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Reportaje:

La ruta mexicana de los tesoros coloniales

Siete paradas sorprendentes en un viaje por el centro de México

Portadas churriguerescas. Plazas con soportales. Tamales y quesadillas. Y colores que van del albero al granate. Guanajuato, Morelia, Santiago de Querétaro y otras ciudades con muchísima solera.

La confitería La Catrina es el 'showroom' por excelencia del dulce mexicano. Cuesta resistirse a sus bolitas de tamarindo, piruletas de sandía (cómo no, con chile), obleas con cajeta y licores de guayaba y membrillo
Sus casas bajas y negocios peculiares, como la librería vasca Kulturunea; el café La Biznaga; la gofrería Wafle In, o la sala de teatro La Casona del Árbol, nos generan ganas de instalarnos en Santiago de Querétaro tras haber recorrido un México inesperado

Cuando viajamos, ¿buscamos que todo sea parecido a lo que tenemos en casa o, por el contrario, nos ciega la avidez de ver y experimentar algo completamente distinto? La respuesta fácil es la segunda, claro, pero ¿no sería gratísima la sorpresa de encontrarnos en un lugar que abarcara ambas modalidades a miles de kilómetros de casa: una calle clavadita a otra de, pongamos, Valladolid, pero cuyos restaurantes ofrecieran mole y quesadillas de hongo huitlacoche? Lugares así existen, están en México y forman parte de la ruta de los tesoros coloniales, ruta que, además de portadas churriguerescas, incluye danzas huastecas y purépechas; plazas de toros con solera; la tuna cantando Clavelitos y descomunales tamales de maíz rellenos de carne llamados zacahuiles. Pero no, en ese México no hay asomo de playa caribeña, ni restos arqueológicos mayas cada veinte metros: la ruta de los tesoros coloniales es otra faceta del México poliédrico que, en este caso, transforma, relee y enriquece la herencia arquitectónica y monumental española con elementos mexicanos de pura cepa, muchos de ellos procedentes de su pasado prehispánico. Los aficionados al juego de las siete diferencias están de enhorabuena: ésta es su ruta. La palabra mestizaje, tan en boga últimamente, tiene su acepción más precisa en los Estados que integran el recorrido. Estados de nombres largos y sonorísimos, como Aguascalientes o Guanajuato, fácilmente accesibles por tierra desde la ciudad de México sin necesidad de darse largas panzadas de autobús.

Aguascalientes

Comencemos por la A de Aguascalientes, un Estado pequeñito orgulloso de haber sido escenario en 1914 de la convención del mismo nombre, embrión de la revolución mexicana. Además de su plaza de toros -¿la segunda más grande de México?-, ofrece un centro histórico paseable con edificios virreinales e iglesias barroquísimas. En la plaza de armas se ubica su palacio de gobierno, edificado el siglo XVII y cuyos murales interiores son obra de Osvaldo Barra, discípulo de Diego Rivera, y cuentan visualmente gran parte de la historia de México.

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San Luis Potosí

Dejamos atrás Aguascalientes y llegamos a la ciudad de San Luis Potosí, capital del Estado del mismo nombre. San Luis es, junto a Montreal o Budapest, una de las 60 localidades que forman parte de la asociación internacional de ciudades-luz. Buena prueba de ello se deja ver de noche, claro está, al pasear por las plazas de San Francisco, del Carmen y de Aránzazu.

El souvenir oficial del Estado es el rebozo, palabra de acepción nada farinácea en este caso y que designa los chales o mantones empleados por el 80% de las mujeres mexicanas. Ya sea en su versión tradicional o en su relectura contemporánea e inevitablemente fashion, el rebozo juega en México un papel importante en la cotidianidad femenina desde el siglo XVI. Es en el pequeño pueblo de Santa María del Río donde el rebozo tiene su emporio: varias escuelas forman a futuros rebocistas y muestran en directo todas las fases de su confección.

Guanajuato

Otra manera de continuar esta ruta es yendo al acecho de ciudades patrimonio de la humanidad. Guanajuato es un buen ejemplo: su centro histórico y sus minas adyacentes recibieron esta distinción de la Unesco en 1998. Visitar esta ciudad tiene un riesgo importante: dan irrefrenables ganas de quedarse. La manida frase "sentirse como en casa" se hace aquí realidad, quizá por los inevitables toques salmantinos o incluso compostelanos que posee el lugar, provocados en parte por la tuna local. Ya seamos seguidores o huidores profesionales de la estudiantina de las cintas multicolores, en Guanajuato es cuando menos divertido encontrársela. Todas las tardes a las ocho, en el jardín Unión, punto de encuentro de estudiantes, jubilados y forasteros, los aguerridos chavalotes tunos montan lo que se conoce como la callejoneada, un plan encantadoramente turístico que consiste en ir por los estrechos callejones de la ciudad haciendo una ronda con canciones. Y una ciudad con tuna que da serenatas no podía no tener un lugar llamado Callejón del Beso, cuya leyenda besucona genera un tráfico de ósculos superior al de cualquier otro rincón de la ciudad. Muy cerca se encuentra la confitería tradicional La Catrina, el showroom por excelencia del dulce mexicano, tan incomprensible como fascinante. Cuesta resistirse a sus bolitas de tamarindo, piruletas de sandía (cómo no, con chile), obleas con cajeta y licores de guayaba y membrillo.

