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EL ESPAÑOL DE TODOS
Columna
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Una redacción de ‘francotiradores’

El objetivo último del periodista, ‘free-lancer’ o patricio de redacción, es transformar lo ‘micro’ en ‘macro’

La voladura raramente controlada del andamiaje de la industria periodística clásica por la deflagración de Internet puede verse como un mecano del que sobran piezas, surgen otras nuevas y todo el juego se halla en urgente necesidad de reinstalación. Y entre las operaciones que hoy se reinventan figuran prominentemente los free-lancers que, sin ánimo peyorativo alguno, prefiero llamar francotiradores.

Free-lancers, por los lanceros mercenarios de la Inglaterra medieval, son los periodistas no adscritos a ninguna redacción que venden lo que pueden donde pueden. Cuando yo empezaba a dedicarme a esto, hace casi medio siglo, sólo un puñado de colegas lograba vivir de ese mercado libre. Hoy no son demasiados, pero su número va en aumento.

Internet ha traído consigo tanto bienaventuranzas como exigencias. El periodista de infantería puede saberlo todo, ser la más formidable biblioteca si se maneja bien en el ultramundo digital. El periodismo de datos es ya una obligación de consulta y guía para el profesional que no tiene derecho a no saber. En la prehistoria el periodista era un individualista que, como el caracol con su joroba, acarreaba un cargamento de conocimientos aparentemente inútiles hasta el día en que, misteriosa o milagrosamente, eran necesarios. ¡Nunca más! A la memoria heroica ha sustituido la tecnología de servicio. El periodista de este Neolítico digital constituye por sí solo una redacción al completo con todas las respuestas que pueda su cometido evocar. Y todo ello se aplica al francotirador muy particularmente en la atomizada jungla informativa en que vivimos.

Sin perjuicio de que los que puedan permitírselo mantengan una red de corresponsales permanente, a cualquier publicación le interesa aprovechar la malla intangible de personal circulante, o incluso crear una capilaridad propia, un tejido que exige al autor el manejo adecuado de las potencias digitales. El director del Washington Post, Martin Baron, decía en el Festival Gabo, celebrado en Medellín en septiembre pasado, que su periódico había creado una de esas estructuras a la que denominaba comunidad de inteligencia, que estaba integrada por nada menos que 2.200 de esos francotiradores, seleccionados por su localización geográfica y formación personal, únicamente en EE UU. Y todos ellos de ida y vuelta porque podían ofrecer o se les podía solicitar a través de los canales de la redacción. La vastedad natural de la web libera de la limitación del papel, lo que permite atender exclusivamente con la extensión que sea necesaria a la conveniencia de la cobertura. Una red a la que el fondo inagotable de lo digital puede elevar de micro a macro, de la información local más inmediata a una comparativa incluso internacional.

Aunque es cierto que cada día más la gran información se hace local, la que ocurra donde ocurra, sigue interesando en una proximidad que nos afecta, también lo es que esa información redobla su fuerza por su rebote en lo lejano, lo que sólo es posible por medio de las redes sociales. Así es como lo macro y lo micro se funden en manos de un francotirador experto.

En la Edad de Oro del impreso recuerdo que se decía con olímpico desdén que lo que no publicaban los grandes periódicos no había ocurrido; era hacer el récord, como se llamaba en España, registrarlo todo en un afán de totalidad imposible. Pero es hoy la extensión digital la que nos permite llevar a cabo ese registro implacable, y no sólo porque el papel es caro y su existencia finita, sino porque las propias redes demuestran que, como el universo, las posibilidades de información no acaban nunca.

El objetivo último del periodista, francotirador o patricio de redacción, es transformar lo micro en macro: el avatar personal, la anécdota en categoría, como decía el maestro D'Ors, y para ello esta capilaridad es fundamental. Pero con una condición: de la navegación por las redes, de lo macro, hay que saber volver a lo micro, al trabajo persona a persona, sin lo que haríamos periódicos tan frígidos como el palacio de hielo de Supermán. El francotirador, en alza, necesita más que nunca tocar humanidad.

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