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Fin de semana

Buciero, del monte a las anchoas

Las playas de Laredo, Santoña y Berria se unen a los senderos de una montaña prodigiosa

Jesús Ruiz Mantilla
Subida al monte Buciero, con el cabo Cebollero y el monte Solpico al fondo.
Subida al monte Buciero, con el cabo Cebollero y el monte Solpico al fondo.Gonzalo Azumendi

Encarando el norte, parece una mujer parturienta con las piernas metidas en el agua, la panza preparada para dar a luz, los senos en punta, la cabeza recostada hacia atrás, previa al acoso del dolor, en la bahía… Pero, además de provocar ese tipo de extraños ensueños, el mítico monte Buciero posee muchas aristas, miles de perfiles cambiantes que responden tanto a su coquetería como a la luz y a los tonos de cada amanecer y cada atardecer. Por no hablar de su apabullante historia.

Este terruño dulce y altivo que cae sobre el oleaje martilleante del Cantábrico forma un eje fascinante entre el mar abierto a Inglaterra y la bahía que acoge Santoña, Laredo, Argoños, Escalante y Colindres por la desembocadura del río Asón. Posee tal fuerza magnética en todo el litoral que se avista en días claros desde el monte Igueldo, en San Sebastián. Su personalidad es de tal magnitud que sobresale entre las protuberancias de la costa por derecho propio, con un aspecto extraño, como trasplantado de la Liguria italiana a España.

El monte Buciero, en Cantabria.
El monte Buciero, en Cantabria.José Ramiro

Pero no solo su orografía llama la atención. También su historia. Desde que el hombre es hombre encontró refugio en sus orificios a resguardo del viento y las humedades. Perviven restos de vida del periodo magdaleniense en cuevas como las del Perro o del Fraile, con yacimientos ahora investigados por los responsables de prehistoria y arqueología de la Universidad de Cantabria. Las cuevas están por todas partes, en lo alto del monte, y en la base, conformando un esqueleto de rocas adelgazadas constantemente por la erosión de los elementos, donde acude a pescar pulpos, mejillones y quisquillas toda la chavalería de los alrededores provista de redeños y cubos donde guardar las capturas.

Tirando del hilo prehistórico hasta Roma, a sus faldas, el imperio construyó muy probablemente el Portus Victoriae —enmarcado por varios historiadores en lo que hoy es Santoña— como lugar estratégico en el comercio con las Galias.

El Buciero es ese lugar mágico constantemente amamantado por el rumor del mar. Entre sus acantilados se han atizado naufragios, desgracias que no han podido evitar ni siquiera la posición de sus dos faros, el del Pescador —hoy convertido en museo, con pinturas de Eduardo Sanz— y el del Caballo, al que es preciso acceder atléticamente bajando sus más de 700 escalones.

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Hoy es un cruce de rutas para bien de senderistas y peregrinos del camino de Santiago por el norte. Aunque muchos causen penosos deterioros constantemente denunciados en la red gracias a la labor de Bucierovidasalvaje, vigilantes en permanente estado de guardia en pos del monte, con un ojo avizor en la porquería y los desechos de los turistas menos sensibles y otro en los desmanes y los atentados que se cometen contra su patrimonio civil y militar, plagado como está de fuertes y polvorines.

La brisa por encima de sus bosques de encinas, laureles, madroños; de hayas, acebos, avellanos, y la permanente presencia sonora de las corrientes bajo sus faldas lo convierten en un espacio irreal, extraño, embrujado. Desde los romanos, la obsesión por su control es constante. Las baterías de la edad moderna en sus lomas prevenían los acosos y ataques de ingleses y franceses. Fueron sus paredes las que avistó en su último viaje marítimo Carlos V. El viejo emperador, que retornaba a España camino de Yuste, entró a su abrigo en la bahía que le haría desembarcar en Laredo acompañado de su amante, Barbara de Bloomberg. Allí dejó el gobernante a la madama, madre de Jeromín —Juan de Austria— y allí, bajo el monte, está enterrada, en el monasterio de Montehano.

Tierra de asalto

Las tropas napoleónicas se establecieron en sus lomas durante su conquista del sur hacia 1812, conscientes de que su magnífica vista hacia el mar y la cordillera les otorgaría un lugar de control seguro. Fue el mismo emperador quien mandó construir un fuerte que hoy lleva su nombre. Pero no es el único. El de San Carlos y San Martín, anteriores, del siglo XVII, rodean su contorno y multiplican su importancia como tierra de asalto permanente.

Una aguja colinegra (Limosa limosa), en las marismas de Santoña.
Una aguja colinegra (Limosa limosa), en las marismas de Santoña.Jon Díez Beldarrain

Otra fortificación se encuentra al noroeste, esta vez en forma carcelaria. La prisión de El Dueso, hoy todavía abierta, reposa con vistas hacia la playa de Berria y la marisma, con todo lo que eso debe suponer de suplicio para los reclusos. Construida en 1907, está rodeada por una muralla infranqueable de la que nunca nadie logró escapar.

Santoña y Berria, playa para elegidos, humanizan el Buciero. La primera es población marinera, ruda y de fuerte personalidad. Orgullosa y festiva, posee un alma de supervivencia constante y un carácter que le hace inventarse tanto palabras propias como industrias florecientes, caso de la conserva y la anchoa como producto de lujo. La segunda es un refugio que se asemeja a un acordeón por la fuerza de sus mareas, que la estiran, según les dé, 300 o 400 metros entre las dunas y la orilla.

Otro cantar es la marisma. Según los reflejos, puede ser un manto de plata o una olla humeante a expensas de la bruma donde habitan de manera nómada, en su paso del norte a zonas más cálidas, las más de 120 especies de aves migratorias, además de marinas, que la convierten en reserva natural.

El olor intenso a salazón y salitre penetra todo su entorno desde la carretera de los puentes y llega a lo alto del monte, hasta la cruz de la Peña Ganzo, que corona la cima. Es el terco perfume que poseen los lugares elegidos, los llamados a ser carácter y leyenda de un espacio marcado, como el mítico monte Buciero.

Guía

Dormir

Comer

Información

» Juan de la Cosa (www.hoteljuandelacosa.com; 942 661 238). Avenida de la playa de Berria, 14. Berria. La doble, desde 64 euros.

» San Román de Escalante (www.sanromandeescalante.com; 942 67 77 28). Carretera de Escalante a Castillo, 2. Escalante. La doble, a partir de 136 euros.

» Emilia. Almirante Carrero Blanco. Santoña. Unos 20 euros. Bonito y sardinas a la brasa.

» La Traina. Barrio de Ancillo, 35. Argoños. Unos 30 euros. Marisco y pescados.

» Turismo de Santoña (942 66 00 66; www.turismosantona.com).

» Turismo de Cantabria (902 11 11 12; www.turismodecantabria.com).

» Club de Calidad Cantabria Infinita (www.clubcalidadcantabriainfinita.es).

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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