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LA CRÓNICA

Gaitas lejanas

Emotiva evocación de los Highlanders y sus hazañas en el castillo de Edimburgo

Jacinto Antón
Un 'highlander' del Royal Regiment of Scotland durante el Royal Edinburgh Military Tattoo.
Un 'highlander' del Royal Regiment of Scotland durante el Royal Edinburgh Military Tattoo.

Un viaje a Edimburgo me ha permitido vivir momentos de intensidad épica. Allí siempre es Braveheart, en contraste con estos momentos de anticlímax del procés. Y es que uno es un apasionado de las gaitas, los tambores y las faldas (de los regimientos escoceses). Me he hecho adulto (es un decir) con las gestas de los feroces y temidos highlanders, los guerreros reclutados en las tierras altas del país acostumbrados a cargar old clan style y que han dado algunos de los mejores soldados de la historia, no solo a los escoceses, sino también al ejército Británico (Tim Newark en su indispensable Highlander, the story of the highland soldier, 2009, recomendado por el mismísimo Bernard Cornwell, señala cuán a menudo, incluso en Culloden, peleaban highlandersen los dos bandos: como en todas las buenas familias).

Al hablar de épica pienso en el sargento James Campbell al que únicamente la pérdida del brazo izquierdo por una bala de cañón le impidió seguir matando franceses con su espada en Fontenoy (iba por el décimo) o los seis valientes del 93 º que consiguieron sendas cruces Victoria aquel salvaje día en la Residencia de Lucknow mientras el regimiento cargaba contra los revueltos cipayos ("¡You, bloody murderers!") con sus ocho gaiteros al frente tocando On with the Tartan. Menos conocida es la terrible experiencia de los highlanders del 73 º prisioneros en las mazmorras de Tipu Sultán en Seringapatam que fueron circuncidados en masa a la fuerza (!) y en condiciones poco higiénicas —los perpetradores al parecer ni siquiera se lavaron las manos—.

Aunque para aventureros escoceses, Gregor MacGregor, que se decía pariente de Rob Roy y que en 1811 se puso al servicio de Simón Bolivar (con cuya hija se casó) ataviado de highlander, indumentaria con la que equipó luego pintureramente a una unidad de indios.

Los prisioneros de Tipu Sultán fueron circuncidados en masa a la fuerza

Pueden imaginar, con estas cosas en la cabeza y en la retina aún los monumentos a Walter Scott, Livingstone y los caídos de la Black Watch en la guerra bóer, con qué entusiasmo recibí en Edimburgo la noticia de que mi visita de apenas 24 horas coincidía con la celebración del Grand Tattoo, la espectacular parada militar que se desarrolla en el famoso así llamado gaitódromo, en la explanada de acceso al castillo. Dios existe, me dije, antes de enterarme de que las entradas estaban agotadas y en la reventa costaban una pasta. Otro se hubiera desanimado, no yo. Y menos después de darme de bruces en Jeffrey Street con The Regimental Store, la tienda que aprovisiona de ropa y efectos a los militares y en la que compré compulsivamente regalos inolvidables para amigos como el editor Daniel Fernández, que parece que haya nacido con el glengarry puesto.

Saltándome la cena y varios deberes acudí a las puertas del gaitódromo confiado en que los precios de la reventa iban a bajar.Un pakistaní con kilt manejaba el cotarro y se mostró más irreductible que William Wallace a mis requiebros.Acabé pagando 60 euros por una localfdad de general y corrí hacia donde ya sonaban las gaitas.Tras molestar a todo el mundo me acomodé en una de las altas gradas cayendo en la cuenta, con pesar, en que todo el mundo iba muy abrigado, incluso con barbour y mantas mientras yo vestía aún veraniego. En fin, per ardua at astra.

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La carga de los Highlanders y los gurkas en Dargai, con el gaitero Findlater (VC) tocando herido en las piernas.
La carga de los Highlanders y los gurkas en Dargai, con el gaitero Findlater (VC) tocando herido en las piernas.

Dispuesto a pasar un rato de inflamada grandeza me sorprendió presenciar un bienintencionado show multicultural (East meets West) que incluía bailes indios de Bollywood —me dije que sería un alusión a lo de Seringapatam— y chinos (Lotus Dragon Dancers). Cuando los Shetland Fiddlers tocaron melodías tradicionales de las islas y salieron unos tamborileros suizos empecé a desesperar, por no hablar del frío que me subía por los pies y me hacía tiritar. Afortunadamente entonces desfilaron los gurkas (una gente también correosa y montaraz que han hecho siempre gran amistad regimental con los Highlanders desde que lucharon codo con codo en Dargai en 1897) y, para mi alegría, se efectuó un tan sentido como espectacular homenaje a la Royal Air Force (RAF) con motivo del 75 aniversario de la Batalla de Inglaterra.

Acabé de entrar en calor con la gran parada final de los regimientos escoceses

Acabé de entrar en calor en la fría noche con la gran parada final de los regimientos escoceses, todo pipes & drums, con más revuelo de faldas de cuadros que la salida de clase de las Teresianas. Recordé oportunamente a mis previsores vecinos de localidad —a los que les había cogido un poco de manta— la frase de aquel mayor de los Highlanders inclinado sobre un orinal: “Únete a un regimiento Highland, chaval. El kilt no tiene rival para la fornicación y la diarrea”. Aparentaron no entender mi inglés.

Cuando todo el mundo se puso en pie pensé que el espectáculo había acabado, por suerte porque ya tenía sabañones. Pero resultó que era porque interpretaban el God save the Queen. Vaya, me dije, aquí no silban el himno del contrario.

Al día siguiente visité el castillo, que incluye el National War Museum of Scotland y varios museos regimentales y es un parque de atracciones para los que creen en hazañas y héroes. Me entusiasmé tanto que casi pierdo el avión. No les detallaré las espadas —un claymore como el que usa Liam Neeson/Rob Roy para partir en dos al villano Archibald/Tim Roth—, picas, faldas y gaitas históricas, y otras cosas asombrosas que vi (¡una bandera de señales de la guerra zulú!). Si es que estaba (disecado) hasta Bob, el perro de los Scott Fusiliers que perseguía balas de cañón en Inkerman, y la pezuña del elefante del 78 º de Highlanders, mascota que vivió en el castillo y a la que cuidaba el notable borrachín James McIntosh, hombre y paquidermo bebiendo juntos, el segundo metiendo la trompa por la ventana de la cantina, aquí mismo.

¡Ah, los highlanders, qué tipos! Recordé el dicho "12 highlanders y una gaita hacen una rebelión" y me marché corriendo y cantando, "Scottish by birth, British by law, Highlander by the grace of God".

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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