Y si hay tuna es, obviamente, por la fuerte presencia de la Universidad, que salpica la ciudad de tiendas de reprografía y encuadernación de tesis, así como de lugares económicos y pintorescos para alimentar a los estudiantes. Sin ir más lejos, las fondas del Mercado de Gavira, vecino del imponente Mercado Hidalgo, ofrecen mil variantes de comida a precios ultraeconómicos (no sorprenderse ante el cartel de "exquisita birria", que no es sino carne macerada con especias). La población guanajuatense se ve enriquecida anualmente con los estudiantes venidos de todo el país y de otras latitudes, pero también, en octubre, con los asistentes al prestigiosísimo Festival Cervantino (www.festivalcervantino.gob.mx), un festival internacional de artes escénicas y música que nació, como quien no quiere la cosa, en la plaza de San Roque, donde un grupo teatral universitario decidió empezar a representar los Entremeses de Cervantes en 1953. Muchos de sus espectáculos tienen lugar en el decadente y esplendoroso teatro Juárez, visitable también fuera del horario de funciones. Inaugurado por el presidente Porfirio Díaz en 1903, su salón fumador y sus vidrieras y arabescos hacen pensar en gloriosos estrenos de eventos belcantistas y en damas y caballeros provistos de miniprismáticos de marfil que después acuden a beberse un cóctel en el cercano café del hotel Luna, el lugar donde uno se toparía con Geoffrey Firmin, el cónsul de Bajo el volcán, poniéndose ciego a mezcales.

Y si no nos acabáramos de decidir sobre qué recuerdo comprar en Guanajuato, las tiendas de la ciudad nos sacarían de dudas: si en todo México el icono Frida Kahlo está presente por doquier, aún más lo está en la capital cervantina de América. Esta omnipresencia de camisetas, bolsas, llaveros y cualquier otro objeto regalable sobre el que se estampó el rostro contundente de la pintora, quizá se deba a que esta ciudad fue el lugar de nacimiento de su marido, Diego Rivera, cuya casa-museo se puede visitar diariamente.

San Miguel de Allende

A 97 kilómetros de Guanajuato está el lugar ideal para hacer ese curso de fotografía en el que no nos matriculamos cuando teníamos 19 años o retirarnos unas semanas y colgar el cartelito de no molestar. Un "no molestar" relativo, pues la pequeña ciudad de San Miguel de Allende, con su Pantone de colores que oscila entre albero, granate y coral, ofrece cientos de actividades para ocupar el tiempo, entre ellas un montón de cursos de verano de arte y fotografía. Con su población estadounidense de más de 6.000 individuos, los sanmiguelenses resultan una fauna de lo más cosmopolita, incluyendo, claro está, a los mariachis que esperan en los soportales de la plaza del Jardín Principal a que alguien les pida unas rancheras, previa transacción comercial. Todos soñamos con instalarnos una temporadita en San Miguel de Allende para tomarnos algo bajo una hilera de gigantescas fotos de Libertad Lamarque, Jorge Negrete y Cantinflas en el bar La Coronela; para visitar la Fábrica La Aurora, donde artistas y diseñadores trabajan y exponen su obra; para acudir a la Sanmiguelada de septiembre, una especie de minisanfermines locales de un día de duración, y para hacernos con una bolsa de cuadros de asa blanca y meter en ella la jícama y el mango que habremos comprado en el mercado para preparar con ellos una ensalada en nuestra propia casa.

Morelia

Otra opción a contemplar es sustituir la ensalada casera por algún plato de la gastronomía mexicana. Olvidémonos de artefactos como fajitas y burritos: esas denominaciones son propias de la cocina Tex-Mex y están muy alejadas de especialidades genuinas como el mole, los chilaquiles o mil clases de tamales. Si cambiamos de Estado y nos dirigimos al de Michoacán, no nos faltarán ocasiones de probar la cocina autóctona. En su capital, Morelia, también patrimonio de la humanidad desde 1991, es conveniente visitar el restaurante Los Mirasoles. Sus ideólogos, al igual que Béla Bartók rescataba melodías populares de Hungría y Transilvania, han recuperado recetas de regiones del pueblo purépecha como la sopa tarasca (con aguacate y tortillas), el churipu (consomé de carne), el mole moreliano con pollo o las jahuácatas (corundas de pasta de maíz).

Morelia es un parque temático de la vida en provincia cuyas actividades ad hoc son dar lametones a helados, pasear o mirar escaparates. Olvidémonos aquí de las multinacionales de la moda. En Morelia, la franquicia brilla por su ausencia. La antigua Valladolid de Michoacán, con su acueducto, sus calles con soportales, su catedral y sus otras iglesias barroquísimas o neobarroquísimas, como el templo de Guadalupe, cuyo interior sobredecorado hace pensar en una tarta nupcial, nos generan irrefrenables ganas de apaciguar el paso y disfrutar de su personalidad sosegada pero no exenta de animación.

