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Reportaje:VIAJE DE AUTOR

Mariposa se dice 'borboleta'

Lisboa atrapa, entre otras muchas cosas, por la coherencia estética y la delicadeza del idioma

"Cualquier calle decrépita en cualquier lugar del mundo siempre me parece una calle de Lisboa, la ciudad que tú serías si alguna vez fueras ciudad". La viajera guarda la carta y desde el mirador de Dom Pedro contempla la ciudad a sus pies. Le han dicho que ahí vive el demonio. Por eso ha venido. Porque Lisboa debe de ser un buen lugar para vivir. Imposible conocer bien esa ciudad infinita. Las miles de casas, casitas y casuchas saludan con sus colores y hablan en voz baja, mientras el sol parpadea en los azulejos. Las aceras parecen de escamas de nácar y brillan cuando llueve. Al ir a cruzar una calle, la viajera, nostálgica ensimismada, se da un golpe con el cajetín de un semáforo. Oye una risa a sus espaldas y se vuelve. "¡Isso por seres alta!", murmura un hombre, un diablillo, aunque ella no mide más que un metro sesenta y ocho. Para recuperarse, busca un sitio en el que tomar un licor de ginja a la sombra de unos ficus. Un mercadillo bordea la plaza del Príncipe Real. Hay ropa, antigüedades. Y frutas, verduras y flores, compitiendo entre sí. Y panes negros, de aceituna. Fortalecida, sigue adelante. Y al cabo ve un jardín con árboles del amor o algarrobos locos, flores en forma de trompeta y palmeras gordas y delgaduchas, melena al viento. Y al fondo, la silueta blanca y espigada de la basílica da Estrela.

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Palomas que zurean

Los bordes de los caminos del jardín son como las aceras de la ciudad, en miniatura. Hay ancianos, patos, cisnes. Y palomas que zurean sin parar. Parece que lo hicieran en portugués, un idioma en el que todo suena a juego. Las mariposas son borboletas. Las galletas, bolachas. Portugal es un país hospitalario. Es fácil entenderse con su gente. Entre mimosas, un pequeño edificio llama la atención. Una guardería. Santa Casa, lee la viajera. Y es como si hubiera puesto el pie en Angola. Y piensa en los muchos niños que han perdido piernas y brazos. Aquí unos cuantos, rodeados de plantas, de árboles y pájaros, se zurran, lloriquean, corren. Los niños siempre parecen inteligentísimos, tal vez porque tienen la cabeza gorda, como la mayoría de los muñecos, hechos a su imagen y semejanza. Una niña se acerca hasta la alambrada y saca una mano para ofrecer un regalito. Una aguja de pino seca. "¿Es para mí?". La niña asiente y la viajera lo coge, pero percibe un rictus en su carita y devuelve la aguja. La niña le ofrece otra. "¿Es para mí?". Esta vez la criatura dice que no. Los niños en una pajarera parecen seres de otro mundo.

El cielo se ha puesto del color del plomo y la viajera decide refugiarse en el Museo de Arte Antiguo, que guarda el tríptico de las tentaciones de san Antonio. La inconsciencia humana por El Bosco. Aquí hasta los diablos sonríen, piensa. Todo le sorprende, y eso la hace feliz. Pero el museo es enorme, y vuelve a la calle. Quiere un demonio de verdad. Sin cara de simio, pies de cerdo o vientre de rana.

Mejor no consultar las guías. Dejarse llevar por el instinto. Como un perro sin amo. Cuando tiene hambre, la viajera olisquea a su alrededor. Y en cuanto huele a frango al churrasco, trota hacia la ventanilla por la que véndese ese pollo espatarrado en una parrilla al que siempre acompaña un poco de lechuga y cebolla. Aquí los camareros no necesitan hablar, lo dicen todo con los ojos. Al salir, contenta por haber comido tan bien y por poco dinero, la viajera choca con un chino. "I'm single" (soy soltero), murmura él con una sonrisa en cuarto creciente. Y el cielo se abre. Pero ella busca al demonio, no un virtuoso de la oferta matrimonial. Sigue adelante y piensa que lo mismo podría ser un viajero. Tal vez por la sensación de libertad que da caminar sin rumbo fijo. O porque todo le da igual. Que sea invierno o verano, de noche o de día. Que salga el sol o que llueva. Y porque hasta lo más feo le resulta hermoso. Sube por la Calçada das Necessidades y ve una plaza cubierta de flores, entre el revuelo de las vendedoras. Y un reloj de arena con alas de murciélago sobre un muro. El cementerio dos Prazeres.

