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Reportaje:VAMOS A... ESTADOS UNIDOS

Encuentros en la tercera fase y abuelos nudistas

Viaje al salvaje Oeste con seis paradas al filo de lo absurdo en Colorado, Arizona y Nuevo México

Patricia Gosálvez

Están locos estos romanos", repetía Obélix ante las extravagancias de los hijos del Imperio. Hoy, el Imperio está al otro lado del Atlántico y sus hijos, guiados por el nuevo emperador del cool, parecen volver a la cordura. Sin embargo, en las carreteras secundarias de Estados Unidos, perdidos en un paisaje inmenso, a espaldas de los boyantes USA y el elegante Obama, hay rincones disparatados que no podrían existir en ningún otro sitio. Echen un vistazo a la web www.roadsideamerica.com y comprobarán que la meca de las ardillas albinas se encuentra en Illinois y cómo el Museo del Creacionismo de Kentucky explica que lo de Darwin son pamplinas.

Pero es quizá en ese enorme patio trasero que fue el salvaje Oeste donde más parece que todavía todo es posible. Allí he conocido a una ex ganadera que espera el advenimiento de los ovnis y a unos octogenarios que posan desnudos en un diminuto pueblo de Nuevo México llamado Madrid. Merece la pena soltar el mapa y perderse por esta puerta trasera de EE UU; un batiburrillo de granjeros, hippies trasnochados, cowboys e indios sin caballo, casas de uralita, caravanas, despoblamiento, abandono, soluciones cubanas y mercantilismo de chatarra. La palabra que mejor define este universo es bizarro. En castellano significa "valiente" o "generoso", pero es lo que etimológicamente se denomina un "falso amigo": confundimos el término con el francés e inglés bizarre, que se escribe casi igual, pero significa "extravagante". En nuestro caso, ambas acepciones son válidas. Estas seis postales de América son insólitas porque narran la historia de gente en el filo de lo absurdo, pero también hablan de hospitalidad y valentía, de imaginación y falta de protocolo; de ese arrojo tan americano: si se te ocurre, puedes conseguirlo. Son la cara B del "Yes, we can".

01 ¡Vienen los 'aliens'!

Judy Messoline conduce un cochecito de golf con un alienígena en el asiento trasero. Nos ha divisado desde su rancho y se dirige rauda por el camino de polvo para abrirnos el platillo volante. El alienígena es una plancha de metal cabezona y con ojos rasgados, y el platillo, un rústico iglú de adobe que hace las veces de tienda de souvenirs. Messoline es la guardiana de UFO Watchtower, una torre de observación de ovnis en medio de la nada (cerca de Hooper, Colorado). La ha construido con sus propias manos y la ayuda de algunos amigos. Es la primera en reconocer que todo el asunto resulta un poco marciano: su autobiografía se titula That crazy lady down the road [algo así como Esa señora loca que vive aquí al lado].

"A la gente de por aquí le costó entender lo que hacía, pero al final me han cogido cariño", dice fumando mientras espera su encuentro en la tercera fase. El origen de su observatorio es de lo más terrenal. Cuando se mudó a este páramo llamado Mysterious Valley en 1995, su sueño era ser ganadera. "Tardé cuatro años en comprender que donde no crece la hierba, el ganado no es un buen negocio", dice rodeada de una planicie árida. Al borde de la quiebra, vendió sus últimas cabezas y decidió exprimir las historias que siempre han rondado en esta zona. Muchas leyendas indias sitúan aquí un portal al otro mundo, y según la red CUFON (The Computer UFO Network), es precisamente Saguache el condado con más avistamientos de ovnis per cápita de Estados Unidos, por encima incluso de Nuevo México, donde se encuentra el famoso Roswell. "Vienen miles de personas", explica Judy, que cada año celebra un exitoso encuentro de "creyentes" con ponencias, observaciones nocturnas en grupo e historias de abducciones. El resto del año también se puede acampar en su rancho.

Con la cara curtida por el aire del desierto, Judy mantiene un brillo irónico ante la inevitable pregunta: ¿Cree usted en los extraterrestres? "Al principio, estas historias me daban risa... pero he visto luces extrañas en el cielo y la gente que viene cuenta cosas rarísimas... No sé, es improbable que seamos los únicos habitantes del universo...", se escabulle. "Una cosa es cierta: los atardeceres son espectaculares".

