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Reportaje:24 HORAS EN ... TARRAGONA

Jolgorio a la romana

El brazo de Santa Tecla, pescadito en el puerto, arquitectura modernista y la huella del emperador Augusto. Tarragona, a punto de celebrar su fiesta mayor, un paraíso de placeres

Patricia Gosálvez

Cuando lanzaron a Santa Tecla a los leones, éstos le lamieron las heridas. Cuando la quisieron quemar, el fuego atacó a sus verdugos. Cuando se retiró como anacoreta a una cueva, los soldados impíos quisieron atacarla y ella oró para conservarse pura. La cueva se le cayó encima; sólo quedó fuera un brazo. De aquello queda una fiesta que cada mes de septiembre (del 15 al 24; web. tarragona.cat/santatecla) convierte la mediterránea Tarragona en un jolgorio de fuegos artificiales, cabezudos y castillos humanos. Una excusa perfecta para perderse por la antigua villa romana.

10.00 Ratas en el claustro

El brazo lo trajeron en 1320 desde Armenia y permanece en un relicario de la hermosa catedral gótica (1), epicentro de la ciudad. No hay mejor manera de empezar la visita a Tarragona que contemplando el enorme rosetón de su fachada desde las escaleras del Pla de la Seu (2), las mismas que en fiestas suben los castells jugándose la crisma. Una vez allí, es imprescindible visitar el claustro, uno de los mejores y más originales ejemplos del románico en Cataluña (de finales del XII, principios del XIII). Es además uno de esos lugares mágicos, de los que no se olvidan. Entre los fabulosos relieves de sus capiteles y cimacios se esconde, por ejemplo, una procesión de ratas. Van en fila y llevan, sobre algo parecido a una camilla, un gato panza arriba. Según cuenta la leyenda, el gato, harto de no poder acabar con los malditos roedores porque no cabía en sus guaridas, fingió estar muerto. Cuando las ratas lo celebraron sacando al cadáver en una procesión, el astuto minino se las cargó a todas.

Los domingos, el Pla de la Seu, un espacio que entre la catedral y las casonas góticas te transporta a la Edad Media, está ocupado por un mercadillo. De puesto en puesto, uno puede bajar, a la sombra de los soportales de la calle de la Mercería - C (siglo XIV) hasta la plaza del Fòrum- D. Es una buena manera de recorrer el corazón medieval de Tarragona, rodeados de antigüedades y cacharrería varia y ejerciendo el antiguo arte del regateo. Tras un desayuno en alguna de las terracitas de la plaza del Fòrum, el paseo conduce de manera natural al Call Jueu - E, la judería, en torno a la plaza dels Angels. Si el calor aprieta, no hay problema, estamos muy cerca de los museos.

12.00 Diablos y bestias de hace siglos

¿Qué hacía un picapedrero del siglo II?, ¿cómo jugaban los romanos a las tabas?, ¿ser arqueólogo es como en las películas? Los aspirantes a Indiana Jones pueden resolver sus dudas en el Museo Nacional Arqueológico (6) (plaza del Rei, 5; www.mnat.es; 977 23 62 09), el primero de su especialidad en Cataluña (fundado a mediados del XIX). Su valiosísima colección de esculturas, cerámicas y mosaicos romanos proviene de la propia Tarraco, como se denominaba la ciudad durante el Imperio. Poca broma con la Tarragona romana, aquí vivió, en los años 25 y 26 antes de Cristo, el emperador Augusto, que por primera vez dirigió el mundo desde un lugar que no era Roma. Fuera del museo, el rastro de la capital de Hispania Citerior es apabullante. Entre otros monumentos: 1.100 metros de muralla (7), uno de los circos (8) mejor conservados de Occidente, una enorme necrópolis paleocristiana (9) y un anfiteatro (10), con aforo para 15.000 personas, al borde del mar.

