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Rutas urbanas

Golosos en Lisboa

Una ruta de pasteles de crema, bizcochos esponjosos y palmeras crujientes

El obrador de Pastéis de Belém.
El obrador de Pastéis de Belém.Luis Davilla

 A Portugal solo le puede salvar el pastel de crema”. Este programa de gobierno no es de Angela Merkel, sino del ministro de Economía de Portugal, país intervenido por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y demás. La profecía alteró a los portugueses, como poco después se encresparon los españoles, cuando un diplomático norteamericano pronosticó algo parecido con el flamenco y el vino de España.

Efectivamente, nos quedan Las meninas, las piedras, el sol, y en el caso de Lisboa, su pastel de Belém, sus pastelerías. Con la misma frecuencia con la que en Navarra se va de chiqueteo por los bares, en Lisboa se toman cafés en sus pastelerías, que se extienden por la ciudad en tal cantidad, calidad y diversidad, que convierten el fenómeno en una forma indispensable y original de conocer la ciudad.

Por supuesto, sin lugar a la polémica, el pastel de nata, en Belém. Con su nido de hojaldre recién hecho, su crema calentita y con el adobo de canela al gusto. Uno sabe a poco, dos invitan a volver tras visitar Los Jerónimos. Pero hay goce más allá del pastel de nata.

Los sinsabores, cuanto antes mejor. A Brasileira es parada obligatoria en el centro turístico, en pleno barrio del Chiado, junto a la plaza Camões. No esperen una palabra amable, ni siquiera un servicio aceptable. Como sucede en los sitios turísticos, el personal está harto de las hordas, aunque coman gracias a ellas. El café es impecable, y también su pastelería, pero si no está dispuesto a aguantar rebuznos vale con entrar, salir, hacerse una foto ante Pessoa y visitar la pastelería de diez metros más abajo, la Bernard.

Interior de Pastéis de Belém, en el barrio del mismo nombre en Lisboa.
Interior de Pastéis de Belém, en el barrio del mismo nombre en Lisboa.Juan Carlos Muñoz

Bajemos ahora hasta la plaza del Comercio para llenarnos de luz y espacio, cada vez menos, porque empiezan a proliferar las terrazas donde antes todo eran fríos edificios oficiales. Mirando al Tajo, a mano derecha, está Terreiro do Paço, que también era el nombre de la plaza antes de que la bautizaran como la del Comercio. Aquí deberían cobrar por mirar, por estar en los soportales de una de las plazas más grandes —y más bellas— de Europa. El café, además de agradable, sirve o millor pão de ló, el bizcocho simple, aunque eso lo discutiremos más adelante. Este bizcocho se ofrece en versión natural, de huevo, o de chocolate. Ante la discriminación, póngame los dos.

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El pão de ló de Terreiro do Paço es peculiar. Si el bizcocho flota, este vuela. Es una nube de merengue, casi un suflé que explota en la boca, quizá excesivamente dulce, en el caso del de yema, pero en su punto el de chocolate negro. El vicio de comer en una plaza tan espectacular se paga: dos bizcochos y un café, 9,20 euros.

Cruzando el arco del triunfo de Rua Augusta se llega a Casa Brasileira (Augusta, 267). Se sabe por la gente agolpada ante el escaparate. Sonhos de abóbara, pingos de tocha, queijinhos de huevo, pasteles de nata, queijadas de Évora, viriatos de tent y esas manzanas asadas con massa folhadas que los turistas fotografían como lo harían con la Estatua de la Libertad de Nueva York. La tradicional Casa Brasileira tiene horarios modernos, de 7.00 a 1.00, los laborables; los festivos, de 8.00 a 1.00, que hay que descansar.

A veces, el pastel es la excusa para descansar en un lugar como la plaza del Comercio o la terraza del café Suiza, en la plaza del Rossio, donde degustando unas crujientes dinamarquesas un español se sorprende de la riqueza multiétnica de Lisboa. Caboverdianos, mozambiqueños, pero, sobre todo, los nuevos ricos angoleños han tomado la ciudad y sus empresas (con permiso de China).

Pasteles en Casa Brasileira, en Lisboa.
Pasteles en Casa Brasileira, en Lisboa.Greg Elms

Vayámonos a donde vive la burguesía lisboeta, en la avenida de la República, para encontrarnos con la señorial Versailles. Dorados espejos, mesas con doble mantel, camareros impecablemente uniformados, solícitos, pero no serviles. En esa isla atemporal, sin máquinas tragaperras ni para el tabaco, ofrecen unas palmeritas crujientes y su afamado babar, pero llama la atención la humilde y socorrida tostada. Transmutada en la mayoría de los cafés en una rebanada de pan bimbo, en Versailles es una tostada de varios centímetros de alto, crujiente por fuera, esponjosa por dentro.

No hay pastelería de postín sin una enfrente. En este caso, Sequeira, que ofrece sonhos (sueños), un buñuelo de viento gigante, nada dulce, aunque se le puede espolvorear azúcar en polvo a discreción. El café, como siempre, delicioso, y el sueño, a 1,10 euros.

No hay que andar muchos metros para encontrarse con La Romana, en una barriada más humilde que sus vitrinas. La palmera de hojaldre, la mejor del mundo. Como debe ser, La Romana tiene enfrente a Londrina, y en la esquina siguiente, Flor das Avenidas. Sin alejarse demasiado, en Namur (Defensores de Chaves, 54), lo suyo son las fatias douradas, fajas con miel enrolladas como una de esas esculturas gigantescas de Serra. Por si no había quedado claro, en este país los pasteles son tirando a enormes.

Emporio de azúcar y yema

La ciudad va extendiéndose hacia barriadas menos monumentales, pero interesantes, pues arquitectónicamente se han hecho menos animaladas que en las grandes ciudades españolas. Saboreando casitas bajas, en otro tiempo humildes, y hoy, un lujo con su pequeño patio individual, se llega a La Mexicana (avenida de Guerra Junqueiro, 30), otro emporio del azúcar y la yema de huevo. Antes hay que atravesar el mausoleo de la Caixa Geral de Depósitos, un monumento más de esa época en la que todos nos convencimos de ser ricos y guapos (también los portugueses).

El gremio pastelero designa O melhor bolo do chocolate do mundo. Para encontrarlo hay que cambiar de barrio. En la calle del Teniente Ferreira Durão, 62, Carlos Braz Lopes ha hecho del título el nombre de su pastelería, ya extendida por Brasil y España. Su pastel de chocolate, que también peca de exceso de dulzor, es la excusa para patear Campo de Ourique, un barrio agradable, de casas funcionalistas, que gira en torno a su mercado municipal, como todos, venido a menos, pero que revive con graciosas tiendecitas modernas. Y a su lado, finalemtne, podrémos yacer en el cementerio de los Placeres, qué mejor lugar para un goloso empedernido.

Guía

Las direcciones

» Pastéis de Belém. R. de Belém.

» A Brasileira. Rua Garrett, 120.

» Bernard. Rua Garrett, 104.

» Terreiro do Paço. Plaza del Comercio.

» Casa Brasileira. R. Augusta, 267.

» Suiza. Plaza del Rossio.

» Versailles. Avenida de la República, 15.

» La Romana. Defensores de Chaves, 64.

» Namur. Defensores de Chaves, 54.

» La Mexicana. Avenida de Guerra Junqueiro, 30.

» Carlos Braz Lopes. Teniente Ferreira Durão, 62.

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