Pátzcuaro

Y al estar en Michoacán es casi obligatorio darse una vuelta por Pátzcuaro, pueblo inconfundible debido a su clara identidad corporativa: casas bicolores, blancas por arriba y rojas por abajo, y un patrimonio tipográfico en el que todos, absolutamente todos los rótulos de negocios y entidades llevan la inicial en rojo y el resto de letras en negro. En sus calles encontramos puestos de cualquier producto imaginable: su mercado de la plaza de Vasco de Quiroga, autodenominado de artesanías y antojitos, es lo más cercano a la idea de zoco que se nos ocurre: barberías, dulcerías, urinarios públicos, mujeres pelando nopales... todo lo indispensable para tener a cualquier fotógrafo apretando permanentemente el botón de la cámara. Pero el mejor sitio para ver y adquirir artesanía de cinco estrellas es la Casa de los Once Patios, también cercana a la citada plaza. En su interior, que nos teletransporta inmediatamente a un patio típico de Almagro, un grupo de artesanos muestra las técnicas artesanales autóctonas de Pátzcuaro. Entre ellas destaca la escultura en pasta de caña de maíz y jugo de bulbo de orquídea, una técnica prehispánica de resonancias cercanas a la alquimia medieval. Pero Pátzcuaro no se acaba ahí: su lago del mismo nombre posee un conjunto de islas altamente visitables, con la llamada Janitzio como producto estrella.

Santiago de Querétaro

Y acercándonos de nuevo hacia Ciudad de México para volver a casa, a sólo 60 kilómetros del Distrito Federal, nos falta pasearnos por otro entorno declarado patrimonio de la humanidad en 1996: el centro histórico de Santiago de Querétaro, capital del Estado de Querétaro. De nuevo, conventos; de nuevo, una gama de colores entre rojizos y ocres; de nuevo, provincia en la mejor acepción de la palabra, con su plaza de armas donde sentarse a disfrutar del bullicio y con montones de patios por descubrir, como el del Mesón de Santa Rosa, cuya hilera nocturna de lucecitas seudonavideñas atrae como un imán al visitante. La llamada Casa de los 5 Patios, en el Andador 5 de Mayo, ofrece un lote de lugares a cual más pintoresco en su interior. Allí está La Viejoteca, un bar curioso decorado como una farmacia añeja donde, como no podía ser de otra manera, suena música retro.

Siguiendo por la calle 5 de Mayo, pero dejando atrás su parte peatonal y concurrida, llegamos al barrio en el que seguramente viven los diseñadores gráficos y artistas de la ciudad. Sus casas bajas y negocios peculiares, como la librería vasca Kulturunea; el café La Biznaga; la gofrería Wafle In, o la sala de teatro La Casona del Árbol, nos generan de nuevo ganas de instalarnos allí tras haber recorrido un México inesperado, alejado geográfica y espiritualmente de cancunes y acapulcos, pero fuerte competidor de estos lugares en lo que a atractivos se refiere.

- Mercedes Cebrián es autora de El malestar al alcance de todos y Mercado común (ambos en Caballo de Troya).

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir- Viva Tours (www.vivatours.es; en agencias ofrece distintos circuitos por los Estados de la ruta de los tesoros coloniales. Por ejemplo, vuelos, nueve noches de alojamiento y circuito desde México DF con paradas en Querétaro, San Miguel de Allende, Guanajuato, Guadalajara, Pátzcuaro y Morelia, desde 1.694 euros por persona.- Iberia (902 400 500; www.iberia.com) vuela a México DF ida y vuelta desde Madrid y Barcelona, desde 709 euros, tasas y gastos incluidos.Dormir- AGUASCALIENTES: hotel Fiesta Americana (00 52 44 99 18 60 10; www.fiestamericana.com). Laureles, s/n. Colonia Las Flores. La habitación doble, desde 100 euros.- GUANAJUATO: hotel Quinta las Acacias (00 52 47 37 31 15 17; www.quintalasacacias.com); paseo de la Presa, 168. La doble, 160 euros.Y hotel El Mesón de los Poetas (00 52 47 37 32 66 57). Positos, 35.Desde 80.- SAN MIGUEL DE ALLENDE: hotel La Morada (www.lamoradahotel.com; 00 52 41 51 52 16 47). Correo, 10. 112 euros.- MORELIA: hotel Los Juaninos (00 52 44 33 12 00 36; www.hoteljuaninos.com.mx). Morelos Sur, 39. La doble, 140.- PÁTZCUARO: hotel La Parroquia (www.hotellaparroquia.com; 00 52 43 43 42 25 16). Gertrudis Bocanegra, 24. La habitación doble, desde 62 euros.- SANTIAGO DE QUERÉTARO: hotel mesón de Santa Rosa (00 52 44 22 24 26 23; gwww.mesonsantarosa.com). Pasteur Sur, 17. Doble, 100 euros.Información- Turismo de México (teléfono gratuito, 00 800 11 11 22 66, y www.visitmexico.com).

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