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Tarjetas negras

Así que estos señores que tenían un sueldo fantástico por hacer no se sabe qué, por ser miembros de no sé qué Consejo, empresarios, sindicalistas y políticos de distintos partidos, utilizaban las tarjetas negras para las cosas más curiosas, desde comprar objetos religiosos a pagar masajes, supongo que relajantes. Y esta gente, que ya queda dicho, cobraban un salario considerable, derrochaban el dinero público en estas fruslerías de nada; total, tiraban con pólvora del rey. Y, como dijo alguien, “el dinero público no es de nadie”. Pero resulta que no es así, que el dinero público sí es de todos, y que falta para cosas tan necesarias como, por ejemplo, aliviar las listas de espera de la sanidad pública y no tener que esperar meses a una consulta, o una intervención quirúrgica que puede evitar mucho dolor e, incluso, salvar vidas. Algunos de estos individuos no tenían el menor inconveniente en decirnos que “habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades” y que “había que trabajar más y cobrar menos”. Queda esperar que, por fin, en este país, “la justicia sea igual para todos”.— Ángel Villegas Bravo. Madrid.

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