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El Tajo, como un espejo

Entra y se da un largo paseo entre las tumbas y los cipreses, viendo el Tajo y los barcos que surcan el agua, que desde ahí parece un espejo impoluto. También aquí las aceras son como las de la ciudad. Lisboa tiene aún la coherencia estética de las ciudades antiguas. Pocas en Europa pueden decir lo mismo.

En una calle lateral hay una funeraria. Y un enjambre de mujeres eligiendo rosarios. La viajera señala el ataúd que le ha atraído desde el escaparate. De color marrón, tiene llave, guirnaldas grabadas y un Cristo de juguete. Pide que se lo envuelvan y empieza a bajar las cuestas con su botín al hombro. Son ataúdes pequeños, para guardar las cenizas en los nichos. El papel va tomando la forma de lo que esconde y ella cae en la cuenta de que quizá no la dejen entrar en el York House, ese hotel que parece un gato durmiendo acurrucado en la Rua das Janelas Verdes, nombre que invita a una siesta formidable, como la que aquí parece echar hasta la vegetación, que desborda por encima del muro de color rojo. Tal vez tampoco la dejen quedarse en ningún otro hotel ni hostal del mundo. Tendrá que dormir en una Casa da Misericórdia. O delante de una tienda. Armani, Vuitton, Loewe. En la avenida da Liberdade hay donde elegir. Basta un pequeño rincón. Con un tejadillo para no amanecer empapado. Y sueña que no podrá volver. Que se quedará ahí para siempre, leyendo y releyendo el mismo libro, enamorada del demonio. Con una sonrisa oriental. La de un paseante suizo, maestro de bandidos y bandoleros inocentes. Lisboa, la ciudad que yo sería si alguna vez fuera ciudad, recuerda. Es lo más hermoso que me han dicho nunca.

» Berta Vías Mahou es autora de la novela Venían a buscarlo a él (Acantilado, 2010).

El ascensor de Santa Justa lisboeta (1902), con la vista hacia el castillo de San Jorge. Une las zonas de la Baixa Pombalina y el Chiado.
El ascensor de Santa Justa lisboeta (1902), con la vista hacia el castillo de San Jorge. Une las zonas de la Baixa Pombalina y el Chiado.MARCO PAVAN
La capital portuguesa reivindica su pasado en cada rincón pero no ha olvidado reinventarse poco a poco. Recorrer barrios como Alfama o bajar andando hacia la Baixa, con invitaciones gastronómicas para ahorrar.Vídeo: CANAL VIAJAR

Guía

» www.visitlisboa.com

» www.visitportugal.com

Cómo ir

» Iberia (www.iberia.com), Easyjet (www.easyjet.com) y Air Europa (www.aireuropa.com) vuelan a Lisboa desde Madrid. Vueling (www.vueling.com) y Easyjet lo hacen desde Barcelona. Dependiendo de las fechas, se pueden encontrar billetes a partir de unos 50 euros.

» Renfe (www.renfe.com) cuenta con un tren-hotel que parte a diario desde Madrid y que cuesta alrededor de 100 euros.

Dormir

» House4. Travesía de São Pedro, 9. Lisboa. (www.house4ba.com; 00 351 966 42 56 07). Cuatro habitaciones con decoración individualizada que pretenden dar al visitante la experiencia de vivir en Barrio Alto, zona llena de bares y tiendas de diseño entre locales de fado y ultramarinos. Precios: la doble, 120 euros con desayuno.

» Hotel Chafariz d'El Rei. Travesía Chafariz d'El Rei, 6. Lisboa (www.chafarizdelrei.com; 00 351 918 97 33 76). En una mansión de Lisboa, cinco suites muy lujosas de entre 45 y 65 metros cuadrados. Precios: la doble, entre 180 y 260 euros con desayuno.

» Casa das Janelas com Vista. Rua Nova do Loureiro, 35. Barrio Alto. Lisboa (00 351 213 42 91 10; www.casadasjanelascomvista.com). 12 habitaciones. Precios: la doble, de 90 a 130 euros.

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