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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los libros

La tele pasa de largo por los libros. Salvo excepciones honrosas, tiene que morirse o cometer un delito un escritor para que la parrilla se conmueva con un libro

Juan Cruz
La reina Sofía, inaugurando la Feria del Libro de Madrid.
La reina Sofía, inaugurando la Feria del Libro de Madrid.Sergio Barrenechea (EFE)

No es cierto que a la gente le importen los libros, al menos no es cierto del todo. Ahora hay feria del libro en Madrid, la más grande del mundo de habla española, como decimos aquí. ¿Algún especial en la tele? ¿Algún programa se somete a la actualidad de los libros porque estos viven su fiesta? No, seguiremos escuchando hablar del hundimiento nacional.

Ayer apareció la Reina por la Feria del Libro de Madrid. La Reina madre, quiero decir. Detrás venían autoridades y personas piadosas, y al lado estaban, infatigables, Pilar Gallego, Nani Valverde, Teodoro Sacristán, que son el trío de la bencina que anima la feria como si fuera un nieto. Junto a ellos, muy cerca, las cámaras de televisión, los fotógrafos, el mundo mediático que tenía que dar cauce a la noticia: doña Sofía recorre la feria. Esas imágenes saltaron en seguida a las televisiones y a las redes sociales, y estarán en los periódicos. Doña Sofía se llevó libros; antes los periodistas anotábamos los títulos, y las editoriales conseguían vender mucho más de aquello que se llevaba cada autoridad del reino a la que tocaba protagonizar el desfile.

Una vez, cuando boqueaba la feria, a mediados de junio, Susan Sontag se aburría delante de su última novela hasta que apareció doña Sofía, precisamente; como la novela iba de Grecia y la entonces reina reinante es griega, la escritora y la primera dama estuvieron hablando como si se conocieran de toda la vida. El resultado fue un aumento insólito de ventas de El amante del volcán, aquella novela de Susan Sontag.

Ahora ya no son así las cosas: los reyes o los príncipes pasan, los títulos se anotan, pero ahora si esos títulos no se pican con un estilete en la piedra de las redes nadie se entera de lo que se llevó nadie de la feria. Además, la tele pasa de largo por los libros. Salvo excepciones honrosas, tiene que morirse o cometer un delito un escritor para que la parrilla se conmueva con un libro. Ni aunque lo compre la Reina.

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