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¡Qué pizza tan amarga!

JOAQUÍN REYES

Esta mañana he recibido un whatsapp muy ceremonioso de mi primo y representado Emilio Escribano, que ponía lo siguiente: LUISMI, TE INVITO A COMER, QUIERO COMENTARTE UNAS COSILLAS, ¿A QUÉ HORA TE VIENE BIEN?

Mi primo escribe muy bien los mensajes; pone comas, tildes, signos de interrogación al principio, pone de todo. Creo que lo hace para que me sienta aludido porque yo los escribo rápido y de cualquier manera.

Lo importante es que te entiendan, digo yo. O sea, que mis mensajes son los de una persona normal y los suyos los de un miembro de la Real Academia de los pedantes de mierda, pero bueno. El caso es que le he contestado con el emoticono del pulgar para arriba y después le he preguntado: ¿ESTÁS MALO? POR LO DE INVITAR, DIGO. No me ha respondido, pero sé que en su mente se ha dibujado un “JA, JA, JA, JA, JA”.

Me imagino el motivo de la comida: quiere agradecerme todo lo que he hecho por él como representante. No es que haga falta, pero es bonito que se valore el trabajo de cada uno. La verdad es que siempre he estado a su lado, y no quiero pecar de vanidoso, pero me debe mucho. No me refiero al papel que le conseguí en esa película que ha terminado siendo un exitazo espectacular; estoy hablando de algo más abstracto: #apoyo #amistad #cariño.

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A veces no es fácil convivir con un genio del humor como mi primo: #inseguridades #manías #cambiosdehumor.

Con la película, por ejemplo, lo pasó regular. Tenía bastante presión, por las expectativas que despertaba el primer protagonista interpretado por el cómico de moda. Y que conste que él se lo tomó al principio con mucha ilusión pero luego le entraron las dudas/confusiones. Mi primo no es Marlon Brando —esto a él no se lo puedo decir, claro está, te lo cuento a ti, querido lector, en confianza porque sé que no va a salir de aquí—, pero el papel lo bordaba.

Yo en casa le pasaba los diálogos, se sabía perfectamente sus frases y las decía bien, con espontaneidad. No sonaban artificiales, como les pasa a otros actores que parece que se han tragado una radio —igual ahí mi primo cuenta con ventaja; al no haber estudiado interpretación tiene una naturalidad que otros, precisamente por estar más preparados, han perdido—, pero luego en el rodaje se conoce que se trastabillaba, tenía que repetir muchas veces y los técnicos resoplaban.

Si hasta un día me fui con él y me puso detrás de las cámaras para chivarle el texto, pero fue peor; me dijo que le ponía nervioso —a gritos, delante de todo el mundo— y que “me fuera a zurrir mierdas con un látigo”, textual. Tampoco ayudó, al final, trabajar con alguien que para mi primo era un ídolo: Ramón Gómez. El primer día pasó algo que hizo que empezaran con mal pie, y nunca mejor dicho. Así fue la “cagada” en tres actos:

Presentación: mi primo se calza unas zapatillas creyendo que son de su personaje.

Nudo: las susodichas zapatillas son de esas que llevan un peralte por dentro que te hacen ganar unos centímetros. Mi primo, que apenas puede andar con ellas, bromea delante de Ramón.

Desenlace: las zapatillas son de Ramón. Él se lo toma mal y a partir de ese “divertido” malentendido, en las tomas que comparten, empieza a reírse a destiempo, a pisarle las frases a mi primo, a hacer “morisquetas” para desconcentrarle…

En el rodaje se trastabillaba, tenía que repetir muchas veces y los técnicos resoplaban

Mi primo lo pasó fatal. Y es en esos momentos cuando vienen bien frases de apoyo: “No hagas caso a la gente, estás haciendo un buen trabajo”, “yo creo que no estás tan mal”, “no te preocupes, hagas lo que hagas la gente se va a reír contigo”.

Pero bueno, todo eso ya pasó. La película fue un taquillazo y mi primo se convirtió en una estrella. Y yo observé todo aquello satisfecho, como quizás Miguel Ángel a su David, después del último golpe de cincel. Por cierto, me contaron que la famosa estatua tiene deterioradas las rodillas y, si no la reparan, se puede desmoronar. Y acaso, ¿no puede pasar esto con una carrera artística? Crees que es sólida pero con cualquier descuido puede venirse abajo. Madre mía, hay días que estoy sembrao.

Pues nada, te dejo, querido lector, porque voy a pasar a la pizzería en la que me ha citado mi primo (tampoco se ha estirado mucho) para comer y charlar.

Acabo de terminar y… ¿qué creéis que ha pasado?

a) Me ha agradecido todo lo que he hecho por él y me ha insistido, con lágrimas en los ojos, que acepte una subida en mi porcentaje del 20% al 25%.

b) Me ha espetado a la cara que se va a buscar otro representante.

¡Qué pizza tan amarga!

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