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Los Juegos de la inclusión

El colectivo LGTBI ha tenido mayor visibilidad en Río 2016 que en cualquier otra edición

La jugadora brasileña de rugby-7 Isadora Cerullo besa a Marjorie Yuri Enya, voluntaria de la organización, que le pidió matrimonio en el evento.
La jugadora brasileña de rugby-7 Isadora Cerullo besa a Marjorie Yuri Enya, voluntaria de la organización, que le pidió matrimonio en el evento. Alessandro Bianchi (Reuters)
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Doscientos metros cargados de simbolismo. Esa fue la distancia durante la cual la caricaturista, dibujante y columnista brasileña Laerte Coutinho condujo la antorcha olímpica, el pasado 24 de julio, por las calles de São Paulo (Brasil). El mes de junio había sido el turno de Andressa Sheron en el nordeste brasileño —Estado de Maranhão— y un mes antes, lo había hecho la profesora de portugués Bianka Lins en Minas Gerais. Nada novedoso en que la llama olímpica recorra diversos puntos del país anfitrión meses antes de la ceremonia de apertura, sí en que lo haga en manos de transexuales.

Bianka Lins se convirtió, ese mes de mayo, en la primera transexual en transportar la antorcha en la historia olímpica moderna. Un gesto sin precedentes en unos Juegos Olímpicos que, de una forma u otra, han servido al colectivo LGTBI (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) como plataforma para salir de la invisibilidad que padecen a diario y naturalizar su orientación sexual e identidad de género frente al resto de la sociedad.

“Yo me considero una persona atrevida y perseverante pues luché por hacer lo que más amaba en la vida que era dar clases", explicó la docente Bianka Lins después de ser escogida para transportar la antorcha. "Mucha gente dice que es normal, común. Yo sé que no lo es. No es común tener una profesora travesti dando clase. Para nuestra sociedad es común un travesti siendo peluquera, meretriz, prostituyéndose...".

Un lucha por ser vistos como paso previo para ser aceptados. Aceptados en el ámbito deportivo —con más de 40 atletas LGBTQ compitiendo en estas Olimpiadas—, pero también en el profesional, conyugal... Las estadísticas señalan a Brasil como el país del mundo en el que más personas LGTBI son asesinadas, 318 en el año 2015, según el último relatorio anual divulgado por el Grupo Gay da Bahia (GGB), la entidad defensora de este colectivo más antigua de Brasil. De acuerdo con el proyecto Trans Murder Monitoring (TMM) de la ONG Transgender Europe (TGEU), 845 muertes de hombres y mujeres trans brasileños fueron registradas entre enero de 2008 y abril de 2016. Cifra muy superior, en valores absolutos, a la contabilizada en cualquiera de los otros 65 países participantes del estudio, entre ellos, México (247), Honduras (80), India (55), Turquía (43) o Pakistán (35). De media, cada 28 horas tiene lugar un crimen homofóbo en Brasil, de acuerdo con la organización Grupo Gay da Bahia.

Una pasarela repleta de flashes

“¿Por qué he hecho historia, porque estoy en unas Olimpiadas? Historia la hace aquella que está en la facultad estudiando o aquella otra que es maltratada, y al día siguiente, se levanta y sigue al frente para ayudar a su familia o ser quien quiere ser pese a tener al mundo en contra. La historia la hacen ellas, yo solo las represento”, afirmó en una entrevista para Globo News la modelo transexual brasileña Lea T. La misma que sorprendió al mundo, el pasado 5 de agosto, al encabezar la delegación brasileña durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos. Un gesto más a favor de la causa LGTBI que presenciaron unos 3.000 millones de televidentes en todo el mundo.

Brasil es el país del mundo donde más transexuales y travestis son asesinados. De media, se comete un crimen de odio cada 28 horas

También alcanzó repercusión global la que puede considerarse la primera proposición de matrimonio lésbico de unos Juegos. Marjorie Yuri Enya, voluntaria de la organización, e Isadora Cerullo, jugadora de rugby- 7 de la selección brasileña, se besaban felices ante las cámaras que poco antes habían retransmitido la final de esta modalidad deportiva entre los países de Australia y Nueva Zelanda. Estaban prometidas e iban a casarse, y uno de los motivos para anunciarlo de forma pública, en palabras de la propia Marjorie Yuri, era demostrar que "el amor gana".

"Sueño con el día en que una declaración de amor no sea un acto de militancia, pero mientras no tengamos los mismos derechos y la misma visibilidad y respeto por parejas de mujeres, si quieren llamar lo que hice como un acto político, no voy a discutir", reflexionó poco después Marjorie. Los flashes se disparaban en el estadio de Deodoro de Río de Janeiro, y ya pocos se acordaban de la contundente derrota previa del país neozelandés.

Asimismo, han sido varios los atletas LGTBI que han engrosado el medallero de sus países de origen, como es el caso del nadador homosexual británico Tom Daley —bronce en salto sincronizado a diez metros de altura— o la yudoca brasileña Rafaela Silva —primer oro olímpico para Brasil—. Favelada de la Ciudad de Dios, negra y lesbiana, Silva se ha erigido como un símbolo de superación y resistencia en un país en el que el color de piel y la orientación sexual todavía levantan demasiados obstáculos.

“'Clima olímpico' en el asfalto y 'clima de guerra y miedo' en la favela. Estamos pagando con nuestras vidas el que tú puedas divertirte”, escribió hace unos días en su cuenta de Facebook Gizele Martins, periodista comunitaria y activista de la favela da Maré. Son muchos quienes han bautizado estos Juegos como los "Juegos de la Exclusión". Exclusión de los pobres; de los negros; de los que coronan los 'morros'; de los que solo importan cuando importa su voto; de los desahuciados. No obstante, para las personas LGTBI estas Olimpiadas han supuesto la excusa perfecta para celebrar que existen y que han venido para quedarse. Ya no es posible mirar hacia otro lado.

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