Recuerdos taurinos

Miura, Torrestrella, Vitorino, Hierbabuena, Zalduendo... Habitaciones con nombre propio que recrean el mundo taurino en el corazón de Zafra (Badajoz). Aunque la casa data de 1840, fue en 1919 cuando Agustín Mendoza y Montero decidió hacerse ganadero de reses bravas. Su interés por la cultura, parejo al que sentía por el trapío de los toros y el arrojo de los toreros, convirtió aquella mansión solariega en un mentidero imprescindible de tertulias acerca de la tauromaquia.

Décadas más tarde, Antonio Martínez Buzo y su hijo, Darío Martínez Doblas, adquirieron el lugar para explotarlo como hotel con encanto, junto al que ya operaban en su proximidad, el Huerta Honda. Al igual que este, todo remite a otra época en la que los techos imponían su altura y los armarios de madera lacada con puertas acristaladas guardaban vajillas de plata y porcelana francesa.

No es fácil aparcar, pero el equipo se afana enseguida por llevar el coche hasta el garaje de la casa madre, 200 metros calle abajo. El equipo, entrenado bajo el lema “Vive despacio”, no tarda un minuto en instalar a los huéspedes en sus dormitorios. Cuánta gentileza de su parte y cuánta devoción por las obras que decoran la casa. En la planta noble se conserva un acristalamiento original con baranda de forja.

Las paredes están llenas de fotografías y motivos taurinos dedicados, en buena parte, al torero Jaime Ostos, amigo personal de los dueños actuales. Desde diversos puntos en altura se columbran los tejados de Zafra, la campiña circundante y, en primer plano, las almenas del parador-castillo de los duques de Feria. Existe también, en la zona trasera, un jardín con una pequeña piscina.

El salón principal exhibe una mesa larga donde se sirve un desayuno sin horario. Unas etiquetas facilitan el reconocimiento del origen de los productos, como las castizas porretas, esa variante extremeña de los churros, servidas con chocolate o café.

Un retrato de Alfonso XIII preside la suite 204, denominada Conde de la Corte. Aparece suspendido de un biombo dorado de tres hojas con espejo que amplía el efecto tridimensional de la estancia. Completan este aristocrático retablo un tresillo aterciopelado, una cama de madera labrada y una bañera de hidromasaje bajo un techo abovedado.

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