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Desde la plataforma de cuatro metros, el paisaje es aplastante. Una balsa de tierra seca cruzada por una carretera recta; todo lo demás, cielo. Ningún sitio adonde ir salvo hacia delante (¿o hacia arriba?). Lo único interesante en 20 kilómetros a la redonda es una granja de cocodrilos donde una familia de vaqueros desdentados te enseña a luchar con un lagarto por 50 pavos (Colorado Alligator Farm, en Mosca). Un poco más lejos, el parque natural Great Sand Dunes ofrece un capricho de arena para jugar a ser Lawrence de Arabia.

"Esta tierra es especial", presume Judy, "quince mediums han localizado aquí dos vórtices: portales a universos paralelos". Sobre los vórtices, marcados en el suelo con caminitos de piedras, los visitantes dejan pequeños recuerdos de su paso. Es un jardín zen llevado a la histeria. Entre la cacharrería hay llaveros, linternas, dólares, un bonometro madrileño, un recordatorio de comunión. Cientos de mementos descoloridos por el sol, el viento y la nieve del llano, esperando a que los extraterrestres los recojan y se lleven una imagen muy extraña de nuestra especie. Llega otra pareja de turistas despistados y Judy les abre el platillo volante, donde ofrece piruletas y púas de guitarra con forma de alienígena e imanes de nevera en los que se lee I want to believe [quiero creer].

02 Desnudos en Madrid

Este Madrid no tiene metro ni aeropuerto, pero presume de un calendario titulado Nude geezers [abueletes en pelotas], en el que sus vecinos más ancianos posan sólo con el sombrero de vaquero. "Sin fines benéficos", explican con vehemencia en su portada. Madrid, Nuevo México, se pronuncia con el acento en la a, enfatizando la parte loca (mad) de la palabra. En apenas cinco manzanas se abarrotan una treintena de galerías psicodélicas, decenas de tiendas de ropa y artesanía y un par de bares atestados de moteros. En la puerta de la taberna Mine Shaft, las Harley esperan a que sus dueños consuman burritos, hamburguesas y gigantescas jarras de cerveza empapadas con música blues. Aquí se rodó Cerdos salvajes (con un par... de ruedas), la comedia motera de Disney. En el local de al lado, el Engine House Theatre, donde dormía antaño la máquina de vapor del tren, los turistas pueden hacerse fotos disfrazados de cowboys o chicas del saloon.

Madrid se fundó a mediados del siglo XIX alrededor de una mina de carbón en medio del Turquoise Trail, una hermosa carretera turística que va de Santa Fe a Albuquerque atravesando las sierras de Ortiz y Sandía. En su gloria decimonónica llegó a contar con 2.500 vecinos, pero, como la mayoría de los pueblos de la zona, se vació tras la II Guerra Mundial, cuando el carbón dejó de ser rentable. Muchos pueblos se convirtieron en fantasma, como el cercano Cerrillos, que llegó a tener 21 saloons, cinco burdeles y varios periódicos, y que hoy es sólo un decorado sin asfaltar donde, como mucho, se puede visitar su Casa Grande, donde Patricia Brown vende todo tipo de cachivaches y, por dos dólares, te deja dar de comer a la llama Tony.

Madrid corrió mejor suerte. Tras dos décadas de abandono, a principios de 1970, su propietario, el heredero de la mina, empezó a vender parcelas. Las antiguas casetas de madera de los mineros (traídas de Kansas y desubicadas entre la arquitectura de adobe del Estado) fueron llenándose de nuevos vecinos. "Casi todos somos artistas o gente con inquietudes, éste es un pueblo medio hippy", explica la dependienta de Cowgirl Red, una tienda de ropa vaquera vintage, con unas fabulosas botas de serpiente de los setenta. Es verdad, en este Madrid montañoso y decadente no hay metro, pero los buzones están decorados con flores; las casetas, pintadas de colores; la gente viste extravagante y tiene esculturas abstractas en los jardines.