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Muy cerca del Arqueológico está la Casa de las Festas (11) (Vía Augusta, 4, 977 22 00 86). Si la visita a la ciudad no coincide con la fiesta de Santa Tecla, merece la pena acudir a esta sala de exposiciones para hacerse una idea de lo que uno se pierde. Se pueden contemplar los divertidos diablos y bestias del Correfoc y los cabezones que, desde hace siglos, bailan por las calles a finales de septiembre. Hará felices a los niños, aunque quizá no tanto como una escapada a Port Aventura (a 8 kilómetros; www.portaventura.com; 902 20 22 20).

15.00 Rossejat de fideos estilo pescador

El Moll de Pescadors, el puerto de pescadores, y su barrio, El Serrallo - L, son una buena opción para degustar la Tarragona más popular. En cualquiera de las terrazas del enclave sirven pescadito frito y una deliciosa rossejat de fideos -que no fideuá-, donde la pasta tostada se acompaña de alioli. Un sabroso y asequible plato de faenadores (comer aquí sale por unos 20 euros) en un ambiente animado y sin pretensiones con olor a mar.

17.00 Fantasías marineras

Para bajar la comida, un paseo. La refinada ciudad modernista tiene nombre propio, Josep Maria Jujol i Gilbert (1879-1949), estrecho colaborador de Gaudí, con quien trabajó, por ejemplo, en la Casa Batlló y la Pedrera de Barcelona. A principios del siglo XX convirtió la Escuela del Patronato Obrero de su ciudad natal en el teatro Metropol (13) (rambla Nova, 46; 977 24 47 95), una especie de barco en tierra decorado con fantasiosos motivos marinos que, por cierto, celebra este año su centenario. En el legado modernista de Tarragona también hay obras de Gaudí y de Domenech i Montaner, sobre todo a lo largo de la animada rambla Nova (14), construida en aquellos años y en la que se encuentran la Casa Salas (en el 25), la Casa Bofarull (en el 37), el colegio de las Teresianas (en el 79), la Casa del Doctor Aleu (en el 97) y la Casa Rabadá (en el 90). En las oficinas de turismo (www.tarragonaturisme.cat) se ofrecen visitas guiadas e información de la ruta modernista (también sobre la ciudad romana y la medieval). Los más perezosos pueden montarse en unos modernos patinetes eléctricos y recorrer la ciudad sin contaminar. Segway Tarragona (www.segwaytarragona.es) ofrece rutas que van de la Tarraco romana a la Urban life de la ciudad actual. Quizá el más interesante sea su paseo Mare Nostrum, por aquello de probar el vehículo sobre la arena de la playa (las rutas duran entre una hora y media y dos horas y van de 35 a 50 euros).

21.00 Una lámpara de botellas

Lo peor de cenar en Tarragona es decidir dónde. Se puede escoger, por ejemplo, uno de los muchos restaurantes de diseño de la plaza de la Font (15), donde los tarraconenses se dejan ver frente a su ayuntamiento. También son muy agradables los comedores de la plaza de Santiago Rusinyol, un ejemplo es la terraza, monísima y asequible, de La Cuca Fera (16) (plaza de Santiago Rusinyol, 5, 977 24 20 07), junto a la catedral, hay florecitas sobre la mesa, un servicio encantador y cuina mediterrànea con toques contemporáneos. En el Palau del Baro (17) (Santa Anna, 3; 977 24 14 64; www.palaudelbaro.com), un palacio de 1867 con frescos del pintor Fortuny, tienen una divertida lámpara de araña fabricada con botellas de plástico y un precioso patio, con pozo y fuente, donde se cena bajo los árboles, por ejemplo, arroz negro por 12 euros.

00.00 La última frente al mar

Para salir de marcha hay que dirigirse al puerto deportivo (18) o a la calle de Apodaca (19). Si el trasiego del día pide algo más relajado, mejor repanchingarse en el chill out del restaurante Mas Roselló (20) (paseo Marítim de Rafael Casanova 23; 977 24 18 28) o acercarse al café Baraka - 21, una suerte de café del Mar de Ibiza frente a la playa del Miracle. Las copas y la música bien servidas y bien pinchada. La vista y la brisa, impagables.

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Claustro de la catedral gótica de Tarragona
Claustro de la catedral gótica de TarragonaJOSÉ LUIS SELLART

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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