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Reportaje:FUERA DE RUTA

La isla de los ojos de coral

Moáis y otras leyendas en Pascua, un trozo de tierra perdido en el Pacífico

Paco Nadal

Hay algo que llama poderosamente la atención (y no son los moáis) cuando, tras cinco horas y media de vuelo desde Santiago de Chile, la pequeña isla de Pascua aparece en la ventanilla, en medio de la nada oceánica, como una minúscula migaja de pan de forma triangular en el interminable tapete azul del Pacífico: ¿cómo diablos llegaron hasta aquí los primeros seres humanos?

A Rapa Nui (su nombre en lengua aborigen), destino mítico y soñado por cualquier viajero, se viene a ver los moáis, esos rostros gigantescos esculpidos en piedra volcánica que tras mil años en pie siguen planteando más dudas que respuestas a la ciencia. Pero lo verdaderamente asombroso, pienso mientras un taxi me lleva hasta el hotel, no es que unos tipos con hachas de obsidiana tallaran estos megalitos de varias toneladas de peso y los transportaran a 25 kilómetros de distancia sin conocer la rueda ni las leyes de Newton. Lo milagroso es que llegaran y arraigaran aquí, a una isla volcánica solitaria, de 24 kilómetros de largo por 12 de ancho (dos veces la superficie de Formentera), en mitad del océano Pacífico, lejos de todo. El continente sudamericano está a 3.700 kilómetros hacia el este. Por el oeste, lo más cercano es la Polinesia Francesa... ¡a 4.300 kilómetros de distancia! Si exceptuamos las pequeñas islas Pitcairn, que quedan a unos 2.000 kilómetros hacia occidente, no hay nada en torno a Pascua a menos de cinco horas y media de vuelo. No hay vecinos. Solo agua.

Lo segundo que llama la atención una vez que has dejado el equipaje y empiezas a recorrer la isla es que el paisaje y sus perfiles no son nada de especial. Rapa Nui quedó totalmente deforestada hace siglos y los pocos árboles que se ven han sido reintroducidos: eucaliptos, guayabas, ficus... Un escenario que recuerda muy poco al de los Mares del Sur de los folletos turísticos. Tampoco es una isla de acantilados poderosos ni de kilométricas playas (solo tiene dos). La leyenda comúnmente aceptada es que los rapanui talaron sin control el bosque tropical de palmas que cubría la isla para transportar los moáis hasta dejarla hecha un páramo. Pero los estudios más recientes apuntan a que es solo eso, una leyenda, o, al menos, no la razón primera. Hoy sabemos que aquel primer centenar de pobladores que llegaron, entre el año 400 y 700 de nuestra era, en piraguas de remo y precarias velas desde las islas de Tahití (¡4.300 kilómetros de agua ininterrumpida!) trajeron consigo gallinas y ratones de la Polinesia, una especie de conejo de Indias que usaban para alimentarse. Este roedor se multiplica de manera asombrosa, no tiene depredadores aquí y además come las bayas de la palma. Así que probablemente no fueron los humanos sino una especie invasora introducida por ellos la que deforestó la isla. Un laboratorio en pequeñito de lo que le puede ocurrir al planeta Tierra en gran escala a este ritmo que vamos.

Todos estos enigmas te van atrapando sin darte cuenta y a las pocas horas de haber aterrizado en Pascua caes subyugado por sus misterios. Y entonces es cuando llegas a tu primer ahu, como se llaman las plataformas donde se instalaban los moáis, y la fascinación por este remoto lugar se convierte en pasión.

Ahu Tongariki

El más impresionante de todos, el más famoso y fotografiado, es el Ahu Tongariki, donde con financiación japonesa se restauraron 15 moáis de gran tamaño en un escenario espectacular. Las enormes figuras de piedra miran al interior de la isla, protegiendo a sus habitantes con sus miradas hoy vacías, ya que les faltan los ojos, que se hacían de coral blanco y eran el mana -el alma- de la figura; detrás de ellas, los rugidos del Pacífico entonan un eco ronco entre los acantilados de negra lava volcánica.

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Todos los moáis que se ven en Pascua han sido restaurados y alzados de nuevo con grúas. No quedó ni uno solo en pie; el último en su posición original fue visto por un barco ruso que pasó frente a estas costas en 1838. Las guerras entre clanes, el abandono del culto a los antepasados representados en estas grandes estatuas y los terremotos acabaron por tumbar los más de 800 censados.

El único moái que aún luce sus ojos de blanco coral es uno del Ahu Tahai, un centro ceremonial, muy cerca de Hanga Roa, la capital pascuense. Fue restaurado por el gran arqueólogo norteamericano William Mulloy entre 1968 y 1970. Solo cuando un moái tenía sus ojos incrustados estaba terminado y empezaba a ejercer su poder protector sobre el poblado, solo entonces dejaba de ser moái para convertirse en aringa ora: un rostro viviente.

Otro grupo de moáis muy interesante es el de Anakena. Una visita obligada sobre todo por el playazo que se extienden a sus espaldas. La playa de Anakena es la mejor de la isla (una competición fácil de ganar: solo hay dos), con su arena blanca y refulgente y un bosquecillo de palmeras importadas desde Tahití. Es el único lugar de la isla que nos hace recordar que, aunque se hable español y ondee la bandera de Chile, estamos en la Polinesia.

Pero si hubiera que elegir el lugar donde Pascua muestra toda su enigmática fuerza sería Rano Raraku, la cantera donde se esculpían y extraían los moáis. Rano Raraku, en la ladera del cráter del volcán homónimo, quedó tal cual la abandonaron los tallistas. Hay figuras a medio hacer y otras en proyecto, apenas esbozadas en el bloque de roca virgen. Hay moáis terminados y erguidos al pie del cráter, como estatuillas de decoración en el almacén de una fábrica en espera de ser distribuidos.

Rano Raraku impacta porque está tal cual fue. Una ventana abierta al pasado. Si cierras los ojos y abres la imaginación, es fácil idealizar la escena de cientos de obreros tallando piedras en las paredes de ese cráter con hachas de basalto y obsidiana para agradar a sus sacerdotes y a sus ancestros.

Pascua es una isla llena de misterios. Pero, quién sabe, a lo mejor las respuestas son tan sencillas que no queremos creerlas.

Moáis en la playa de Anakena, al norte de la isla de Pascua en Chile.
Moáis en la playa de Anakena, al norte de la isla de Pascua en Chile.YVES GELLIE

Guía

Cómo llegar

» LAN (www.lan.com) vuela de Santiago de Chile a Isla de Pascua por 457 euros ida y vuelta. Vuelos a Santiago de Chile desde Madrid, ida y vuelta desde 911 euros.

Información

» Turismo de Chile (www.turismochile.cl).

» Turismo de Isla de Pascua (www.visitrapanui.cl).

» www.portalrapanui.cl.

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