03 Gasolina y guerra fría

En un rincón de la Route 68, cerca del pueblo de Embudo y oculto en un recoveco del valle del río Grande, Johnnie V. Meier limpia con ternura un viejo surtidor de gasolina. Su mono de trabajo está lleno de grasa, pero se le adivina un hombre culto y sensible. "Me da pena la visión que tienen muchos europeos de América por culpa de Bush; hubo momentos en que yo tampoco quería saber nada de este país, quizá por ello me refugié aquí", dice calmadísimo mientras ofrece botellas de Coca-Cola sacadas de una nevera de los años cincuenta.

Su refugio es un museo tienda especializado en gasolineras vintage. Preciosos surtidores cromados, pulidas placas publicitarias, brillantes latas de aceite restauradas con mimo. Se nota que es un capricho, un hobby más que un negocio: no tiene horarios ("si estoy aquí, atiendo"), no vende gran parte de las piezas expuestas ("muchas las alquilo para películas") y pasa de tener una web ("la gente sabe cómo encontrarme"). Su refugio es también uno de los mejores ejemplos de americana, la palabra en inglés que define aquellos objetos que relatan la historia, folclor y cultura popular de Estados Unidos.

Antes de jubilarse, Meier era profesor universitario y analista militar en el Laboratorio de Los Álamos (a unos 60 kilómetros de Embudo), que fue el cuartel general, en 1943, del secretísimo Proyecto Manhattan: el desarrollo de la bomba atómica. Aún hoy, el laboratorio no es accesible al público, aunque alberga un museo sobre el asunto (en el que, por cierto, no se mencionan Hiroshima y Nagasaki). El pueblo de Los Álamos, bastante feo, se ha convertido en un surrealista centro turístico donde venden camisetas decoradas con el hongo atómico y un vino llamado La Bomba. "Espero que con Obama cambie nuestra imagen", dice Meier al despedirse, mientras frota un surtidor como si fuese una lámpara maravillosa.

04 Hoteles de miedo

Alojarse en la América profunda no supone mayor problema. En el pueblo más recóndito y en la autopista más de paso hay moteles y cabañas para que descanse el guerrero. Es un país diseñado para el automóvil, donde el viaje se convierte espontáneamente en una road movie si uno se permite no planificar demasiado y acabar en el motelucho que decida la carretera. Sin embargo, hay veces que compensa reservar (y pagar más caro) un hotel especial.

En Estes Park, a sólo seis kilómetros del Parque Nacional de las Montañas Rocosas, el Stanley Hotel lleva alojando huéspedes desde 1909. Totalmente renovado, el Stanley es un edificio georgiano, grande y elegante cuyo mayor atractivo es, sin embargo, el morbo. Fue el hotel que inspiró El resplandor. Durante una estancia en la habitación 217, Stephen King pensó la novela gracias a la cual dos niñas en un pasillo resultan terroríficas. Aunque la película de Kubrick no se rodó aquí (sí se filmó la miniserie para televisión), el hotel ofrece fantasmagóricos tours por sus instalaciones que narran la historia del desequilibrado Jack Torrance. También emiten en bucle el filme en el canal 42 de todas las habitaciones.

El Stanley tiene, además, sus propios fantasmas, según las decenas de investigadores paranormales que lo han estudiado, que incluyen sus antiguos dueños, el servicio difunto y unos niños a los que supuestamente se oye reír por los pasillos. La habitación con más actividad es la 418.

Para los amantes del cine clásico es imprescindible pasar noche en El Rancho, en Gallup, Nuevo México, construido por orden del hermano de D. W. Griffith en 1937 para alojar a los actores durante el rodaje de cientos de películas del Oeste. Cada habitación de este hotel rústico kitsch (hay sillas construidas enteramente de cornamentas de ciervo) está bautizada con el nombre de las estrellas de Hollywood que lo habitaron. Están todos, de Humphrey Bogart a Ronald Reagan. El Rancho fue elegido por su proximidad a los escenarios de los westerns, por lo que, a pocos kilómetros, el turista se puede aventurar por las localizaciones naturales más impresionantes del salvaje Oeste: Monument Valley, el cañón de Shelley, las ruinas Navajo, Malpaís, El Morro o Zuni Pueblo. Hay un inconveniente: los fines de semana, el hotel no sirve alcohol, para evitar las tremendas borracheras a las que se someten los nativos americanos, en cuyas reservas está prohibido beber.

