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Maika Makovski, la chica que dejó de ‘rockear’

La cantante habla junto al productor John Parish de su nuevo y más sereno disco

Maika Makovski, en Groningen (Países Bajos) en enero de 2015.
Maika Makovski, en Groningen (Países Bajos) en enero de 2015. Dimitri Hakke (Redferns via Getty Images)

Siempre ha sido un torbellino escénico. Un volcán de gran alcance dentro de la escena del rock español. Pero Maika Makovski (Palma de Mallorca, 1983) se cansó de rockear. Hasta el punto de que Chinook Wind (Warner, 2016), su sexto álbum, es, a buen seguro, su colección de canciones menos rock. Pero es magnético. Turbio y dulce a la vez.

Con él completa un ciclo marcado por incursiones en el mundo del teatro, un tiempo en el que ha actuado y compuesto la música. Y lo hace precisamente en compañía de un viejo compañero, que, además de este último trabajo, produjo el álbum Maika Makovski (2010). Hablamos de John Parish (Yeovil, Reino Unido, 1959), mano derecha de PJ Harvey en algunos de sus mejores discos.

Ambos charlaron con EL PAÍS en el piso 24 de un hotel barcelonés durante el festival Primavera Sound, celebrado a principios de junio. Él estaba en la ciudad, que se desplegaba a sus pies, porque esa noche acompañaba a Polly Jean, Mick Harvey y compañía en otro majestuoso concierto, cima del festival.

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“Siempre he tratado de romper con los cumplidos que la gente me hace, de modo consciente o inconsciente”, asume Makovski al hilo de lo que supone este álbum, que apuntala el giro ya esbozado en sus dos precedentes más cercanos. “Cuando todo el mundo decía lo buena que era mi voz, empecé a componer canciones más lineales”, ejemplifica, esgrimiendo que no cree que el rock and roll la defina. “Decíamos que el hecho de que no fuera rock era algo bueno (risas), y es un trabajo de estudio que no intenta emular nada de lo que puedas escuchar habitualmente sobre el escenario”, apuntilla. “A mí me apasiona el rock and roll, claro”, remata John Parish, pero coincide en que “a veces tienes que seguir tus instintos: es aburrido repetirse, y todos los grandes artistas tratan de evitarlo, aunque puedan equivocarse”.

Grabado durante solo dos semanas en Bristol, el disco pone fin a cuatro años de sequía, la más larga nunca experimentada por Makovski. ¿Cierra el círculo iniciado con Parish hace años en el mismo lugar?: “Estaba quemando puentes, como una loca, cambiando cosas de forma un poco dramática, y necesitaba volver a alguien que me conoce y en quien puedo confiar, como John, que encontrara el nexo común entre los temas”.

No era fácil, porque todo se concretaba en más de cuarenta canciones. “Sí, mi dropbox estaba repleto”, dice entre risas él. “Lleva su tiempo”, concede el británico, pero afirma exprimir su veteranía como “un proceso instintivo, en el que con un par de escuchas me doy cuenta de si algo funciona o no, o si al álbum le falta algo o está equilibrado”. Él encarna la visión externa, la dirección global de la obra: “A veces tú eres el peor juez de tus canciones”.

En busca de la esencia

Asociado a trabajos para —sobre todo— PJ Harvey, pero también Eels, Giant Sand o Dominique A, suele ser John Parish un productor austero, que resta capas y no las suma, en busca de la esencia del músico. Él razona que “no es algo filosófico, sino más de instinto”, porque no le gusta “el arte que tiene exceso de mediación”. Así que se precia de no apuntarse a la corriente imperante en la música de consumo: “Muchas grabaciones están exacerbadas por la tecnología, se convierten en algo demasiado procesado”.

Makovski está presentado el disco en salas cerradas, y no en grandes citas. “Tocar en algunos festivales en España”, dice, “te hace sentirte como en una churrería, con sonidos mezclados y gente a la que no le importa tu música, y eso me hace sufrir”.

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