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Reportaje:

Perugia, ciudad de arte y besos

En medio del hermoso paisaje abundante en colinas, campos arados, montañas, bosques y neblinas aparece Perugia, la capital de Umbría. El núcleo turístico de la ciudad se concentra en el corso Vanucci y la plaza del Cuatro de Noviembre: el conjunto que forman el Duomo, la Fontana Maggiore y el Palazzo dei Priori justifica por sí solo la visita. Plantarse en la Piazza IV Novembre y mirar los relieves, las esculturas, los triforios góticos, las almenas y los muros en los que se alterna el blanco y el rojo pálido es algo que levanta el ánimo y hace soñar.

Ciudad universitaria de vieja y atribulada historia, su periodo de máximo esplendor se remonta a la época de autonomía política, durante los siglos XII al XIV. Merece la pena pasear por sus callejuelas estrechas y empinadas, de trazado medieval, entre arcos, puentes, relieves, imágenes en hornacinas y escudos, y entrar, por ejemplo, en la iglesia de Santa Ágata, muy pequeña y recogida, con algunos frescos todavía en las paredes, gastados y descoloridos, como el Cristo crucificado del altar, al que el fondo azul, hoy casi negro, le presta un aire tétrico; o, por qué no, en una de sus numerosas y tentadoras heladerías y pastelerías, y probar un bacio (beso), típico bombón perusino al que siempre acompaña algún texto amoroso en varios idiomas; caminar por Via dei Priori y llegar al oratorio de San Bernardino (santo querido aquí, aunque nacido en la rival Siena), donde entre 1457 y 1461 Agostino di Duccio pretendió dotar a los relieves del cromatismo y la ligereza de la pintura. ¿El resultado? Según los gustos: a mí me parece algo cursi, con esos tonos pastel, rosas y celestes, y encuentro entonces la compensación en el interior, en el Gonfalone (confalón o estandarte) de San Francesco al Prato, lienzo clavado a una tabla y pintado por Benedetto Bonfigli y Mariano d'Antonio en 1464: la Virgen protege con su manto a los fieles, y abajo, con el fondo de la Perugia medieval, un ángel ataca con una lanza a la muerte, a la peste, un esqueleto alado, erguido con arco y flechas sobre unos cadáveres. Y no se extrañe el visitante si, pretendiendo ver los yesos de Canova, el escultor que de niño, hijo de un pastelero, hacía figuras con la mantequilla, se encuentra cerrado el vecino Museo de la Academia: esto es frecuente en Italia, pero nunca grave, pues siempre hay otras cosas que ver.

Merece la pena pasear por las callejuelas de Perugia entre arcos, puentes, relieves, imágenes en hornacinas y escudos, y entrar en una de sus pastelerías y probar un 'bacio' (beso), típico bombón al que siempre acompaña algún texto amoroso
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Origen etrusco

En cuanto al origen etrusco de Perugia se puede rastrear en el pozo de piazza Piccinino, o en el Museo Arqueológico (en el claustro de San Domenico). Sin ser nada del otro mundo, desde allí las vistas de la ciudad son, sin embargo, espectaculares.

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Pero regresemos a ese núcleo del que hablábamos al principio. La catedral está en lo alto de la ciudad, y desde la estación de autobuses se sube mediante varias escaleras mecánicas, que desembocan no en la sección de todo para el caballero, sino en unas galerías con bóvedas de ladrillo, arcos y contrafuertes, restos de la Rocca Paulina, desde la que los papas ejercían su férreo poder, y demolida tras la Reunificación. Cuando se termina este recorrido, Corso Vannucci, una cuidada calle peatonal, lleva a la Piazza IV Novembre. Antes de llegar, a mano izquierda, se alza el Palazzo dei Priori, el más afamado edificio público de Umbría. Construido a finales del siglo XIII, conoció sucesivas ampliaciones. En él se cobijan la Sala dei Notari, antigua sala de abogados, con frescos del Antiguo Testamento; el Collegio della Mercanzia, del gremio de los mercaderes, con la Sala di Udienza, de paredes cubiertas de madera magníficamente tallada, y el Collegio del Cambio, la antigua Bolsa, cuya puerta tiene bellísimas carpinterías que recrean arquitecturas, y en el que se hallan los frescos de Pietro Vannucci (Perugino), realizados entre 1498 y 1500. En estas pinturas alegóricas, de colores resplandecientes, se unen las virtudes antiguas y las cristianas. El amaneramiento de algunas figuras, los rostros redondeados con boca pequeña, pueden recordarnos al Rafael jóven: no en vano fue discípulo de Perugino, quien se autorretrató en la pared. En el tercer piso del Palazzo dei Priori, la Galleria Nazionale dell'Umbria muestra tablas del propio Perugino, y de muchos otros, como Pinturicchio, Piero della Francesca o Fra Angelico. Destaca por su realismo y dramatismo terribles un crucifijo de la escuela alemana del siglo XV, clavado a un cuadro de Perugino. Este museo tiene, además, una rara y gran ventaja: uno puede acercarse cuanto quiera a las pinturas, pegar las narices, disfrutar de los detalles...

En la plaza sobresale la Fontana Maggiore, de los Pisano, Nicola y Giovanni, padre e hijo; también la preciosa puerta de arco mixtilíneo, entrada a la Sala dei Notari, sobre la escalera de piedra. Está guardada por dos grandes bronces, copia de los originales de 1274: un grifo, símbolo de Perugia, y un león, distintivo de los güelfos. Lo más hermoso del Duomo es su exterior. En su interior, que estuvo completamente pintado (techos y paredes, aunque muchos de los frescos ya no existen) se guarda el Santo Anello, el anillo de boda de la Virgen, que sólo se muestra dos veces al año: uno quisiera pensar que la mentira avergüenza, pero sabe que esa parquedad sirve para dar mayor importancia y solemnidad a la farsa. Cuando salgo a la plaza, una guapa y anoréxica modelo posa subida a una moto sin estrenar: otra farsa, ésta moderna. Retorno a Roma consciente de que todo esto no son más que apuntes, impresiones de una breve estancia: Perugia da para mucho más, y no defraudará a quien se pierda en ella dejándose llevar por una guía, el instinto o el azar...

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