuenta que en realidad nunca ha sido especialmente aficionado a los karaokes. “Todo nació de forma fortuita, cuando pensé en qué uso podía darle a una bicicleta de carga que había conseguido”, explica. Con métodos muy rudimentarios y un sistema de sonido no especialmente bueno, Hatchiban comenzó a acudir al parque a montar el espectáculo. Durante estas primeras sesiones conoció a los dos integrantes de la casa de bicicletas Klara Geist, que le ayudaron a montar un equipo especialmente pensado para su bici y el anfiteatro de Mauerpark.

Este domingo en particular la cosa empieza bien. Tras un israelí que canta con morro y buen tono, sube un argentino al que le sobran gallos. Luego llega la primera chica, una berlinesa que hace su versión particular de Friday I'm in love de The Cure pero cambiando el viernes por el domingo. Un hombre jubilado, tocado con un sombrero vaquero, pide una balada country. Remata la primera parte de la sesión un estadounidense que interpreta gesticulando una canción de The Killers y Yuri, cantante semiprofesional, que clava Hotel California.

“Como siempre un breve descanso tras la actuación de Yuri”, anuncia Hatchiban. Y sube Edgar, en sus cincuenta y con bigote, a declamar un poema. Seguirá así hasta las siete de la tarde, hora que expiran los permisos. Para costear el espectáculo, Hatchiban pasa de vez en cuando entre el público un bote de café con una ranura en la tapa. Tras la subida de las tasas de este año -dice que solo el distrito de Pankow le pide 3.500 euros-, ha implementado un botón para donaciones en su web.

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“Lo que me gusta de este karaoke”, continúa al teléfono, “es que le da a la gente la oportunidad de estar delante de un montón de público que de otra manera no podrían”. La audiencia desde luego reacciona. Ante los divertidos, se ríe y comenta, a los malos les anima por su valor, y todos se van con sus cinco minutos de adrenalina y ovación. Aunque siempre hay alguno que despunta.

Esta tarde es Mathosi, un polaco vestido de púrpura y con gafas. De aspecto tímido, su ser cambia según avanza la letra de Non, je ne regrette rien de Edith Piaf, que emociona sobremanera al público. Al arrancar los versos finales, Mathosi lanza sus lentes. La concurrencia se pone en pie y aplaude durante 50 segundos. El chaval, sensiblemente afectado, lo agradece haciendo reverencias y saludando con la mano.

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