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Reportaje:DE CALLE

El Rastro, universo 'vintage'

Domingo por la mañana de compras y cañas con Dunia Ayaso y Félix Sabroso, directores de 'Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí'. Dos cineastas buscan atrezo para una obra de teatro: 'La gran depresión'. En los anticuarios madrileños les tientan cristales de Murano y muebles de los años cincuenta

Quedada universal para ir un domingo al Rastro de Madrid: 11.30 horas en la puerta del teatro de La Latina. Dunia Ayaso (Las Palmas, 1961) y Félix Sabroso (Las Palmas, 1965), la pareja de directores de cine y teatro, van a curiosear por los nuevos anticuarios y almonedas de la zona. Tienen que comprar mobiliario vintage para la escenografía de la obra La gran depresión que estrenarán en abril en el teatro Olympia de Valencia con sus amigas Loles León y Bibiana Fernández; y si de paso cae algún objeto para la casa que comparten a dos calles de aquí, la jornada festiva resultará redonda. "Somos unos locos de la decoración, nuestra casa está repleta de muebles de los años cincuenta y sesenta, muchos han salido del atrezo de nuestras películas", afirman.

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01 Todo por un Chester

Como un rayo. Ven al fondo un sillón Chester de color roble y se lanzan a probarlo. "Los Chester son una buena opción para un salón Dunia, además son muy cómodos, deberíamos pensarlo", comenta Félix. Están en Vintage 4P (Bastero, 4; 913 66 55 15). "Nos faltan focos de estilo industrial en el comedor", incide Félix. Ya es tarde para captar su atención, Dunia está probando una silla española de 1950 con tapicería azul original de la época de aire afrancesado. Y en lo que ella se sienta y se relaja con la comodidad del mueble, él está jugando con una escultura en resina de un corazón humano: "Esto le encantaría a David Delfín, se lo podríamos comprar".

En la parte de abajo de Vintage 4P está escondido el Espacio Brut (Bastero, 4, sótano; 679 77 91 93), un showroom de mobiliario contemporáneo que solo abre los fines de semana. Allí, Félix y Dunia contemplan y tocan los muebles de estética retrofuturista, algunos de ellos muy parecidos a los de la escuela nórdica que tienen en su casa. Seguramente sobre alguno de ellos colocarán el objeto que ella ha cogido al grito de "¡Me lo llevo! Es igual que uno que tenía mi padre en Las Palmas". Todo apunta a que sea un pequeño centro de mesa de cerámica alemana con un sencillo mosaico central que no quiere soltar de sus manos.

02 Vestir como tu madre

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"No sabes lo bien que te sientan unas gafas de los años setenta hasta que las pruebas". Es Félix quien dice esto con una moldura de cuadros negros y blancos sobre sus ojos. Han bajado la calle hasta Underground (Bastero, 16B; 913 64 15 64), una de las tiendas de ropa de segunda mano emblemáticas del Rastro, que acaba de inaugurar nueva sede. "De aquí cogimos mucho vestuario para nuestra película Los años desnudos", comentan. No dejan de mirar entre las perchas: un traje negro de alta costura de los setenta, unos guantes de imitación de Missoni, cazadoras de cuerpo desgastadas y hasta un evocador vestido largo en color blanco con bordados circulares en rojo cereza que Félix simula sobre su cuerpo. "Una maravilla".

03 Cristal pop

Pero sobre todo han venido a mirar mobiliario, así que cruzan a la calle paralela para ir a otros dos anticuarios. Entran en Lou & Hernández (Arganzuela, 13; 913 66 73 24) llamados por una mesa de hierro en el escaparate. "¿Podríamos comprarla para el salón y quitar el carro espantoso que tenemos para el televisor?", sugiere Félix. Dunia está emocionada mirando una barra de bar de cuero negro y cristal de los años cincuenta.

Se van a la acera de enfrente. L. A. Studio (Arganzuela, 18; 913 65 75 66) es el nuevo templo del vintage. Les recibe Carlos López, tercera generación de anticuarios, con el que tienen de amiga común a Loles León. Allí, entre muebles del siglo XX y una interesante colección de obras de un colaborador de Warhol, Pietro Psaier, se interesan por unas celosías de hierro que vestirán la escenografía de su obra de teatro. Pero es con los jarrones retro de colores de cristal de Murano con los que la pareja quiere enloquecer: "Tenemos un montón de piezas de este tipo en casa, nos encanta el cristal. Una vez compramos un jarrón auténtico por 10 euros en un mercadillo; la chica que nos lo vendió no sabía lo que hacía".

A un paso de aquí queda otro clásico: El Transformista (Mira el Río Baja, 16), donde Juan Pérez se encarga de importar mobiliario nórdico y Almodóvar busca elementos de atrezo para sus películas. Es una calle en la que abundan las almonedas, como la recomendable Verona, en el número 20.

04 Tartas de cine

Dunia Ayaso y Félix Sabroso saben que una mañana de Rastro no es tal sin una caña de cerveza. Van a La Cabra en el Tejado (Santa Ana, 31), un bar de barrio de estética sesentera que se ha convertido en punto de reunión de buscadores de tendencias y jóvenes con flequillo y camisetas pop. Relajados, sobre unos taburetes de escay, observando las tartas caseras, los cuadros y las viejas butacas de cine donde se sientan los clientes, Félix le dice a Dunia: "Llama Loles para ver si vamos a comer con ella, ¿qué le digo?". "Que vamos, pero antes quiero volver a por las fundas de cojines con calaveras que hemos visto".

El bar la Cabra en el Tejado, en Rastro de Madrid
El bar la Cabra en el Tejado, en Rastro de MadridALFREDO ARIAS

Mojitos en Calatrava

Los domingos de Rastro terminan ahora en la calle de Calatrava. Cañas, picoteo castizo y, de postre, mojitos, cócteles y música de los ochenta. La Sixta (Calatrava, 15; 913 66 30 18) es el bar donde rematar un mediodía de paseo y mercadillo. Cócteles, ambiente festivo como si fuesen las tres de la madrugada, eventuales bandejas de pinchos gratis para los clientes y canciones de Marisol y Lady Gaga. Puede cruzar la calle y plantarse en La Feúcha (Calatrava, 14), la opción para continuar la fiesta con combinados a buen precio y un ambiente desenfadado. Pero si la tarde es más tranquila, también se deben ir a probar los más de cincuenta tipos diferentes de cócteles de Maluca (Calatrava, 23; 913 65 09 96), un espacio en el que sentarse relajadamente y dejar que la conversación fluya hasta llegar a solucionar los problemas del mundo con el dulce sabor de un gin-tonic con pepino.

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