05 Burros en la Ruta 66

A pesar de la mística que la rodea, la antigua ruta 66 no es un lugar tan concurrido como cabría pensar. El tramo más largo aún conservado de la vieja carretera, de Ash Fork a Toppock, en Arizona, está sembrado de tiendas de americana, museos automovilísticos, moteles de wigwams e hitos sui géneris como el cráter de un meteorito. En Seligman, sin embargo, la atracción es el Delgadillo's Snow Cap, una hamburguesería heladería construida por Juan Delgadillo en 1953 con chatarra. Entre viejos Chevrolet con ojos pintados (a la Cars) y una veintena de eclécticos asientos (bancos de madera, sillas de cine...), los curiosos hacen cola para someterse a las bromas de los hijos del difunto Juan, que han heredado una peculiar vis cómica que incluye hacer que te lanzan mostaza o tomarte el pelo con el cambio.

En el extremo más occidental de la ruta 66, oculto entre las Black Mountains y accesible por un tramo semiabandonado de carretera, se encuentra Oatman. Es un pueblo extraño. Por un lado es un bizarro parque temático para turistas. A las doce en punto ofrecen un triste show de vaqueros en la calle principal, y son famosos sus dos eventos anuales: la carrera de camas (en enero) y el concurso de freír huevos sobre la acera (en julio).

Por otro lado es un resquicio de autenticidad, de cómo vive la gente en este rincón olvidado de Arizona. Oatman fue un foco de la fiebre del oro hasta que se acabó. Cuando los mineros se fueron, abandonaron a sus burros, que se asilvestraron y rumian por las montañas bajando por las mañanas a hurgar en las basuras (y en la caridad de los turistas). La calle principal tiene tiendas para los que están de paso en los antiguos bajos del burdel y los saloons. En su hermoso hotel pasaron su luna de miel Clark Gable y Carole Lombard, y cuentan que a Gable le encantaba jugar al póquer con los mineros, lejos del oropel de Hollywood. El hotel ya no alquila habitaciones; su único inquilino es Oatie, el fantasma de un minero irlandés que murió alcoholizado en la cama. El bar, forrado de billetes de un dólar, sí sigue abierto y sirve unos estupendos bloody mary.

Es imposible alojarse en Oatman a no ser que uno conozca a Jim Pitts y descubra lo que hay detrás de la polvorienta calle principal. Jim Pitts está restaurando la vieja mina, buscando una segunda oportunidad para este pueblo en el que los viajeros no suelen pasar más de un par de horas. Por 50 dólares, te alquila una cómoda cabaña montaña arriba, donde viven los vecinos de Oatman, en casuchas improvisadas, casetas de madera y tráilers con inquietantes grafittis (como, por ejemplo, "desesperadamente cachondo"). Al caer la noche ya no quedan turistas. En el bar, bajo la enorme cabeza de un búfalo blanco (atrezo de una película), el setentón Jim Pitts bebe cervezas con sus amigos. Roadster es un desangelado ángel del infierno; Bob, un viejo guitarrista de blues que llegó a este pueblo hace años con una novia para pasar un verano: ella murió y él no supo salir de aquí. Tampoco volvió a coger la guitarra. Luego está Smokey, un anciano con la cara picada de viruelas que solía ser la estrella del show de vaqueros hasta que un día, en el falso duelo, su compañero le disparó demasiado cerca y los perdigones le volaron el pecho. Si se lo pides, te enseña la cicatriz.

06 Concejal al agua

La niña no tendrá más de seis años, pero ya atenta contra los poderes públicos. Jaleada por su padre, lanza la pelota a la diana. Si le da, el resorte cede y John Stavney, candidato a concejal en Eagle County, cae al agua. El político encerrado en una jaula pende sobre un barreño y es una de las atracciones de la feria del condado. Puede que uno de Wisconsin alucine en la verbena de la Paloma, pero las ferias rurales de la América profunda no se quedan cortas. Hay concursos de belleza para vacas, subastas de cerdos y exposiciones de tractores. Se puede montar en poni y en toro mecánico, y se come todo rebozado todo el rato.

