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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Consigna: desapareced al ‘Brexit’

Los supervisores europeos respiran con alivio. Alegan que el mercado no se colapsó

Xavier Vidal-Folch
El presidente del BCE, Mario Draghi
El presidente del BCE, Mario DraghiPASCAL ROSSIGNOL (REUTERS)

Los banqueros centrales hablan quedo. Lo más extraordinario de la conferencia anual del BCE —sobre el mullido césped de Penha Longa que absorbe en Sintra todo grito— es la completa desaparición del Brexit como problema para Europa. Al menos, en voz alta.

Los 150 banqueros centrales, altos ejecutivos y profesores de Economía afines aquí reunidos parecen seguir una consigna. La de encapsular el problema para diluirlo.

Es el mensaje implícito que les dirigió el presidente Mario Draghi en su única y lateral referencia al asunto. Su “mejor palabra” fue demostrar “tristeza” por “los amigos británicos”. Mensaje con ralo contenido es mensaje de que el contenido es ralo: o sea, que el drama no se trocará en tragedia.

Pocos se salieron del guion, y poco. El profesor australiano David Vines (Oxford), recordando que la escapada británica genera “un shock global de volatilidad”. Y el economista jefe del FMI, Maurice Obstfeld, advirtiendo del “riesgo de pérdidas de capital”.

En voz baja, algunos reconocían que “podemos pasar algunas semanas malas, incluso meses”, pero los más estaban en que “la turbulencia no durará”. Los pesimistas (¿o realistas?) asumían que el revés puede causar una nueva ronda de desestabilización financiera.

Y es que aunque la capitalización de los bancos ha mejorado desde la Gran Recesión, en alguna latitud (Italia, Alemania) persiste la vulnerabilidad (escaso capital, mala gestión, alta morosidad, bajo rendimiento).

La huida del Reino (hasta ahora) Unido puede perjudicar por dos mecanismos, sobre todo a entidades involucradas en la City:

a) Una ruptura de los lazos económicos tradicionales (sin reposición de otros similares) desplomaría el PIB británico hasta un 9% —según su Tesoro—, y por tanto bajaría la actividad prestamista, aumentarían las penas de los clientes y subiría la morosidad.

b) Y una eventual caída persistente de la cotización de la libra esterlina disminuiría el tamaño de la aportación de filiales y sucursales sitas en la City a sus grupos matrices.

El riesgo siempre existe de que una piedra en el sensible lago de las finanzas apenas recuperadas desde el abismo de 2008 levante súbitas turbulencias. Más que un Grexit se ha temido que fuera el Brexit quien las causara.

De rebote, pero “esta es la prueba más severa que sufre el euro en su historia”, comentaba un profesor norteamericano. Un colega suyo de escuela ultraliberal descartaba contagios: “En EE UU, muchos ni siquiera se han enterado del Brexit”. Y tres supervisores de países fríos y profundo bienestar social coincidían en esto con su rival ideológico: “el desastre que está viviendo Reino Unido desincentivará incluso a nuestros populismos”.

Pero para encapsular no basta con la UE. Se requiere que Londres se apunte a minimizar daños: no nos hagamos daño mutuamente. Ese es el otro mensaje encriptado.

De momento, el alivio de ayer en los mercados legitimaba la flema, la prudencia. Como resumía un conspicuo asistente, no ha habido “momento Lehman”; ni los mercados se han bloqueado o congelado como entonces. Es la tesis del acontecimiento inexistente. Ojalá.

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