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Café de Madrid

Calor de frío

El autor destaca que en los primeros días del otoño se cruzan en las calles de la capital quienes van muy abrigados con los que visten de camiseta y bermudas

Ha vuelto esa extraña temporada de duración incierta en la que algunos persisten en andar de manga corta o arremangados y otros, que se adelantan al invierno con bufanda o incluso, abrigados hasta los tobillos. Es el Otoño, donde el despiste de sobreprotección puede provocar oleadas de sudor en cafés, restaurantes y establecimientos que ya echaron a andar sus calefacciones. Está el que lleva su boina con bufandita de melancolías al vuelo, al lado del que bien podría llevar bermudas y un coco con sombrilla diminuta. Ambos se cruzan en una esquina y de pronto, se filtra entre ellos una leve neblina morada por la transpiración del asoleado y el vaho del friolento.

Es la impalpable nebulosa más allá del debate y la discusión. La nubecilla morada que revuelve las temperaturas de ambos: el andante acalorado que viene sudando y la febrícula del arropado, que transpira bajo su abrigo calores que lo salvan de todo frío. La nube tibia y morada mezcla sus palabras, ambos bandos en busca de un acuerdo y por encima de discusiones necias; se miran en busca de coincidencias, se reconocen a través del espejo de sus diferencias como quien abre la ventana ajena del prójimo opuesto: uno lleva la lana tejida de un calor que intenta reproducir la temperatura del otro que parece andar a la orilla del mar, bajo palmeras borrachas de Sol. Entre ambos hay esa nube morada de posible conversación morada donde las posturas encontradas urden algo muy similar a lo que llaman clima templado, nebulosa impalpable de duración impredecible, niebla de saliva evaporada, nube de anhelos compartidos donde el andante abrigado y el aligerado andarín de arremangados brazos parecen encontrar un entendimiento.

Se cruzan en el paso de las cebras y cada quien sigue su clima con el cambio del semáforo y las direcciones opuestas de las calles. Es probable que al llegar a sus respectivas cuevas, el friolento encuentra el calor de una fogata inventada y pase el resto del día sin cobijas y el que anduvo sin mangas por la calle se arremolina en un sillón con un edredón de plumas, invirtiendo los papeles que ejercieron hace apenas unas horas a plena luz del día y la nube morada que los unió en conversación efímera se disipa en la desilusión y desidia, esfumada en la nada de las palabras huecas que se quedan flotando en un párrafo enrevesado que sólo pretendía volverse metáfora para toda la palabrería y todas las posturas que aturden como ruido de cascada trillada todo esto que llaman debate de investidura.

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