El asunto culmina con un rodeo, una experiencia surrealista para un europeo. El arranque ya es raro. "¡Los héroes americanos no son estos jinetes, ni Bufallo Bill, ni las estrellas de Hollywood, ni los jugadores de la NBA...", comienza el speaker; "¡los héroes americanos están sentados entre el público!". "¡Que se levanten quienes lucharon en la II Guerra Mundial!". Un par de ancianos lo hacen. "¡Corea! ¡Vietnam! ¡Afganistan!", brama el speaker, y los héroes van levantándose con la mano militar en la frente. "¡Dibujemos en su honor las barras y estrellas con nuestras voces!", arenga. La gente entiende perfectamente el código y se pone a cantar el himno. El extranjero piensa: "Así se alimenta el patriotismo"; y también: "Madre mía". Después, los cowboys lazan a los terneros, las amazonas hacen acrobacias, los payasos se caen de ovejas y los heroicos jinetes cabalgan por unos segundos sobre bestias de más de 500 kilos.

Los americanos tienen formas extrañas de divertirse. En pleno parque de las Montañas Rocosas, el pintoresco Grand Lake ofrece rutas a caballo, senderismo y todo tipo de deportes acuáticos, pero a media mañana lo que más éxito tiene es su increíble minigolf de 18 hoyos, entre ellos, el molino cuyas aspas hay que sortear, la imposible guillotina o Berta, la escopeta por cuyo cañón hay que meter la bola. Por las noches, en los bares de Grand Lake, en vez de pinballs, hay maquinitas de caza mayor. Escoges una presa (ciervos, jabalíes o leones) y, con un rifle de infrarrojos, tienes una carnicería por un par de dólares. Si uno es más de comer animales que de matarlos, la mejor hamburguesería de la zona es la Millsite Inn, en Ward, una cabaña con porche entre montañas atestada de moteros. Sirven grasientas burgers y no falta, por supuesto, la american pie.

Más rincones de EE UU en la guía de EL VIAJERO

Un vaquero escenifica un tiroteo junto a un burro semisalvaje en Oatman (Arizona), por donde pasa la Ruta 66.
Un vaquero escenifica un tiroteo junto a un burro semisalvaje en Oatman (Arizona), por donde pasa la Ruta 66.PATRICIA GOSÁLVEZ
Dos viajeros circulan en su moto por la Ruta 66.
Dos viajeros circulan en su moto por la Ruta 66.P. G.
Ruta por Nuevo México, la tierra de los indios americanos, como los Pueblo y Navajo, cuya reserva es la más extensa actualmente en los Estados Unidos.Vídeo: CANAL VIAJAR

Guía

» UFO Watchtower & Campground (001 71 93 78 22 96; www.ufowatchtower.com).

Highway 17, a unos 15 kilómetros al norte de Hooper (Colorado). Parcelas para acampar, 8 euros.

» Madrid, Nuevo México (www.madrid.com; www.visitmadridnm.com; www.turquoisetrail.org). En el Turquoise Trail, entre Santa Fe y Albuquerque.

» Classical Gas. Route 68. Embudo (Nuevo México).

» Bradbury Museum (www.lanl.gov/museum/). Juniper, 1921, Los Álamos (Nuevo México).

» Stanley Hotel (www.stanleyhotel.com; 001 97 05 77 40 00). Estes Park (Colorado). La doble, desde unos 55 euros.

» El Rancho (001 50 58 63 93 11; www.elranchohotel.com).

Gallup (Nuevo México). La doble, desde 60 euros.

» Delgadillo's Snow Cap. 301 E Chino Ave. Seligman (Arizona).

» Oatman, Arizona (www.oatmangoldroad.org).

» Federación Nacional de la Histórica Route 66 (www.national66.com).

» Rodeo en Eagle County, Colorado (www.eaglecounty.us/fair/).

» Grandlake, Colorado (www.grandlakechamber.com).

» Millsite Inn. 44365 Highway 72. Ward (Colorado). La 72, también llamada Peak to Peak Highway, es una espectacular carretera de montaña.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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