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La principal medida, la que no estaba en el guion, el relevo de Mato

El PP vive con alivio la salida de la ministra aunque teme que el debate no sea suficiente para salvar la imagen de Rajoy

Carlos E. Cué

Cuando concluyó su discurso, Mariano Rajoy fue recibido con un aplauso de sus diputados puestos en pie. Sin embargo, en esta ocasión, según varios diputados consultados, era más un aplauso de respaldo en un momento de dificultad que un reconocimiento a un discurso brillante. El presidente no logró esta vez animar a la bancada del PP, cada vez más inquieta y preocupada ante un reguero de escándalos de corrupción que amenaza con hundir las expectativas electorales sobre todo de alcaldes y barones autonómicos, los primeros en enfrentarse a las urnas.

En los pasillos del Congreso era mucho más comentada la dimisión de Ana Mato que las medidas anunciadas por Rajoy, buena parte de ellas ya conocidas y en cualquier caso ninguna lo suficientemente impactante como para dar un vuelco a una jornada parlamentaria muy difícil para el presidente del Gobierno. La principal medida para frenar el deterioro de imagen del PP es pues, según admitían, la única sobra la que el presidente no dijo ni una sola palabra en su intervención inicial: la destitución de Ana Mato el día anterior. Ya en la réplica, el presidente sí habló de Mato pero solo para explicar que no está acusada de haber cometido ningún delito y ni siquiera de haber conocido que se cometieran delitos. El presidente no aclaró entonces por qué forzó su dimisión, de la que no dijo una palabra.

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Todos los diputados miraban hacia el banco azul donde, al lado de Luis de Guindos, debía haber estado Mato, pero hoy solo había un hueco. Los ujieres habían retirado su escaño, como es preceptivo porque en este momento no hay ministra de Sanidad, la vicepresidenta ocupa sus funciones. En la bancada popular hay cierta pena por el final de Mato, una persona muy querida en el partido, pero también alivio porque incluso los más cercanos asumen que su situación política era insostenible hace mucho tiempo.

El problema fundamental, según admiten dirigentes importantes del partido dentro y fuera de la Cámara, es de credibilidad. Rajoy puede elaborar un listado de medidas novedosas, pero el deterioro de imagen es de tal calibre –el 86,6% de los ciudadanos confían poco o nada en él, según el CIS- que el coste político de cada escándalo cae directamente sobre el presidente. Rajoy había diseñado este pleno como un punto y final sobre la corrupción para poder volver a hablar de lo que realmente le interesa: la economía. El presidente no ha aceptado un pleno monográfico para evitar hablar de los escándalos que afectan al PP y concentrarse en las medidas con la intención de superar cuanto antes “un clima que a ratos se hace irrespirable”, según explicó él mismo. Algunos diputados dudaban de que este pleno pueda servir para volver a la economía, pero el presidente lo intentará y de lo que nadie duda en el PP es de su capacidad de resistencia.

Lo que sí gustó en la bancada del PP es que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, no fuera especialmente agresivo. Rajoy lanzó un mensaje de fondo que todos en el PP están comentando estos días con los diputados y dirigentes socialistas, con los que comparten muchas horas en el Congreso y el Senado. El presidente dijo, en un claro llamamiento a Sánchez, que “generalizar sobre la corrupción es injusto y abre el paso a los salvapatrias de las escobas, cuyo único programa político consiste en barrer, con las consecuencias que todos conocemos”. Esto es: la corrupción facilita la llegada de Podemos al poder. Sánchez atacó al presidente por el caso Gürtel, pero con un tono más suave de lo previsto y también incidió en la idea de que en España no hay corrupción generalizada. Eso gustó mucho en la bancada popular, que lleva semanas presionando a Sánchez para que no se deje presionar por Podemos y apueste por acuerdos con el PP.

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