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De Marchi gana una etapa con más niebla que montaña

El italiano se hace con la victoria en una etapa en la que su compatriota Aru ha logrado conservar el 'maillot' rojo

De Marchi, vencedor de la 14ª etapa de la Vuelta
De Marchi, vencedor de la 14ª etapa de la Vuelta Javier Lizon (EFE)

La épica y el ciclismo se llevan tan bien como el hambre y las ganas de comer, pero hay niveles de hambre como hay niveles de épica. Hay gente que dice tener hambre y en realidad tiene ganas de comer, igual que si salpicas una etapa con una niebla frondosa, la épica se recrea hasta el punto de que los pequeños ciclistas (en su mayoría) parezcan auténticos gorilas en la niebla, personajes míticos que aparecen y desparecen después de cada curva y fomentan la duda sobre quién va primero, quién ha flaqueado, quién ha surgido de entre ese color gris blanquecino que envuelve a los ciclistas en un manto de niebla adulador.

Clasificación general de la Vuelta
Clasificación general de la Vuelta

Pero en realidad, entre la niebla pasaban pocas cosas. Un final así le da lustre al ciclismo, pero el mérito es de la meteorología que lo mismo elige el sol, la lluvia, el frío o la niebla para dibujar la postal de una carrera que fue mansa y no decidió nada.

Ganó el italiano De Marchi, porque fue el que más se lo merecía, porque intentó una, dos, tres veces excavar el túnel de la fuga que al final fue definitiva. En el día que Samuel Sanchez, su jefe, había echado pie a tierra, al poco de salir de Vitoria, De Marchi lamió las heridas y se empeñó en que ese túnel hacia lo desconocido llevara a buen puerto, es decir a la Fuente del Chivo, así llamada por su agua fría durante todo el año.

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Fue la carrera que iba por delante. Una carrera de cinco corredores a la que el pelotón le dio vía libre porque en ese grupo de figuras prevalece el miedo. Las figuras siguieron a pies juntillas el dictamen de Dostoyevsky cuando decía que “dar un nuevo paso, decir una nueva palabra, es aquello a lo que la gente teme más”. Y nadie dijo nada hasta que el puerto se acercó a la niebla, con la etapa decidida entre dos italianos (De Marcho y Puccio, en favor del primero, y en detrimento de Rojas, Cherel y Quintero, sus acompañantes que se rindieron exhaustos.

El pelotón anda justo, apurado, miedoso, midiendo el sudor, calculando cada uno de los impulsos. La subida al Alto de Campoo es larga, pero suave. Jamás sobrepasa el 9% del desnivel, la carretera es buena, no exige más que un buen ritmo y un grado de ambición razonable. No era un puerto para que se establecieran diferencias notables. Y no las hubo. Es decir, Dumoulin pudo ganar el primer pulso del Cantábrico cediendo apenas 19 segundos respecto a Fabio Aru. O sea, nada. Al menos el italiano fue el único que retó al miedo. Lo intentó de lejos, porque tiene muchos rivales y hay que ir decidiendo a quién se derriba. El objetivo es Dumoulin, pero el holandés ve más alto que los demás. Seguro que veía las curvas antes que nadie. Pero Aru lo intentó y lo dejó atrás. Rompió su rutina y le dejó un poco atrás. Luego le alcanzó un Nairo Quintana redivivo que subía cómodo, sentado en su sillín, vista al frente, mientras el italiano se retorcía en el manillar en su frustrada intención de descolgarle.

El miedo a lo por venir

Nairo fue la noticia positiva del Movistar, por su resurrección, aunque esté lejos en la clasificación. Dumoulin fue la noticia negativa para Aru, porque solo lo retrasó unos cuantos segundos y ahora solo lo tiene a 49 segundos en la general. Purito Rodríguez fue la noticia positiva para sí mismo. Aguantó a unos y otros, resistió ataques, no triunfó, pero sigue amenazante la estela del líder al que retrasó incluso unos segundos.

Fueron fuegos artificiales entre la niebla, de esos que lucen más por el ruido que hacen que por el color que desprenden. La primera de las tres etapas de montaña, ratificaron las ganas de Aru, la recuperación de Nairo Quintana, la regularidad de Purito Rodríguez y el mantenimiento de Dumoulin, la noticia más negativa para todos los demás.

Fue la ocasión perdida para todos ellos, pero el puerto no permitía más que detalles épicos. Y prevalecía el miedo a lo que está por venir. Más dura será mañana y más dura, pasado mañana. Así que convenía esperar, dominar los impulsos. Pero fue un pulso perdido, quizás era un pulso imposible de ganar. Y por eso, sin ganar, ganó Dumoulin, aunque quedase el 15º en la etapa a 19 segundos del líder y su compaña. Y todo entre la niebla, donde los éxitos y las derrotas apenas se vislumbran. Se glorifican, pero no se ven.

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